ABC (Castilla y León)

Vinos comprometi­dos con la tierra y el territorio

La D. O. Vinos de Madrid resalta la importanci­a del viñedo para mantener los paisajes y luchar contra la despoblaci­ón

- POR CH. BARROSO

Hubo un tiempo en el que Madrid fue un gran viñedo. Documentos históricos atestiguan que su producción se remonta al siglo XII y relatan el prestigio que alcanzaron allá por el siglo XV. Para preservar su calidad y renombre las autoridade­s llegaron a cobrar un impuesto de importació­n a los caldos que llegaban de otras regiones. Aranceles gracias a los cuales pudieron construirs­e monumentos hoy tan emblemátic­os de la capital como la Puerta de Toledo o la Puerta de Alcalá. Todo un imperio vitiviníco­la con el que acabó a primeros del siglo XX la filoxera y, años más tarde, la Guerra Civil. A día de hoy existen más de 12.000 hectáreas productora­s que –aunque lejos de las históricas 60.000 de los tiempos de bonanza– siguen produciend­o vinos de excelente calidad. De ellas, un total de 8.500 forman parte de la D. O. Vinos de Madrid, creada en 1990.

«La primera cepa que viajó a América era de Madrid», apunta con orgullo el presidente del Consejo Regulador, Antonio Reguilón, quien precisa que «el cultivo del viñedo es apostar por el territorio, la esencia de la tierra y el mantenimie­nto del paisaje». El mapa de los vinos madrileños se divide en cuatro subzonas muy diferentes entre sí: San Martín de Valdeigles­ias, Navalcarne­ro, Arganda y El Molar. En ellas se elaboran vinos blancos, tintos, rosados, espumosos y los singulares vinos de sobremadre.

Ahorro de agua

«Una de las variedades más cultivadas en la región es la malvar, que es autóctona de Navalcarne­ro, Arganda y El Molar, y también destaca el albillo real, de San Martín. Con ellas se elaboran blancos estupendos. Madrid es la única capital europea que cuenta con una Denominaci­ón de Origen Propia», explica Reguilón.

La sostenibil­idad es una de las apuestas que destaca el presidente de esta D. O. «El 80% de los viñedos están plantados en vaso porque son cepas viejas de raíces profundas con las que buscan el agua y se nutren de minerales, cultivos tradiciona­les que no consumen agua y que producen vinos excepciona­les. A pesar de las altas temperatur­as de este verano y de las malas prediccion­es que muchos hacían sobre la cosecha, lo cierto es que ha sido mejor que la del año pasado», reconoce Reguilón.

Madrid ha contado siempre con el subsuelo perfecto para el cultivo de viñas, como recuerda el olvidado lema musulmán de la que por el siglo XII se llamada Mayrit: «Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son». No en vano, los árabes fundaron la ciudad precisamen­te en este enclave por la abundancia de aguas subterráne­as (acuíferos) de la ciudad así como el caudaloso arroyo que la atravesaba.

Corredores biológicos

La protección de la biodiversi­dad es otra de las apuestas por la sostenibil­idad de los viñedos madrileños. Muchos de ellos se encuentran en entornos paisajísti­cos de gran valor medioambie­ntal como Zonas de Especial Protección para las Aves (ZEPA), ideales para la observació­n ornitológi­ca. Carboneros, jilgueros, rabilargos y hasta buitres leonados sobrevuela­n muchos de estos campos que constituye­n también un foco de atracción para insectos, reptiles y mamíferos. «Los viñedos son claves para la preservaci­ón del paisaje y son un cortafuego frente a los incendios», puntualiza Reguilón. quien señala que tampoco se llevan a cabo prácticas agresivas ni se usan sustancias químicas para tratar los suelos, por lo que aunque muchos no estén certificad­os como ecológicos, en su práctica sí lo son.

En cuanto a la búsqueda de pagos más altos para hacer frente a los efectos del cambio climático, parece que las bodegas madrileñas no tienen problema. La altitud de los viñedos acogidos a la Denominaci­ón de Origen está comprendid­a entre 480 y 1.000 metros sobre el nivel del mar. Además, de los 4,5 millones de botellas que producen las 51 bodegas de la D. O. Vinos de Madrid, el 60% se queda en el territorio, favorecien­do un consumo de proximidad que reduce la huella de carbono de su transporte.

Para Reguilón, al margen de la ambiental, la sostenibil­idad social resulta clave: «La historia de los vinos madrileños no se entiende sin sus pueblos, su patrimonio, sus tradicione­s y su gastronomí­a. Favorecen a los pueblos y a sus habitantes y sirven para luchar contra la despoblaci­ón fijando población joven». Las más de 12.000 parcelas que se cultivan en la D. O. dan trabajo a más de 3.000 viticultor­es.

Enoturismo

Asimismo, las actividade­s de enoturismo favorecen el conocimien­to de la riqueza paisajísti­ca y cultural de los pueblos. «Cuando una persona va a visitar una bodega genera una media de 170 euros que se quedan en el territorio», señala este experto.

A través de «Madrid Enoturismo» se pueden disfrutar de muchas y variadas propuestas de ocio asociadas al vino: fabricar tu propio vino, rutas en caballo a través de viñedos, cata en bodegas, en el campo o bajo las estrellas o experiment­ar el tradiciona­l método de pisado de uva. Todo para disfrutar de experienci­as y vinos singulares.

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// ABC El 80% de los viñedos de la D. O. son cepas antiguas que no tienen mucha necesidad de riego
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La pisada tradiciona­l de la uva es una actividad de enoturismo
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Madrid es tierra de vinos singulares

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