El agua siempre busca su cauce
Se apresuró Matteo Salvini, ministro de Infraestructuras del nuevo Ejecutivo italiano, en hacer balance de la tragedia de la isla de Isquia cuando lamentó la muerte de ocho personas. La esperanza llegó a media tarde, cuando el Gobierno aseguró que sólo había constancia de un fallecimiento y de la desaparición de una docena de habitantes de la pequeña isla del golfo de Nápoles, donde un corrimiento de tierra provocado por las lluvias causó estragos. La intensidad del aguacero fue el causante directo de la tragedia, multiplicada por un urbanismo que no respeta el cauce de los torrentes y de unas construcciones levantadas de forma ilegal. No son nuevos estos episodios, en los que se juntan el caos inmobiliario y las lluvias torrenciales. En 2006, otro deslizamiento de tierras mató a un hombre y a sus tres hijas en la misma isla, no solo expuesta a la gota fría de otoño, sino a los temblores de un área volcánica y a la sobreexplotación de su suelo, superpoblado y amenazado por unas riadas que arrastran hasta el mar vidas y haciendas.