Hubo una España guapa
Cómo recuperar la elegancia sencilla que tuvo esa España bonita que ya pertenece al mundo de ayer
HA sido denunciada por sexista una etiqueta de vino del Bierzo que mostraba una mujer de espaldas, en bañador. Con ello se confirma que las feministas atacan los cánones de belleza, borrando sus mundillos de lo sutil. Por el amor de Dios. Antes era posible evocar la belleza en una etiqueta de vino, porque el buen vino es la medida de todas las cosas. Si no estaba a la altura de su precio, podía usted ponerse el abrigo y marcharse sin pagar; abofetear al gerente era una opción, en absoluto excesiva. Lo de censurar a la bodega porque hay una mujer en la etiqueta, eso sí que no acabo de entenderlo.
Empiezo a pensar que la nueva moral feminista acaba afectando lo estético, por más que esta relación no sea automática. La única razón de la pintura es la belleza, no tiene sentido acusar a un artista de sexualizar a la mujer. Por otro lado, aún no les perdono aquel anuncio del verano pasado retocado con Photoshop. «El verano también es nuestro», decía. No hay derecho, ni lo había, a pintarle a esa mujer pelos en el sobaco. Además se trata de mujeres que no representan el verano ni la gracia, ni nada que no sea la sobrealimentación. Claro que algún genio listo decidió que aquello era moderno y transgresor.
Yo no creo que los anunciantes del vino hayan delinquido en nada. Más bien pareciera que hay dos estéticas, la femenina y la de estas feministas, que universalizan su mal gusto. Han establecido arquetipos de ‘belleza no normativa’ que parecen sacados del catálogo de Primark. Su obsesión con censurar y moralizar el arte denota un progresismo artificial, nada han heredado de aquel mundo de libre imaginación que rompió los esquemas durante La Movida. Aquella generación era verdaderamente rupturista, tenía una fascinación por la belleza y los mundillos sutiles de la imaginación. Eran hedonistas, irónicos, subversivos de verdad. Éstas de ahora intentan ser transgresoras y solo logran ser monjas. Y más horteras que un Primark en rebajas.
En mi adolescencia las chicas podíamos ser modernas y femeninas, respirábamos algo de esa libertad heredada de la generación anterior. Cantábamos canciones de Hombres G mientras bajábamos por Santa Bárbara oliendo el perfume del verano en la noche madrileña. Era una España más libre y civilizada. La felicidad de los que crecimos en esa España guapa era rutinaria e inconsciente. Ahora la belleza, para los nuevos defensores de lo no normativo, es, en todos los casos concretos, el franquismo. Es normal que sintamos una reacción contra determinadas saturaciones de estupidez y censura, el nacimiento de una rebeldía interior. Tal vez algunos sean muy jóvenes y desconozcan esta verdad: hubo una España guapa, de españoles con buena educación y mucha clase y entre ellos, algunos fueron modernísimos y rebeldes. La etiqueta, el buen gusto y la clase no tienen ideología ni tampoco obedecen modas culturales. Cómo recuperar esa elegancia sencilla que tuvo la España bonita, una España que ya pertenece al mundo de ayer.