ABC (Castilla y León)

‘La Sagrada Familia’, acuarela de Pujol sin claves para entenderlo

«Jordi Pujol puede decir a sus 92 años que ha vivido como ha querido su vida privada y la pública, y que se marchará habiendo dado cumplimien­to a sus ideales, sus ambiciones y sus sueños sin haber pagado ningún precio. Ha ganado y sus perseguido­res han pe

- SALVADOR SOSTRES

‘La Sagrada Familia’ (HBO) es el documental de David Trueba sobre Jordi Pujol. Es una correcta acuarela para ver al personaje, pero no para entenderlo. Está bien si no conoces a los protagonis­tas porque tienes una primera impresión de ellos, pero no son examinados con profundida­d ni conocimien­to. Todo naíf como David Trueba y como las camisetas de Open Arms de su amigo Pep Guardiola.

Sale Prenafeta, y esto en sí mismo es notable, pero no cuenta de qué manera concreta, con la ayuda del abogado Joan Piqué Vidal, sobornó a algunos de los jueces que resolviero­n no procesar a Pujol por Banca Catalana. Piqué le separó a los 45 magistrado­s en tres grupos: al primero, entre sectario e incorrupti­ble, no merecía la pena ni acercarse porque era seguro su voto contrario a los intereses del presidente; con el segundo, entre catalanist­a y expectante de algún cargo, no hacía falta perder el tiempo por el motivo contrario. El tercer grupo era el de los tibios, a cuyos miembros Piqué Vidal conocía uno por uno, y los problemas que tenían: hipotecas impagadas, deudas por ludopatía, hijos drogadicto­s con problemas con la Justicia, y algunos otros vicios menos confesable­s. Prenafeta almorzó con cada uno de ellos –la mayoría de encuentros se produjeron en el restaurant­e Gorria de Barcelona– y les ofreció una solución personaliz­ada. La noche antes de conocerse la decisión de la Audiencia estuvo en condicione­s de decirle a su patrón: «President, guanyarem 33 a 8», que fue el resultado exacto.

‘La Sagrada Familia’ tampoco explica cómo el entonces secretario general de la Presidenci­a le selecciona­ba las amantes entre las secretaria­s de Palau que le admiraban, además de Carme Alcoriza, que ya Pujol se trajo del banco. Todo empezó un día que el presidente estaba paseando por el Pati dels Tarongers, en el Palacio de la Generalita­t, y golpeó con los nudillos la ventana del despacho del señor secretario. Prenafeta salió al punto, el presidente le cogió por el hombro y empezó a decirle: «Lluís, Kennedy tuvo que tomar decisiones muy importante­s durante su mandato, y aunque estaba casado con una gran dama, sufría como hombre una tensión que de un modo u otro tenía que liberar…», a lo que Prenafeta contestó: «President, no hace falta que me digas más», y se ocupó del ‘casting’.

También Trueba, en su documental inane y superficia­l, pasa por alto algo tremendame­nte significat­ivo en la vida de los Pujol y en la política catalana, que es cómo Prenafeta riñó hasta el odio africano que hoy se profesan con su ahijado, Jordi Pujol Ferrusola, cuando su padre le puso a controlar las finanzas del partido y el secretario quedó escandaliz­ado por cómo se lo llevaba todo por delante. Prenafeta le contó al presidente los desmanes de su primogénit­o y le advirtió de los problemas que a la larga le causarían. Pujol le respondió que le disgustaba profundame­nte aquella conversaci­ón y le prohibió que le volviera a hablar del tema. Pero la herida no se cerró, ni la desconfian­za, y al cabo de menos de un año le echó de la Generalita­t.

«‘La Sagrada Familia’ pasa por alto algo muy significat­ivo en la política catalana, que es cómo Prenafeta riñó con su ahijado, Jordi Pujol Ferrusola»

Además de algunas pinceladas de personajes más relevantes –las más lúcidas, las de Felipe González–, el documental se construye sobre un periodista orgánico, Francesc-Marc Álvaro, que Convergènc­ia ha tenido siempre de cuota en ‘La Vanguardia’; sobre un periodista joven de ‘El País’ –Maiol Roger– y tres históricos de la misma cabecera: Enric González, Lluís Bassets y Pere Ríos. Eso condena a ‘La Sagrada Familia’ porque Álvaro es un pobre hombre que ha dedicado su vida entera a inventarse virtudes para disimular los defectos que sí tiene.

Roger, pese al libro que sobre Pujol ha escrito, ni vivió los hechos ni conoce en profundida­d a los personajes, ni tiene o tuvo con ellos la suficiente confianza para que le hayan contado la verdad. Y muy a pesar del resentimie­nto de Bassets y de Ríos, de las supuestas fechorías de Pujol solo sabemos lo que él confesó, y es que su padre le dejó 600.000 euros en una cuenta opaca por si algún día tenía problemas por causa de la política, lo que en aquel momento no era tan descabella­do imaginar.

Hay una generación de periodista­s y políticos de la izquierda española que aún no han digerido que Franco se les muriera en la cama. Es la generación de Bassets y Ríos: y también Pujol se les morirá en la cama, sin que nada sustancial contra él hayan podido demostrar, salvo que les ganó siempre y en todo, y que ni dedicando el grueso de su vida profesiona­l a probar que fue un corrupto han podido rozarle.

Pujol ya no está en condicione­s de afrontar un juicio, que en cualquier caso se habría basado en una acusación con más conjeturas que pruebas y del que muy probableme­nte habría salido absuelto. Mientras los periodista­s de ‘El País’, magistrado­s como Margarita Robles y fiscales como José María Mena y José Jiménez Villarejo han malgastado buena parte de su vida fértil en el inútil afán de darle caza, él puede decir a sus 92 años que ha vivido como ha querido su vida privada y la pública, y que se marchará habiendo dado cumplimien­to a sus ideales, sus ambiciones y sueños sin haber pagado ningún precio. Jordi Pujol (Barcelona, 1930), ha ganado y sus perseguido­res han perdido.

Ganar siempre es meritorio, pero lo es especialme­nte teniendo en cuenta sus artificios y listones tan considerab­lemente altos. Que sus enemigos hayan perdido, siendo tantos, y tan arrogantes, y tan persuadido­s de pertenecer a una absoluta superiorid­ad intelectua­l –jamás demostrada, como sus acusacione­s– les hace aparecer en ‘La Sagrada Familia’, tan ridículos y patéticos como siempre fueron.

«Es un documental naíf. Los protagonis­tas no son examinados ni con profundida­d ni con conocimien­to»

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// EFE Jordi Pujol, en una imagen de julio pasado

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