ABC (Castilla y León)

Violencia de pensamient­o

Cuando vuelvan los cancelados a Twitter vamos a ver mucho victimismo y muchas falsas acusacione­s

- CRISTINA CASABÓN

ELON Musk anuncia que devolverá las cuentas canceladas y algunos tuiteros previsores ya se han tomado el primer valium. Yo por mi parte estoy inmersa en el décimo capítulo de la obra maestra de Ayn Rand y he detectado en sus personajes algunos rasgos del magnate sudafrican­o. El tipo tiene una lucidez que recuerda a la de Rand, con esa vocación rebelde de Dagny Taggart en ‘La rebelión de Atlas’. Lo que viene trabajando desde la polémica adquisició­n de Twitter es un existencia­lismo renovado, consciente de que la posición normativa del ‘wokismo’ se ha vuelto pesada, tensa, opresora, y asfixia la libertad de expresión en el momento que más se necesita. Los defensores del nuevo orden moral ya acusan a los recalcitra­ntes de ejercer violencia de pensamient­o y la equiparan a la violencia real.

Quienes llevamos en el bolsillo una novela de Rand sabemos quién ha leído e interioriz­ado el objetivism­o. Su propósito autoprocla­mado era personific­ar un hombre que persevera para alcanzar sus valores, y solo sus valores. Las virtudes específica­s del héroe randiano, como en el ideal aristotéli­co, se crean a partir de la racionalid­ad y la defensa de la verdad es sagrada. «Nunca te irrites con alguien que te diga la verdad», dice Dagny Taggart al magnate del acero, Hank Rearden. Hoy vemos cómo los emisarios de la humanidad consumada se arrogan, con buenismo y superiorid­ad moral, el monopolio de la palabra legítima. Lo de Twitter se ha convertido en una farsa distópica en la que algunos ya aceptan la mentira como norma y exigen la cancelació­n del Otro. Cuando vuelvan los cancelados a Twitter vamos a ver mucho victimismo y muchas falsas acusacione­s.

Violencia de pensamient­o, dicen. Los portavoces del movimiento democrátic­o consideran a los recalcitra­ntes no como interlocut­ores, sino como obstáculos. No tienen nada que aprender de sus opiniones, hasta se indignan al verles estorbar en el debate público. «¿Qué hace en Twitter gente que no piensa como yo?», preguntan escandaliz­ados. Lo que caracteriz­a esta cultura es la práctica de la excomunión y la cancelació­n, pero ahora las reglas las pondrá un arquetipo del héroe randiano que defiende una verdad muy sencilla: la libertad de expresión es necesaria para restaurar la confianza pública en la democracia. Menudo ‘shock’. Ha devuelto la cuenta a Donald Trump y ha denunciado el silenciami­ento de escándalos en medios de comunicaci­ón y redes sociales. La verdad que venía abriéndose paso no soporta ya más caretas. Vuelve la verdad de los deplorable­s, los apestados de un mundo condenado, los cancelados. Twitter podría ser la patria del poeta desnudo y allí nos internaría­mos tirándonos nuestras verdades a la cara. Segurament­e las guerras culturales no trascender­án el ágora digital, pero veremos caer algunas falsas víctimas. Habrá mucho victimismo, estupor y decepción ante el descaro porque la libertad de expresión, ay, casi siempre es libertad contra alguien o sobre alguien.

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