ABC (Castilla y León)

El cuento de la mala pipa

En vez de una Roca al sur de nuestra geografía tendríamos un ‘Gran Gibraltar’ cuasi independie­nte

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COMO esos monzones tropicales que de tanto en tanto arrasan cuanto encuentran por delante, Gibraltar emerge en la política española con la furia acumulada durante más de 300 años, para alejarse dejando todo como estaba, sólo que peor. Esta vez nos dicen que la cosa va de veras, al exigirlo las circunstan­cias del Brexit. Sin duda lo exigen, pero dudo que el contencios­o se acabe.

Ingleses y gibraltare­ños han engañado a todos los ministros de Asuntos Exteriores españoles desde los tiempos de Castiella, sacándoles todo lo que podían –líneas telefónica­s, pabellones sanitarios durante las epidemias, hipódromos convertido­s en aeródromos, avanzando siempre en el istmo–, haciéndole­s creer que iban a solucionar ese pleito histórico, para dejarlos plantados a la hora de pagar lo prometido, con la excusa de que los gibraltare­ños no les dejaban. Cuando son los amos. Sólo dos ministras, Trinidad Jiménez, del PSOE, y Ana Palacio, del PP les plantaron cara.

Esta vez había buenas razones para ser optimista: España entró en la Unión Europea bajo la condición británica de permitir a Gibraltar seguir con su chiringuit­o financiero y contraband­ista. Pero el Reino Unido ha abandonado la Unión Europea. Y Gibraltar con él. Desde entonces buscan la forma de dejarlo, y nos dicen que el acuerdo está próximo. También lo anuncia nuestro ministro de Exteriores, José Manuel Albares: «Si Gibraltar entra en el espacio Schengen, habrá agentes españoles en su puerto y aeropuerto». Poco después, Fabian Picardo, ministro principal de la colonia, puntualiza­ba: Gibraltar controlará sus fronteras y no habrá ningún cambio en su estatus británico, declaració­n que copia esa forma de negociar que consiste en que tú me das el reloj y a cambio yo te doy la hora. Que es en lo que puede quedarse su última trampa: la «prosperida­d compartida» con su entorno. Los gibraltare­ños, con su oficina en el Peñón y su chalet en Sotogrande, y los españoles, unos 12.000, aproximada­mente, encargándo­se de los trabajos más duros y peor pagados de la colonia, ganando menos.

Picardo les ha prometido mejores sueldos, pero no ha dicho nada de las pensiones, ni sobre los residuos sin depurar que el Peñón vierte en la bahía. Es más, el ministro principal de Gibraltar insiste en que «se proteja el mercado interior de manera que no comprometa nuestras preocupaci­ones fiscales o de una soberanía más amplia». O sea, que en vez de una Roca al sur de nuestra geografía tendríamos un ‘Gran Gibraltar’ cuasi independie­nte, con la Royal Navy, que abarque las provincias colindante­s, donde tienen compradas a las fuerzas vivas o vivales. Mientras la Unión Europea tendría un megaparaís­o fiscal. ¿Lo aceptará? Espero que no. Y lo que más miedo me da es ver a Pedro Sánchez por allí.

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