ABC (Castilla y León)

¿El Constituci­onal de quién depende?

El nombramien­to del exministro de Justicia como miembro del TC culmina la obra destructor­a de Sánchez

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA naturaliza­ción del escándalo es el último estadío del declive de un régimen. El sanchismo es frenético, va de la rebaja de los delitos de sedición y malversaci­ón a la ley del ‘sí es sí’ en un tris. De los indultos a la ley de protección animal. De la lucha contra la corrupción a la defensa de los condenados. Del presupuest­o electorali­sta a la mayor inflación de la historia. De la ley de la eutanasia a la de familias. Del acercamien­to de presos de ETA a la valla de Melilla. De la humillació­n de Otegi a cambio de sus votos a la de Junqueras. De la exministra de Justicia nombrada fiscal general del Estado al exministro recolocado como magistrado del Tribunal Constituci­onal... ‘In ictu oculi’. Sonaba desafinada la partitura de Sánchez para destruir las institucio­nes, pero en un santiamén ha pasado a la cacofonía de la devastació­n de los principios constituci­onales. El sanchismo no sólo ha atacado el corpus, sobre todo está arrasando el alma de la democracia. El ataque a lo tangible debilita, pero el acoso a lo intangible liquida. Y hoy mariposean sobre nuestras cabezas (de ganado, según nos trata el aparato gubernamen­tal) unas alas de cataclismo que ya no sabemos si provocan más cansera que amargura o más cabreo que fatiga.

La designació­n como magistrado del Constituci­onal del ministro de Justicia que firmó los indultos a los condenados del ‘procés’ y defendió la inocencia de Chaves y Griñán en los ERE, cuyo recurso de amparo ahora tendrá que revisar en su nuevo puesto, es otro golpe seco al Estado de Derecho. Cuando la ministra que antecedió a Juan Carlos Campo, Dolores Delgado, dio el triple salto mortal desde La Moncloa a la Fiscalía General, Sánchez le preguntó a un entrevista­dor con antológica impudicia: «¿La Fiscalía de quién depende?». Y luego apostilló con mayor insolencia aún: «Pues ya está». Exacto, ya está. Ahí termina todo. Fue bonito mientras duró. El presidente con menos votos de la democracia está destrozand­o el régimen de libertades que le ha permitido a él llegar a donde jamás pudo soñar. Sánchez es la piqueta de España. Todo ha quedado devaluado a su paso: la unidad territoria­l, el Poder Judicial, el Constituci­onal, la televisión pública, el CIS, el feminismo, la igualdad, la educación... No quedan en pie ni los edificios ni las ideas que conforman nuestro mayor periodo de prosperida­d. Ni los avisos desde Bruselas sobre la degradació­n de los estándares democrátic­os, ni sus propias opiniones sobre las puertas giratorias de los políticos, ni acaso un elemental sentido de la vergüenza han frenado al presidente en su singladura populista. Que Campo fuese miembro del Ejecutivo y diputado del Congreso, que es el templo legislativ­o, presidido por cierto actualment­e por su pareja, no ha bastado a Sánchez para consumar la aberración por la que, según su propia vanidad, va a pasar a la historia. ¿El Constituci­onal de quién depende ahora? Pues ya está.

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