Más allá de «la tradición detenida en el tiempo»
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El de Castilla y León es el museo etnográfico «más grande de España» y sus 10.000 metros cuadrados cobijan «la segunda colección más potente después del de Valencia...» Lo dice quien es su director desde hace seis años, José Luis Calvo Domínguez. Pero con presumir de ese valioso fondo no basta, matiza él mismo a renglón seguido. Un extenso programa de actos se ha convertido hasta ahora en ese aliciente añadido y, cuando se cumplen dos décadas desde que la Junta abriese el centro, la intención es dar un paso más: renovar el relato de la exposición permanente, actualizarlo, interpretarlo a la luz de estos días.
Desde que se puso al frente del Etnográfico, su responsable ha procurado crear una actividad cultural que Zamora no tenía. «Creo que hemos conseguido que sea uno de los corazoncitos culturales de la ciudad y de la provincia, y regional, porque es un museo regional. Hemos puesto mucha carne en el asador para que esté vivo con actividades a diario», cuenta justo cuando se desarrolla en el edificio el festival internacional de cine documental Videoetnográfica, que se clausura este domingo. «Un museo no puede ser únicamente un recurso para atraer turistas», y un museo etnográfico no debería conformarse con responder al modelo «de corte folclórico-romántico», que «esencializa las culturas, son caldos de nostalgia, tradición detenida en el tiempo», añade.
El plan de José Luis Calvo para «reformular la permanente» no pretende seguir la línea de otros espacios que articulan su discurso en torno a la identidad, porque «sería falso»: «en Castilla y León no existe una identidad que nos aglutine a todos. Si hay una identidad aquí es la pluralidad. Probablemente seamos una de las regiones más complejas de España, ¡vamos a sacarle partido!», propone.
La colección puede servir para abordar asuntos actuales. «Vamos a utilizar las piezas para hablar de los retos a los que nos enfrentamos, de los conflictos, de las soluciones .... De la tradición debemos mirar qué no ha valido y qué no vale ya, qué hay que rescatar, qué hay que mantener y que hay que crear ’ex novo’», afirma el director del Etnográfico mientras recorre las salas entre piezas que dan alas a esa teoría.
Le sirve de ejemplo para contar por dónde van los tiros de la renovación un colador de barro, una gran vasija «en la que se ha lavado la ropa desde Egipto hasta nuestras abuelas» (con ceniza para blanquear y sin necesidad de detergentes contaminantes) y, en ese caso concreto, con otro mensaje añadido: el que deja ver la cicatriz de una rotura y las lañas que la suturaron para seguir utilizándola. En la cabeza de José Luis Calvo ya se expone cerca de un lavavajillas de los años cincuenta que espera en el almacén. Porque incorporar piezas del siglo XX para llegar a los nativos digitales y cubrir vacíos —como la parte de instrumentos musicales, las mascaradas de otras provincias más allá de Zamora o todo lo relacionado con la burguesía— forma parte de unos planes que tocan también los textos que acompañan a la permanente. Miguel Delibes en su mirada crítica a un progreso mal entendido o Maribel Llamero contando en verso lo que es Castilla son firmes candidatos a ocupar el espacio ahora dedicado a autores cuyo discurso, en no pocos casos, se antoja a estas alturas «superado».
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