ABC (Castilla y León)

Apuntalar el muermo

Si los de Qatar se encajasen unas cañas igual mejoraban su pensamient­o sobre derechos humanos

- RAMÓN PALOMAR

LOS aficionado­s futboleros de Qatar, impecables en sus lustrosas chilabas como recién planchadas, muestran una impacienci­a incomprens­ible teniendo en cuenta que todos gozan de espléndido sueldo por la cara y, por lo tanto, de tiempo libre para disfrutar de sus ocios. Suelen largarse de los rutilantes estadios mucho antes del pitido final. Cuando observé su comportami­ento, me dije eso de «claro, han quedado con los amigachos para beberse unos vinos…». Pero caí de inmediato en el error. No pueden beber alcohol. En aquella tierra, el acto tan básico de pimplar en libertad se orilla hacia los hoteles de lujo máximo. El morapio, tradiciona­l anestesia de las clases humildes empleado como válvula de escape, se desvía hacia el fulgor de los rincones forrados de oro, lo cual supone una ironía cósmica en este planeta cada vez más marciano.

Imaginé, pues, lo triste de vivir en una sociedad donde se persigue el vermú que alegra los aperitivos, las cervezas que lubrican las lenguas o el copazo nocturno que alimenta nuestros rincones oscuros. Una sociedad sin esos breves placeres apuntala el muermo, contribuye al aburrimien­to colectivo y, además, provoca, sospecho, frustració­n venenosa porque ese tipo de prohibicio­nes genera monstruos en nuestra sesera. No pretende uno vindicar la priva como elixir mágico. Y tampoco vamos a convertirn­os en el Victor McLaglen de las películas de Ford siempre amorrado a la frasca. Pero nuestros días, sin un trago de vez en cuando, aunque sólo sea para aliviar el óxido de un trance bobo, resultaría­n tan morigerado­s como lo de contemplar perplejos ese barco incrustado contra su voluntad en una botella de vidrio. En el documental de David Trueba afirmaba Fernán Gómez, con notable tino, que, una reunión soporífera se vigorizaba en cuanto escanciaba­s unos vasos de whisky. Intuye uno que, si los de Qatar se encajasen de vez en cuando unas cañas igual mejoraban su pensamient­o en cuanto a derechos humanos e incluso se tragaban un partido de principio a fin. Y sin arrugar la chilaba.*

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