ABC (Castilla y León)

Los salvadores del buey

▶Esta carne escasa y complicada de encontrar en España tiene detrás a románticos que luchan por su calidad

- LUCÍA DÍAZ MADURGA SORIA // ABC

En Andaluz, una localidad de la provincia de Soria que correspond­e a Berlanga de Duero, viven más bueyes en peligro de extinción que habitantes. Pertenecen a la raza Serrana Soriana o Serrana Negra y son los últimos de esta casta que hay en la península. Menos de diez habitantes y 30 cabezas de este ganado son los responsabl­es de mantener viva esta zona de la llamada Laponia española. De ello se encarga Enrique Rubio Romero, que lleva siete años trabajando desde la ganadería que lleva su nombre en la recuperaci­ón de esta raza autóctona para situarla donde se merece.

Antaño, cuando las tareas en el campo eran manuales, los bueyes ayudaban con su fuerza en el cultivo de las tierras, en el tiro de carros, en la movilizaci­ón de los troncos en los pinares o las redes de pesca en los puertos. Con la llegada de la Revolución Industrial, la modernizac­ión y tecnificac­ión de las tareas agrícolas provocó que las máquinas se convirtier­an en el sustituto perfecto de estos animales, empujando a agricultor­es y pescadores a no encontrar ya rentabilid­ad en criar y mantener algunas de estas razas bovinas hasta el punto de dejarlas caer en el olvido. A día de hoy, los bueyes han pasado de ser una herramient­a de los trabajador­es del sector primario para convertirs­e en la delicia de las mesas. Sin embargo, a pesar de que cada vez se escuche más sobre la carne de buey en los restaurant­es, su cría es un acto de amor por el producto y la gastronomí­a, y su fraude es uno de los más comunes en los menús.

Dura, laboriosa, larga en el tiempo y costosa. Así es como se describe esta labor ganadera que define a la perfección la palabra artesanal. Una tarea que no abunda y que, además, no está lo suficiente­mente reconocida. Y es que, a la pregunta de por qué la cría de bueyes escasea –y que no todo lo que dice ser lo es–, la respuesta se encuentra en que, a diferencia de las vacas, estos machos castrados deben vivir al menos cuatro años para considerar­se auténticos. Esto conlleva un esfuerzo no solo de tiempo, sino económico, por lo que supone alimentar y hacer crecer a unos animales que deben llegar a pesar en torno a una tonelada.

Ganadero y escultor, después de años de paciencia y empeño Rubio ha logrado sacar adelante unas bestias considerad­as de protección especial en el catálogo oficial de razas de España. En libertad, sus hasta 1,75 metros de alto de cruz y una cornamenta que llega a 1,20 metros de ancho dan una idea de la imponencia de sus animales.

Intensa, roja y jugosa

«Su alimentaci­ón basada en el pasto autóctono y su libertad en la dehesa dan como resultado una carne intensa, muy roja y jugosa», apunta el ganadero. La singularid­ad en el sabor que destaca también viene dada, según él, por haber castrado a los animales antes del año y por sacrificar­los con siete. «Lo que hacemos es priorizar tener menos carne pero de gran calidad, porque si los cebásemos con pienso, crecerían mucho más, pero la carne sería mucho más engrasada», sostiene.

Durante estos días, se puede probar en diferentes elaboracio­nes

TRANSFORMA­R UN ENCLAVE MINERO

Los bueyes de Valle del Esla, de los propietari­os de la célebre bodega Vega Sicilia, reconvirti­eron hace 23 años estas montañas de León en el restaurant­e El Fogón de El Salvador (Soria) y, en versión menú degustació­n de buey y setas, en Casa Vallecas de Berlanga de Duero, el muncipio donde los cría Rubio.

En medio de la naturaleza de las montañas leonesas, también pastorean libremente desde 1996 los bueyes de Valles del Esla. Detrás de este proyecto se encuentra la familia Álvarez, propietari­a de las célebres bodegas Vega Sicilia. «Surgió como una alternativ­a socioeconó­mica que sirviera de sustento a todos aquellos mineros que se quedaban sin trabajo con el cierre de las minas de carbón de la zona», explica Pablo Maqueda, director comercial y de marketing de la compañía.

Bueyes de raza Parda Alpina, autóctona de León; un matadero y formación como ganaderos, carniceros y matarifes es lo que necesitaro­n para reactivar un área que estaba al borde de la depresión económica, al tiempo que preservaba­n un ecosistema y mantenían la raza. Veintitrés años después, cuentan con 2.300 cabezas de bueyes que se trabajan a través de un sistema de pupilaje gracias a 65 ganaderos locales que los crían y alimentan según unos parámetros establecid­os para lograr la calidad de bienestar y de carne que buscan en su raza.

En ella confían chefs como Carlos Vidueira, de Vaca Nostra, un templo para carnívoros en Madrid, o Iñigo Pérez, que la sirve en su parrilla A’kangas by Urrechu (Alcobendas, Madrid).

El afán de dar a conocer esta excelente carne, sumado al esfuerzo y al trabajo de ganaderos como estos, está logrando hacer entender a cocineros y comensales el valor del buey. El ejemplo perfecto de la estima que se le concede a este producto se encuentra en Japón, con su Wagyu de Kobe, y en Escocia, con el Angus, dos tipos de bovino que también se crían en nuestro país. Esta avanzadill­a de ambos países, y de los productore­s que han ido surgien

do en España, ha servido para que poco a poco se hable cada vez más de la carne de buey. Y no solo eso, si no que también se pague por ella.

En el pequeño pueblo burgalés de Vizmalo, Finca Santa Rosalía lleva 20 años criando bueyes de pura raza japonesa Wagyu. Se trata de un animal que produce una carne con un intenso marmoleado gracias a su alta infiltraci­ón de grasa, convirtién­dolo en uno de los productos más apreciados y selectos del mundo. El proyecto surgió cuando Patxi Garmendia, en un viaje a Argentina, descubrió este ganado y decidió comenzar a criarlo en las llanuras del país latinoamer­icano con el objetivo de traer su carne a España. Dicho y hecho. Dos sementales y varios embriones llevados desde Japón fueron el inicio de una cabaña de ganado que, cuatro años más tarde, se trasladó a Castilla y que actualment­e cuenta con 7.000 cabezas.

«Su riqueza en ácidos grasos insaturado­s –los conocidos como cardiosalu­dables–, le confiere a la carne textura, sabor y jugosidad», explica Carlos Trujillo, veterinari­o responsabl­e del bienestar y cuidado de toda la cabaña. Y es que su controlada alimentaci­ón –compuesta por forrajes verdes y copos de cereales–, sus camas biodegrada­bles que se utilizan después como abono y sus instalacio­nes provistas de un hilo musical con las que se crea un umbral de sonido constante, han dado como resultado una carne de genética propia 100% Wagyu.

Bajo el nombre de esta carne se esconde uno de los fraudes más comunes en los restaurant­es

Calidad desmesurad­a

Los responsabl­es de esta ‘delicatess­en’ aseguran que estas son las claves de su «calidad desmesurad­a», que ha sido certificad­a con el sello de bienestar animal en toda su cadena, desde el nacimiento hasta su sacrificio. También defienden que, frente a otros, el suyo es «un modelo sostenible» que busca reducir los gases contaminan­tes del ganado.

Sus cortes se pueden probar en el asador de la propia finca, en Vizmalo. También en parrillas más modernas como Vôvem, en Marbella, y en distintos platos de 99 sushi bar en Madrid, Barcelona o Bilbao.

Para intentar evitar el fraude de otra de las razas que ha llevado al estrellato la carne de buey, surgió entre Badajoz y Salamanca la Asociación Española de Criadores de Ganado Aberdeen Angus. La apuesta hace ya diez años por este género vacuno llevó a la necesidad de crear una entidad desde la que fomentar la promoción y el desarrollo de la raza pura, además de lograr certificar cada uno de sus canales y cruces. El objetivo es proteger su nombre y a los consumidor­es, explica su presidente, José Luis Pindado. Con 1.800 cabezas de ganado divididas entre 32 ganaderos esparcidos por toda España, y a pesar de seguir siendo una pequeña cooperativ­a, casi la mitad de la cría de Angus del país está en manos de la entidad.

Si bien estos pequeños puntos de Castilla y León son solo el ejemplo de que la cría de buey es una labor que está en alza, el mérito de que sea así –y de los deliciosos bocados que llegan después al plato gracias a esta carne– es suyo. Igual que el mantenimie­nto de unas razas que de no ser por estos románticos de la ganadería se hubieran extinguido.

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 ?? // ABC ?? Buey de la raza Soriana Negra que cría Enrique Rubio, en la imagen, en la conocida como la Laponia española
// ABC Buey de la raza Soriana Negra que cría Enrique Rubio, en la imagen, en la conocida como la Laponia española
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 ?? // ABC ?? Marmoleado de la carne de Wagyu de Finca Santa Rosalía
// ABC Marmoleado de la carne de Wagyu de Finca Santa Rosalía

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