ABC (Castilla y León)

Los fondos buitre alzan el vuelo de España

España es ya objeto de habladuría­s de inversores entre canapés y copas, cual factor de riesgo elevadísim­o en los radares de los fondos más agresivos, que se dividen entre los que buscan países menos expuestos y los que esperan una catarsis para llenarse l

- MARÍA JESÚS PÉREZ

EEl jefe de BlackRock ya pide a políticos y ejecutivos que espabilen, que parecen tener los pies en otro planeta

L próximo año presenta un panorama aún más incierto para la economía global. Y España aparece ya como un factor de riesgo elevadísim­o en los radares de los fondos más agresivos –cual ave rapaz denominado buitre, a los que se acusa de planear a gran altura con una privilegia­da vista aguda para localizar a su próxima víctima– que se dividen entre los que buscan países menos expuestos y los que esperan una catarsis para llenarse los bolsillos a fuerza de gangas. Si en canapés neoyorquin­os algunos de ellos ya van deslizando que en España se legisla contra la inversión, que se sienten engañados y que se vislumbran años de insegurida­d jurídica por ello, algo hay. De momento, sitúan por ahí la fecha clave en el calendario inversor a octubre de 2023, tiempo de próximas refinancia­ciones, aunque los tipos en ascenso no ayudan en nada y pueden acortar plazos.

De hecho, los analistas coinciden en que nos adentramos en un periodo de tipos de interés idéntico al que precedió a la gran crisis financiera. Elevadas dosis de volatilida­d e incertidum­bre serán los patrones de funcionami­ento en economías y compañías que, agobiadas por una presión desconocid­a para financiars­e, tendrán que adoptar estrategia­s de toma de decisiones nunca antes desplegada­s. El problema español no será tanto la inflación, apalancada en torno al 6%, como el crecimient­o birrioso de la economía, o «anémico» tal y como está alertando Larry Fink, el jefe de uno de los fondos más presentes en nuestras empresas, BlackRock, para que espabilen los políticos y ejecutivos que parecen tener los pies en otro planeta, tan lejano como las posibilida­des de acierto de sus asesores de cámara y tente mientras cobro.

Los mercados descuentan que la guerra de Ucrania se mantendrá al menos mientras el ‘general invierno’ obra en favor de Putin y la crisis energética tiene por delante seis meses de fabuloso desafío. Alemania está pendiendo del hilo ruso para no congelarse y la Francia de Emmanuel Macron quiere arrimar el ascua a su sardina para tomar la silla de un liderazgo europeo que, sencillame­nte, está vacía. La economía española sufrirá su alícuota parte más un plus de incentivo por un curso electoral en el que la caja pública padecerá las tensiones de sufragar ayudas sociales para contentar a los votantes allí donde no ha podido llegar un pacto de rentas que solo existe en la boca pequeña de la política.

El Gobierno Sánchez ataca los problemas por la vía ontológica: que hay parados, pues se les llama fijos discontinu­os en activo y se les saca de las listas. Que hay sediciosos, pues se elimina el delito de sedición. En ese plan los dineros han terminado por tomarle el paso a un Ejecutivo inflamado y en huida hacia adelante y han empezado a poner chinchetas rojas en el corcho de las inversione­s nacionales. Hasta los fondos buitre, habituados a turbulenci­as y género averiado, recelan de un panorama demasiado aventurado, temerario a partir del segundo trimestre. Las empresas apenas tienen recursos contables disponible­s para salvar un ebitda al que la revisión salarial de final de año dársela puntilla. Hasta el Banco de España ha desmontado con datos el relato de la acumulació­n de beneficios extra por parte de las empresas, que ha servido de excusa al Gobierno para endosarles nuevos gravámenes solidarios. Concluye que el tejido empresaria­l está viendo erosionada­s sus rentas como los trabajador­es y que aún no han recuperado los márgenes de 2019.

Pero eso a Pedro Sánchez y los suyos les da igual, porque ahora están en que el presidente de los empresario­s, Antonio Garamendi, se haga la fotografía con los sindicatos aparentand­o una paz social que no existe y un buenismo que no conduce a nada bueno. Pregúntele a los agregados comerciale­s; escuchen lo que se dice por Bruselas sobre lo que viene en 2023. Y presten también atención a los balances de la banca, donde los ahorros están saliendo a toda velocidad para llegar a fin de mes o en busca de recintos de mayor solvencia y rentabilid­ad.

Más cifras para darle una repensada a la situación global. La ayuda anticrisis le ha costado a Europa casi 700.000 millones, de los cuales casi 300.000 son fondos de Alemania. El canciller Scholz no quiere ni oír hablar de mayor solidarida­d, porque sabe que la ayuda empieza por uno mismo y que la lluvia de euros acaba donde empieza su dependenci­a del gas ruso. Bruselas, espoleada por Alemania, presiona a Calviño para que ponga fin de inmediato a las ayudas generaliza­das, para que se centren exclusivam­ente en colectivos vulnerable­s previament­e certificad­os. Según sus cuentas dos de cada tres euros que se han destinado a paliar la crisis no se han centrado en los sectores más vulnerable­s. Y eso se ha acabado. Sánchez, está claro, huye de esta exigencia, porque necesita votos y verán qué pronto empieza con la cantinela de la justicia equitativa progresist­a para intentar victimizar­se y usar los dineros de Europa sin dar explicacio­nes y sin un criterio técnico demostrabl­e. Alemania y Bruselas se lo han dicho a España: la anestesia general solo estaba pensada para un momento de ‘shock’ concreto como el estallido de la crisis, pero nunca como medida generaliza­da y extendida en tiempo para compensar la pérdida de riqueza de gobiernos, empresas y familias. El riesgo es que el paciente sea irrecupera­ble. Eso, claro, a Sánchez también le da igual. Después de las elecciones y de él, la eternidad.

De momento, continúa la ocupación de institucio­nes y empresas. Atentos porque la nueva generación del capitalism­o de amiguetes, la ‘beatiful blue’ del sanchismo, tiene prisa y lo que quiere lo quiere ya. Necesitan silencio cómplice y comprensió­n general: ellos lo valen y, muy en el fondo, son unos tipos simpáticos. No es para menos que ni los fondos buitre –los Apollo, BlackRock, Blackstone, Cerberus, CVC...– se quieran arrimar y planean ya por otros cielos ojo avizor. Vaya género.

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