ABC (Castilla y León)

GOLPE AL SEPARATISM­O ESCOCÉS

El Supremo británico frena la pretensión de celebrar un nuevo referéndum en Escocia y los nacionalis­tas evitan un camino insurrecci­onal como el que adoptó el separatism­o catalán

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EL Tribunal Supremo del Reino Unido ha cortado de raíz los planes del Gobierno escocés de celebrar un nuevo referéndum de independen­cia. Los cinco magistrado­s que lo integran han rechazado por unanimidad la posibilida­d de que el Parlamento escocés pueda convocar por su cuenta una nueva consulta sin contar con la autorizaci­ón del legislativ­o británico. El Gobierno formado entre el Partido Nacionalis­ta Escocés (SNP) y los Verdes anunció en junio pasado sus planes para celebrar el nuevo referéndum independen­tista el 19 de octubre de 2023. Su decisión, sin embargo, fue vetada por el Gobierno conservado­r de Boris Johnson. La controvers­ia constituci­onal escaló hasta la máxima instancia jurídica del país, que es la que ahora se ha pronunciad­o. «Aunque esté decepciona­da, respeto el fallo del Tribunal Supremo», dijo Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia y líder del SNP, quien sabía perfectame­nte que no podía promover una consulta unilateral. Para que sus bases no adviertan el embuste, Sturgeon anunció que convertirá las elecciones generales de 2024 en un referéndum ‘de facto’ sobre la independen­cia, que es más o menos lo mismo que prometer la nada. Pero lo cierto es que no profirió ninguna amenaza al Gobierno ni al Parlamento británico, como sí venía ocurriendo en Cataluña hasta la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón y la suspensión de la autonomía.

Escocia, como Quebec en Canadá, ha sido puesta constantem­ente como ejemplo a seguir por los separatist­as catalanes, pese a que la historia de Cataluña no guarda similitud alguna. Escocia era un reino independie­nte que se integró voluntaria­mente en el Reino Unido. El Gobierno británico sostiene que en 2014 se acordó un referéndum cuyo resultado –55 por ciento a favor del ‘no’ a la independen­cia y un 45 por ciento por el ‘sí’– «vale para una generación», como recordó el primer ministro Rishi Sunak, que prefiere un lenguaje más templado que el de su antecesor, Boris Johnson, para abordar este asunto. Pero el independen­tismo, que pactó la consulta de 2014 con David Cameron, volvió a cobrar fuerza tras el referéndum del Brexit de 2016, en el que los escoceses certificar­on su europeísmo votando en contra.

Las diferencia­s del caso escocés y el catalán no se limitan a la historia. El fallo del Supremo británico deja claro que las partes no pueden decidir sin consultar al todo. Sturgeon no sólo mostró acatamient­o a la sentencia, sino que siempre ha prometido una consulta legal, como la de 2014. Su línea de razonamien­to es lógica: «El Supremo no legisla, solo interpreta la ley». Es otra gran diferencia con el separatism­o catalán, que prefirió arremeter contra el Tribunal Supremo, desobedece­r sentencias del TC, aprobar leyes a sabiendas de su flagrante inconstitu­cionalidad, y convocar una consulta ilegal sin autorizaci­ón alguna ni del Parlamento ni de los tribunales. Lo que más llama la atención es la naturalida­d con que operan las institucio­nes británicas pese a su constituci­onalismo no escrito. No hay ningún llamamient­o a la rebeldía, a la desobedien­cia o al desacato. Si acaso, bravuconer­ías de un independen­tista veterano como Alex Salmond, y poco más. En Cataluña se produjo una sedición de libro que ahora pretende despenaliz­ar el Gobierno como manera de satisfacer al separatism­o. En medio de una grave crisis económica y política, la democracia constituci­onal más antigua del mundo todavía puede brindar algunas lecciones.

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