Por los toros
Ahora que los animalistas franceses andan alborotados e intentan atentar contra la libertad de sus vecinos del sur, díganme qué espécimen paga una cuota tan baja: no más del 5 por ciento de los toros van a la plaza para ser lidiados, por tener garantizada su supervivencia en ese hábitat paradisíaco como es la dehesa. Además, contrariamente a lo que defienden, la reducción de festejos taurinos sólo mermaría la cabaña brava, pues, según las estadísticas del año pandémico, la pérdida de mil trescientos festejos, a razón de seis astados por festejo, arrojó un cómputo de ocho mil reses menos lidiadas o salvadas, según ellos, pero la cabaña brava se redujo en 11.000 cabezas en el campo. Por tanto, señores animalistas-totalitarios, la tauromaquia no mata al toro, le da vida. La prohibición que abogan por el bien del animal acabaría con la selección y diversidad genéticas desarrolladas por los ganaderos, que mantienen un negocio deficitario por la pervivencia tan necesaria del mundo rural.
¿Qué ha pasado en Cataluña tras su prohibición? Ganaderías enteras fueron al matadero: ese 95 por ciento no torturado sólo fue aniquilado en la soledad de los mataderos: añojos, erales, utreros, vacas y toros convertidos en sabrosos filetes en su punto en los distintos asadores de la geografía española. Porque por cada corrida en la que mueren seis toros, otros cien bravos viven en una dehesa sin ser explotados intensivamente para leche, carne u otros productos, y es que vuestra cerrazón ideologizada no os deja ver que la tauromaquia es el mayor garante de confort vital para las reses bravas y ejemplo de sostenibilidad ecológica.