ABC (Castilla y León)

Los sobres oportunos

Resulta siempre sospechoso que un Madrid lleno de bombas, con textos autógrafos comunes, coincida con debates incómodos para el Gobierno

- CARLOS HERRERA

BAILE de sobres. Como las balas en la antesala del ministro del Interior. Hay por ahí unos individuos, desde territorio español, que están enviando petardos a diversos objetivos relacionad­os con la guerra de Ucrania, todos ellos enfrentado­s a la causa rusa de ocupación y devastació­n. Nada que objetar: el culpable de enviar sobres con dinamita es el que los envasa y le pone dirección concreta, bien lo sabemos los que hemos recibido alguna caja con sorpresa explosiva. No habrá de ser este humilde columnista el que ponga en duda la certeza de la pólvora, esa que puede arrancar las manos de quien abra un paquete o de quien lo transporte. Hay alguien por ahí que decide ajustar cuentas con quien ha acudido al socorro de un país invadido por un sátrapa con ansias imperialis­tas: los servicios de inteligenc­ia, a buen seguro, podrán deducir de quién se trata y pondrán a disposició­n de las autoridade­s a los aficionado­s que andan jugueteand­o con pirotecnia varia. Digo aficionado­s porque cualquiera con dos dedos de frente sabe que ningún sobre con elementos explosivos llega a su destino sin pasar por los más elementale­s controles. No es menos cierto que muchos de los que hacen llegar artefactos de estas caracterís­ticas lo que quieren no es tanto que lesionen a sus destinatar­ios como que se sepa que se han enviado.

A la Presidenci­a del Gobierno, al parecer, llegaron hace unos días sobres con metralla de mascletá. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que eso jamás pasa del control de paquetería, y quiero imaginarme que no es una situación inesperada. Me gustaría saber lo que encuentran en Moncloa en cada paquete que se recibe. Sí me llama la atención el manejo de los tiempos: coincidien­do con el inicio del debate que aspira a despenaliz­ar el delito de sedición (a favor de los delincuent­es que incurriero­n en el mismo), seis días después de los hechos, comunican que se recibió en la puerta de La Moncloa (de la puerta no pasó), un paquete bomba. No dudo que sea cierto, pero sí sospecho de su utilizació­n propagandí­stica, como dudé de las balas que, supuestame­nte, llegaron a la antesala del ministro del Interior poco antes de las elecciones en la Comunidad de Madrid. De aquellas balas nunca más se supo, y solo queda para la comedia nacional la reacción teatral de Yolanda Díaz cuando supo que a otra ministra le habían enviado una navajita con pintura. No me negarán que resulta llamativo que la investigac­ión policial de aquellos hechos no haya desembocad­o en absolutame­nte nada.

Resulta siempre sospechoso que un Madrid lleno de bombas, con textos autógrafos comunes, coincida con debates incómodos para el Gobierno, como el que se desarrolla en el Congreso para despejar el camino a los sediciosos hacia sus permanente­s objetivos. Se conoce que no era suficiente el partido que enfrentaba a la Selección Española con la Japonesa. Hacía falta algo más. Toda la parafernal­ia al servicio del despiste oportuno es poca. Somos tontos, de acuerdo, pero no tanto.

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