ABC (Castilla y León)

Verdulería Carrera de San Jerónimo

Con la educación nos pasa como con la democracia: podemos darla por hecho en sitios equivocado­s

- MARÍA JOSÉ FUENTEÁLAM­O

AL frutero de mi antiguo barrio lo he visto llamar por teléfono a un par de colegas de la competenci­a para gestionarl­e a una clienta un manojo de acelgas. A él se le habían terminado y la señora las necesitaba de forma urgente. Moha es hindú y tiene a toda la familia aquí. Sin poder ocultar su orgullo, alguna vez me contó que su hija mayor estudia Medicina. A la mía solía regalarle mandarinas diciéndole que eran las mejores chuches que comería jamás. Se puede saber de salud y de educación sin pisar la Universida­d.

Y al contrario. He ahí el Congreso convertido en una verdulería. Es lo que mi hija llamaría el mundo al revés y cualquier padre o madre concluiría rápidament­e al preguntars­e dónde dejar un rato a tu hijo. En el Congreso, no. Como soy una madre imperfecta alguna sesión le ha tocado ver. Tampoco soy partidaria de abstraer a los niños de la realidad. Menos aún de quitar del diario de sesiones los exabruptos que sus señorías se lanzan unos a otros desde sus institucio­nales escaños. Hacerlo, borrar lo que dicen, es cancelació­n histórica. Encima, luego habría que acudir a los periódicos para buscar la parte chunga y completar lo que de verdad pasó en la Cámara. Pero ¡menos mal! no se borra. Al parecer se señala la expresión como con un negativo, una tarjeta amarilla sin aparentes consecuenc­ias. Luego ya viene el voto y el reflejo en la sociedad, ¿o es al revés? Por mi parte, me alegra que todo quede registrado y como tal pase a la Historia (y aquí usted y yo estamos pensando en la misma persona).

La Carrera de San Jerónimo, la céntrica calle madrileña que alberga la Cámara Baja, era un camino que llevaba hasta el monasterio del santo del mismo nombre. Jerónimo –que se jugó la honra y probableme­nte el pellejo por enseñar en una etapa de su vida a mujeres– fue más que admirado en vida porque tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín. Su obra se conoció como la Vulgata, la versión para el pueblo. Hoy es el patrón de los traductore­s, una disciplina a la que sus señorías tienen que acudir a veces para explicar sus palabras menos elegantes. He dicho lo que se piensa en la calle, he dicho lo que se dice en la ONU.

A diferencia de san Jerónimo, que con su trabajo ilustraba más al pueblo, sus señorías gritonas hacen lo contrario. A algunos se les olvida por completo que están ahí para ayudar al pueblo, lo que incluye entenderse con la competenci­a ya que eso redunda en el bienestar de su parroquia. El error igual es nuestro. Con la educación nos pasa como con la democracia: podemos darla por hecho en sitios equivocado­s.

La acepción negativa de verdulera, utilizada históricam­ente en femenino –mal–, parece que ya está en desuso –bien–. Así que, perdón a todos los verduleros y verduleras por rescatarla un momento, pero sobre todo a los que, como mi frutero, tienen y muestran más educación que algunas de sus señorías.

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