Cuestión de respeto
La leyenda negra nos ha hecho mucho daño y hemos acabado interiorizando las maldades que desde el extranjero se han dicho de nosotros». Con estas palabras se expresaba hace poco más de dos años el historiador Fernando García de Cortázar en un artículo en este mismo diario, al poner el dedo en una de las llagas por las que más sangra la opinión pública española. Un complejo no superado, una flagelación pertinaz que tiende a centrarse sobre todo en la conquista de América, una globalización cultural, política, lingüística y religiosa de la que debemos sentirnos orgullosos, a pesar de que hubo errores y abusos, contra la que siempre ha arremetido el imperialismo anglosajón con el propósito de humillarnos. Ya saben: nosotros no permitimos la esclavitud, evangelizamos a las poblaciones indígenas cuando ellos las eliminaban, creamos el derecho de gentes desde Salamanca, levantamos catedrales y fundamos unas cuantas universidades, entre otros hitos.
Los españoles, que éramos marinos y no piratas, tampoco fuimos crueles. Lo reconoce Alfonso Borrego, biznieto del líder apache Gerónimo –que no por casualidad sabía hablar castellano–, cuando se le pregunta por la presencia hispana en el suroeste de Estados Unidos desde finales del siglo XVI. Pero claro, si a los prejuicios propios, con el agravante de ser un pueblo con una debilitada identidad nacional, le sumamos la eclosión de populismo presente a ambos lados del Atlántico, la maquinaria de la mentira se pone a centrifugar. Al tirano Maduro le encanta instar a los españoles a pedir perdón por los excesos cometidos, burda propaganda cuando la gente sobrevive con la cartilla de racionamiento, mientras el presidente de México sale por peteneras ante Felipe VI con el mismo propósito en referencia a Hernán Cortés. Como hay tarados por doquiera, en Los Ángeles retiraron la estatua de Colón por genocida y en Valladolid, un 12 de octubre de 2019, pintaron de rojo el monumento al descubridor, con un corolario antológico: «El españolismo es fascismo». Pues vale.
Un año después, simpatizantes de Vox montaron una carpa y una mesa informativa en la plaza de Colón de esta ciudad, con autorización gubernativa y ya de paso, por la noche, hacer guardia ante el conjunto por si se repetía la gamberrada. Pero la Policía Municipal entendió que esa función sobrepasaba el permiso concedido, y les obligó a recoger los bártulos. Ahora, tras el recurso presentado por el partido, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León declara ilegal la retirada de la mesa y obliga al Ayuntamiento a pagar 2.500 euros por daños morales a la formación política, al considerar que se produjo «una grave e injustificada restricción del derecho de reunión». De manera que tenemos un monumento a la Hispanidad pintado de rojo como consecuencia de la leyenda negra y un Consistorio apercibido por la justicia. Todo es cuestión de respeto: a la cultura, a la ley, a la historia y, más aún, a la verdad.