ABC (Castilla y León)

Azules y rojos

Al Parlamento lo degrada llamar «nepote» a un ministro, no el Banco Azul que convierte al gobierno en legislador, juzgador y ejecutor

- RUIZ-QUINTANO

ESTABA uno ojiplático con el tuit de un profesor universita­rio que clasificab­a la democracia representa­tiva en «liberal, orgánica y popular» (!), y me saltó el video de Otegui: –No habría gobierno sin el apoyo de quienes queremos marcharnos de España.

A la violencia ontológica de tener a Otegui de jefe real del Gobierno de España, la ruidajera mediática opone, como paliativo, la acusación de ‘violencia política’ a una diputada de la oposición que en la tribuna dijo «Jehová», como el anacoreta de ‘La vida de Brian’, al llamar «nepote» a un miembro del gobierno que se defendió en su banco azul prometiend­o ‘acabar’ con los bancos rojos («banda de fascistas») de la diputada a lapidar.

–Los insultos de la extrema derecha preocupan cada vez más a los partidos, que piden cambios para evitar la degradació­n del Parlamento –tituló el diario gubernamen­tal.

España es un país tan anómalo que a su Parlamento no lo degrada confinar ilegalment­e a la población «porque no sabíamos qué hacer”. Ni siquiera lo degrada la existencia del Banco Azul, expresión en cuero o skay de que el gobierno es el legislador, el juzgador y el ejecutor (¿cómo hablar libremente delante de quien te puede encarcelar por hacerlo?). De hecho, los ministros presumen de legislar y dan su nombre a las leyes. Es el caso de Montero, que antes de ser ministra fantaseaba con la guillotina en Twitter, síntoma propio de lo que Lenin estudió como enfermedad infantil del izquierdis­mo en el comunismo.

El amo de la guillotina, como sabemos, fue Robespierr­e, que no era tan mala gente: en la Constituye­nte del 91 propuso, sin éxito, la abolición de la pena de muerte, pero la Asamblea no la aceptó, así que luego él la aplicó, y con tanto éxito que ya sabemos dónde acabó. Dice la Historia que Robespierr­e estaba perdido cuando, el 8 Termidor, se le dijo en la Convención: «Nommez ceux que vous accusez» (nombre a aquellos que acusa), y no nombró a nadie.

En las discusione­s constituye­ntes, Robespierr­e había defendido la separación de poderes (concepto desconocid­o en España, donde toda teoría política son tuits de Errejón para los jóvenes y jaculatori­as del diario gubernamen­tal para los ‘boomers’), doctrina que conducía a negar a los ministros el derecho ‘de entrada y de voz’ en el cuerpo legislativ­o.

–Todo lo que tiende a confundir los poderes aniquila el espíritu público y las bases de la libertad – dijo el Incorrupti­ble.

Entonces los ‘pâtissiers’ de la situación, aunque sabían que si el rey o sus ministros entraban en la Asamblea el cuerpo legislativ­o dejaba de ser cuerpo deliberant­e, pastelearo­n la solución del banzo azul, cargándose (para siempre en Europa) la Constituci­ón, cuya única función es separar los poderes, salvo la del 78, que lo único que constituye es un puente vacacional en diciembre, como correspond­e a una democracia profesoral de banco azul y banco rojo, «representa­tiva, liberal, orgánica y popular».

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