ABC (Castilla y León)

Cántico de bronce

- ANA PEDRERO

En Zamora todavía es posible escuchar el toque de las campanas rompiendo el silencio de los días. Cada vez que suenan, palomas y golondrina­s echan a volar revueltas, como si fuese la primera vez.

Aún quedan en mi ciudad torres y espadañas con campanas de toque manual y una asociación de campaneros vela en la provincia para que no se pierdan los sonidos que marcaban la vida de los pueblos cuando eran el altavoz de todo: ritos ceremonial­es, misas y domingos, nacimiento­s o entierros, repicando de alegría o llorando, avisando de fuegos y catástrofe­s; contando, cantando las horas que aquí pasan más lentas. Son el cántico del bronce, instrument­o de una sola cuerda, el pulso, un conocimien­to antiguo que se pierde como tantas cosas a las que por cotidianas no damos importanci­a.

Me gustan las campanas en la mañana de Navidad o en la medianoche de la Nochebuena cuando anuncian el nacimiento del Dios Niño. Desde mi casa escucho cómo se funden los sonidos del pequeño convento de Las Marinas y el del Tránsito, el repique solemne de San Ildefonso y la Catedral como una sinfonía gozosa. Me pellizca el alma la gravedad de La Bomba de la Torre del Salvador en la tarde del Miércoles Santo cuando Zamora jura silencio a los pies del Cristo de las Injurias y se calla el mundo.

Me emocionan los toques en San Antolín cuando sale la Patrona, la Virgen de La Concha en romería el Lunes de Pentecosté­s y resuenan las dulzainas y redoblante­s sobre el tomillo recién cortado. Me sobrecoge el tañido legendario de Verdosa y Bamba, las campanas malditas de Valverde de Lucerna, que tocan sumergidas bajo las aguas de Sanabria en la noche de San Juan; me provoca ternura la humilde campana de la ermita de Valderrey, donde Zamora celebra la Pascua con el Cristico llenando la pradera de vida después de la muerte.

Siempre llevaré dentro el toque de las Dueñas de Cabañales saludando desde la clausura a nuestro Jesús Luz y Vida cuando vamos camino del cementerio el Sábado de Pasión o el repicar de las Marinas en la mañana de Resurrecci­ón cuando Cristo sube por la cuesta de casa abriendo la primavera.

Son la música de los recuerdos, patrimonio intangible, sonoro, de nuestras raíces. Llamada a la vida en una tierra que muere donde no sabemos por quién doblan las campanas.

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