ABC (Castilla y León)

Un constituci­onalismo atacado

- POR ALBERTO NÚÑEZ FEIJÓO Alberto Núñez Feijóo es presidente del Partido Popular

«La Constituci­ón, que es tanto como decir la democracia española, ha sufrido pruebas existencia­les muy duras, crueles incluso, desconocid­as para la mayor parte de los países de nuestro entorno, como el golpe de Estado de 1981 o los ataques terrorista­s de ETA que siembran el dolor de la sociedad española. Frente a ellas, el pueblo español y las institucio­nes que expresan su voluntad actuaron con firmeza, resolución y sin alterar el marco legal que nos habíamos dado»

CCREO interpreta­r el sentimient­o de buena parte de los españoles al decir que este aniversari­o de la Constituci­ón tiene un sabor agridulce. Es verdad que los logros propiciado­s por nuestra ley de leyes son cuantiosos. Cuando llega esta efeméride los interpreta­mos con el orgullo de ser partícipes de la transforma­ción de un país que en 1978 encuentra un camino amplio e integrador por el que transitar de la mano. Basta con un somero repaso a la historia de nuestro constituci­onalismo para concluir que esta Constituci­ón no es una más, sino la frontera que marca el paso de una España dividida a otra unida. No es ‘una’ Constituci­ón, sino ‘la’ Constituci­ón. También en nuestra patria existía un muro que separaba a los españoles y que es derribado pacíficame­nte recurriend­o a la piqueta del entendimie­nto.

Muchos son los sinónimos que están asociados a la Carta Magna de los españoles. Elijo tres: reencuentr­o, concordia y unidad. Nos reencontra­mos con españoles que albergaban el mismo deseo de caminar juntos para fundirnos en ese abrazo que plasmó la pintura ‘El abrazo’ de Juan Genovés. Nos animó una concordia que no borraba las diferentes maneras de sentir España, sino que permitía un diálogo entre ellas y la construcci­ón de puntos de encuentro. Inspiró, en fin, una unidad que ha permitido derrotar a los enemigos de la convivenci­a que durante este largo periplo han querido retornar al pasado.

Porque la Constituci­ón, que es tanto como decir la democracia española, ha sufrido pruebas existencia­les muy duras, crueles incluso, desconocid­as para la mayor parte de los países de nuestro entorno, como el golpe de Estado de 1981 o los ataques terrorista­s de ETA que siembran el dolor de la sociedad española. Frente a ellas, el pueblo español y las institucio­nes que expresan su voluntad actuaron con firmeza, resolución y sin alterar el marco legal que nos habíamos dado. La misma reacción que se produjo también ante la intentona separatist­a de 2017, que ataca la autonomía constituci­onal del pueblo catalán, en la que sus impulsores aspiraron a destruir un diálogo democrátic­o en el que carecen de argumentos.

Siempre que el orden constituci­onal se ha visto amenazado, con más o menos intensidad, hubo una respuesta serena de la ciudadanía unida al acuerdo de las fuerzas democrátic­as, el funcionami­ento acorde de las institucio­nes del Estado de derecho y una plena aplicación del repertorio que ofrece la ley.

En todos los ataques sufridos se demuestra que nuestra democracia es robusta, madura y también eficaz a la hora de repelar las agresiones de que es objeto. Las heridas que abren son innegables, pero el pueblo español es capaz de recuperars­e y seguir transitand­o por el camino abierto en 1978.

En él seguimos. Sin embargo, la celebració­n de hoy es diferente porque, si bien la Constituci­ón en su textualida­d permanece incólume, el espíritu que animó su redacción se está viendo seriamente alterado. La causa se encuentra en fuerzas que, a pesar de no disimular su deseo de destruir el marco constituci­onal, forman parte de la precaria y oportunist­a mayoría gubernamen­tal. Quienes protagoniz­aron el intento separatist­a de 2017 modelan a su gusto el Código Penal; los herederos políticos de Batasuna definen los límites de la memoria democrátic­a; y los sucesores de los que se empeñaron en hacer descarrila­r la Transición marcan el rumbo del Gobierno.

Aquellos que estaban en contra de la Constituci­ón desde su redacción y promulgaci­ón son los mismos que la siguen atacando a día de hoy, con la diferencia de que ahora sustentan el Gobierno, lo condiciona­n a su antojo y lo utilizan para tratar de desmontar lo que ellos mismos denominan «el régimen del 78».

Aquellos tres sinónimos de la Constituci­ón a los que antes me refería (reencuentr­o, concordia y unidad) siguen plenamente vigentes en la sociedad española, pero en el frente que forman el Gobierno y sus socios han sido sustituido­s por el desencuent­ro, la discordia y la división. Hay un deseo indisimula­do de excluir a la mayoría de los españoles de decisiones trascenden­tales que afectan a la convivenci­a. Se trata de decisiones, medidas o legislacio­nes que, aun siendo muy graves considerad­as de forma individual, adquieren toda su dimensión contemplad­as en su conjunto. Existe un común denominado­r que no es otro que revertir la Transición democrátic­a y abandonar el camino que emprendimo­s juntos en 1978 para iniciar otro más estrecho y tortuoso en el que cualquier despropósi­to, antes inimaginab­le, ahora es perfectame­nte posible. Para ello es esencial desprotege­r la Constituci­ón, ahora derogando la sedición sin que hayan desapareci­do los sediciosos, y mañana mediante interpreta­ciones sesgadas que permitan desmontarl­a de manera disimulada.

Todo este regreso al pasado de la España dividida por muros, se produce además cuando el contexto económico doméstico e internacio­nal obligaría a acentuar lo que nos une y priorizar la atención a las preocupaci­ones perentoria­s de los españoles. Como ya ha sucedido en otras crisis, la Constituci­ón podría servir para afianzar el sentimient­o de comunidad, y en cambio se pone a merced de sus adversario­s declarados con el único fin de que el presidente del Gobierno resista, aunque no gobierne.

No es misión de un político limitarse a describir lo que pasa, sino que debe aportar ideas para que no pase. En este caso, la primera fue instar a una recuperaci­ón de los acuerdos de Estado entre las dos grandes fuerzas que lo vertebran. Así se hizo, pero sin obtener respuesta de quienes estaban empeñados en levantar un muro. Una vez frustrada esta vía, la misión de quienes nos esforzamos en representa­r a la mayoría moderada de nuestra Nación es, en primer término, poner de relieve que se busca un retroceso que nos llevaría a la España convulsa que la Constituci­ón combatió con eficacia. No se nos lleva al futuro, sino al pasado.

En segundo lugar, quiero recordar que la soberanía popular reside en el conjunto de los ciudadanos. De ellos depende en última instancia que las agresiones a la Constituci­ón sean reversible­s, de manera que esta etapa sea un paréntesis en la marcha de la España constituci­onal. Pasar de una política entendida siempre ‘contra alguien o contra algo’ por otra que impulsa acuerdos que están a favor de las mayorías está en manos de nuestros compatriot­as. Esa es la gran lección que se contiene en la Constituci­ón de 1978. La Constituci­ón de todos, con todos, para todos.

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