ABC (Castilla y León)

Lo mejor está en la grada

- JOSÉ F. PELÁEZ

Simeone decía que en un lado estaba la acción y en el otro la distracció­n. O quizá era la diversión, no lo sé, no soy capaz de recordarlo y no voy a dedicar media tarde a averiguarl­o. En primer lugar, porque no sé donde estará el libro. Y en segundo porque da igual, lo que el Cholo quería decir es que si la jugada iba por la banda derecha él echaba a correr hacia la izquierda porque estaba vacía, el balón iba a acabar allí y nadie miraba. Así fue cómo metió no sé cuantos goles el año del doblete, llegando desde atrás, como Casemiro al área suiza, que es la quintaesen­cia de la zona Schengen.

El consejo vale para la vida. Mientras todo el mundo mira hacia un lado, conviene mirar hacia el otro. Especialme­nte en los congresos de los partidos políticos, cuando colocan a los periodista­s delante de una pantalla para que miremos lo que ellos quieren que miremos, que es exactament­e lo que no debemos mirar. Conviene ir a la distracció­n, a los baños, a los bares, a los taxis. Y en todo caso no hacer ni caso al jefe de prensa, que suele ser un cruce entre Luca Brasi y Michelle Jenner.

Lo mismo sucede en el Mundial. Este fin de semana me he visto cuatro partidos al día, es decir, ocho horas en un estado semivegeta­tivo que da gusto verme. Qatar está poniendo a prueba mi relación de pareja, pero, qué quieren que les diga, uno no puede fingir ser lo que no es. Me gusta lo que me gusta y el Mundial está en la base de mi pirámide de Maslow, mucho antes que los instintos. En todo caso, lo más interesant­e no es el partido —la acción— sino la distracció­n, la grada, esas imágenes como de partido de NBA, aparenteme­nte aleatorias, pero en las que se adivina un Torquemada con turbante. Me vuelven loco esos aficionado­s marroquíes, duros como pellejos de brevas, lloriquean­do por haber metido un gol a Bélgica. O el HolandaEcu­ador, ese derbi castellano en el que lo mismo vemos bailes quechuas que walkirias danzando en el Valhalla. Brasileños bailando samba, croatas con peluca y senegalese­s al ritmo de una especie de Paquito el Chocolater­o, pero con más sol que sombra. Iraníes sonrientes, costarrice­nses que oran y argentinos maldiciend­o como solo ellos saben. Que, por cierto, uno ve la grada llena y se pregunta de dónde sacarán la pasta en el Tercer Mundo. Porque en mi barrio nadie va a Doha. El Mundial nos retiene en casa, para ahorrar. Así que, al final, ni acción ni distracció­n. Me temo que lo nuestro es la inflación.

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