ABC (Castilla y León)

El amigo Luis Enrique

El tipo ha salido enemigo de las discordias en curso, sin pretenderl­o

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

LUIS Enrique tiene cara de resucitado, y acaso lo es, porque ha devuelto a España el corazón, por goleada. Casi parece verano, tras el 7-0, y casi podríamos tirarnos el nardo de la chulería de país contento si no hubiera salido durante la resaca de éxito algún cafre de Vox, en el Congreso, a orear sus nostalgias retrógrada­s, o también Gabriel Rufián, que pronuncia la palabra facha como si hubiera bebido. A mí Luis Enrique ni me cae, ni me deja de caer, y ya me extraña, porque los antipático­s que no lo disimulan tienen rápido mi afecto. Pero no se me escapa que pudiera tener Luis Enrique un efecto de gran vínculo pacificado­r, ahora que estamos a tres partidos de las dos Españas, y lo mismo se puede sacar alegrement­e la bandera española sin que alguno se eche mano al revólver, sin que Echenique tuerza el gesto porque hasta el Rey estuvo metido en el ajo de la exaltación patriótica. Porque Luis Enrique ha logrado, incluso, que al Rey no le abramos expediente de escándalo, cuando viene de asomarse en el palco de un emirato, y encima va el hombre y se demora, bajando a los vestuarios, a felicitar a los chavales de la Roja como si estuviéram­os en Suecia. Luis Enrique, bajo el colocón del 7-0, ha logrado de pronto un entusiasmo unánime, o casi, de país, y si Tezanos tuviera un momento debiera sacarlo en la valoración de líderes, para que viéramos que ahora gana a cualquiera, cuando el entrenador sólo busca llevarse el partido sin ponerse nunca la chaqueta y encabronar­se lo justo con la prensa canallesca, que es que no para. Luis Enrique igual está a pocos ratos de la gloria futbolísti­ca, y digo esto porque hoy nos jugamos la euforia contra Alemania. Veremos. Pero la gloria de darnos un abrazo de nación, cuando metimos el séptimo, sobre el silbato, no se la va a quitar nadie, aunque al día siguiente viniera en el Congreso algún bocarán a recordarno­s que hay que prosperar en el párrafo de macarra y en la trifulca de salfumán. Yo no era de Luis Enrique, pero sí. El tipo ha salido enemigo de las discordias en curso, sin pretenderl­o, y un amigo del copón. Aunque sólo fuera en domingo.

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