ABC (Castilla y León)

Manolo Escobar y Raphael en Doha

En el estadio Al Khalifa sonaron dos clásicos de la música española, un choque cultural con esta España de Luis Enrique llena de niños nacidos en este siglo

- PÍO GARCÍA ENVIADO ESPECIAL A DOHA

Sonó raro escuchar a Manolo Escobar en el estadio Al Khalifa de Doha, como si aquí también hubiéramos atravesado un agujero de gusano y estuviéram­os en el Benidorm de los años 70. Alguien de la organizaci­ón debe tener el disco o quizá fuera una de esas casetes que se vendían en las gasolinera­s y en las que también salía Concha Velasco, o vaya usted a saber por qué extraños caminos suceden estas cosas, pero este jueves, a las diez menos veinte de la noche hora qatarí, los altavoces de este campo modernísim­o, cuyos arcos parecen los rieles de una montaña rusa, echaron una de Manolo Escobar.

Hasta entonces todo había sido reguetón y que si Titi tenía muchas novias y el quéééédate de Quevedo, pero a los veinte minutos de comenzar el partido, cuando la selección española acabó el calentamie­nto y enfiló el camino de los vestuarios, la cosa se puso seria y sonó Manolo Escobar: «La vida tiene otro sabor y España es la mejor». Luego, para rematarla, cuando Morata metió el gol, pusieron a todo trapo la gran noche de Raphael.

Estas cancioncil­las a Busquets igual le suenan, pero uno se imagina a Pedri, Gavi, Balde y Nico, que casi no han acabado el instituto, mirando al de los discos con el estupor con el que los adolescent­es escuchan a sus padres hablando de música. Estos chavalillo­s ni sabrán quién es Manolo Escobar, pero tienen insolencia y en el momento más grave de sus vidas, cuando les dicen que van a ser titulares con España, en lugar de abismarse en sus pensamient­os y fruncir aparatosam­ente el ceño, sonríen con picardía y guiñan un ojo durante el himno, como hizo Williams, que fue una manera de decirle al mundo que lo mismo le daba jugar un partido en este escenario apoteósico que echar un gol portero con sus colegas en el patio de la escuela.

Pero no daba lo mismo, claro. En la segunda parte se vio que este no iba a ser un encuentro para andar paseando relajados sino para apretar los dientes y no dejarse engañar por Japón, que es una selección muy traicioner­a y tiene a un delantero centro con el pelo rapado que podría ganarse el sueldo haciendo de extra en películas de Tarantino. A Gavi ya se le había borrado del

todo la sonrisa cuando lo cambiaron y Ansu, que salió al campo en su lugar, miraba al infinito con un gesto entre resolutivo y temeroso, como diciendo «ay, madre, la que se me viene encima».

A España le estaba robando el carro Japón y los chavales, que no conocen la discografí­a de Manolo, miraban al suelo con cara de no creérselo. Tampoco se lo creía Luis Enrique, con la sonrisa de los prolegómen­os transforma­da definitiva­mente en rictus, y las arrugas cada vez más marcadas, profundísi­mas, como si le hubieran arado la cara. Pau Torres, que en los días buenos parece un central pintado por Botticelli, se estaba convirtien­do en estatua de mármol a medida que pasaban los minutos, con su rostro cerúleo cada vez más inescrutab­le, casi sin vida. Dani Olmo, que tuvo una buena ocasión en los últimos minutos, torció la boca y soltó al cielo qatarí un insulto que era más un grito de desesperac­ión.

Cuando acabó el partido y los jugadores japoneses salieron en tromba a festejar la victoria y su clasificac­ión, los españoles, que pasan a octavos de rebote, se juntaron en el centro del campo cariaconte­cidos, enfadados, definitiva­mente tristes. Muchos dieron la mano a sus rivales como dejándola caer, cuando tendrían que haberles mirado a los ojos y haberles hecho una reverencia como a los viejos maestros de kung fu. A los vestuarios los españoles entraron sin ganas, arrastrand­o los pies, humillados.

Anoche, en fin, sonó en el estadio Al Khalifa Manolo Escobar y por un momento pareció que habíamos atravesado un agujero de gusano y estábamos viendo a la España de los años 70, esa selección agónica y peluda que encajaba pavorosas derrotas y nunca pasaba de cuartos. Quizá los chavales hayan aprendido alguna provechosa lección.

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// REUTERS Luis Enrique, cariaconte­cido por el resultado

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