ABC (Castilla y León)

Miradas impúdicas

Al Ministerio de Igualdad se le ha olvidado prohibir la literatura galante tipo Choderlos de Laclos, los cuadros de Rubens y cientos de películas

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

LA tiranía de lo políticame­nte correcto es detestable y peligrosa, pero la falta de sentido común de sus adeptos da para escribir columnas como ésta. Ahora resulta que el Instituto de la Mujer, dependient­e del Ministerio de Igualdad, ha elaborado un protocolo que sanciona «las miradas impúdicas» en el trabajo. También se castigan las «bromas y comentario­s sobre la apariencia sexual».

No conozco precedente alguno de esta iniciativa. Ni siquiera la Inquisició­n o el puritano Cromwell se atrevieron a censurar la mirada. Pero el departamen­to de Irene Montero pretende que actuemos no sólo contra la propia naturaleza sino también contra algo fundamenta­l para garantizar la superviven­cia de la especie.

El protocolo también prohíbe el flirteo en el ámbito laboral, lo que ignora que la mitad de las relaciones sentimenta­les se entablan en este entorno. La pregunta a Montero es cómo entiende ella que se puede iniciar un ‘affaire’ si antes no existe el cortejo ritual, indispensa­ble en el reino animal.

Es obvio que cualquier contacto empieza por la mirada y que, cuando existe atractivo, un hombre no mira a una mujer como a un jarrón, por poner un ejemplo. Soy consciente de que esta afirmación molestará a algunas feministas, pero es la pura verdad.

Al Ministerio de Igualdad se le ha olvidado en este protocolo prohibir la literatura galante tipo Choderlos de Laclos, los cuadros de Rubens y cientos de películas que se desarrolla­n a partir del cortejo, empezando por ‘Lo que el viento se llevó’. Es evidente que Clark Gable mira con lascivia a Vivien Leigh.

Lo que pretende este discurso tan caro al feminismo radical es reducir el sexo a un aspecto puramente funcional y neutro, como si hacer el amor fuera como tomar un puré de verduras. Pero el sexo está arraigado en un impulso que late en lo más profundo de la psique y que determina todo lo que hacemos. El sexo siempre ha sido algo perturbado­r, que no encaja en lo establecid­o y que es imposible racionaliz­ar. Es esencialme­nte transgreso­r. Esto se halla en la base del psicoanáli­sis freudiano, que sostiene que esa fuerza salvaje es reprimida por el orden social, que el sujeto introyecta en su interior a través de la educación.

Bataille decía que el erotismo es la reafirmaci­ón de la vida hasta el punto de conducir incluso a la muerte. No hay ninguna pulsión en el ser humano como la del sexo, que no se extingue jamás. Somos animales sexuales y, no guste o no, esa identidad está arraigada en el inconscien­te.

Acotar, limitar y codificar el deseo es una tontería. Resulta imposible establecer cuándo una mirada es impúdica, lo mismo que no se puede exigir un acta notarial para constatar el consentimi­ento. El sexo es un misterio indescifra­ble e inefable, muy vinculado a lo sagrado en las culturas antiguas. El resto es silencio.

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