Un constitucionalismo atacado
«La Constitución, que es tanto como decir la democracia española, ha sufrido pruebas existenciales muy duras, crueles incluso, desconocidas para la mayor parte de los países de nuestro entorno, como el golpe de Estado de 1981 o los ataques terroristas de ETA que siembran el dolor de la sociedad española. Frente a ellas, el pueblo español y las instituciones que expresan su voluntad actuaron con firmeza, resolución y sin alterar el marco legal que nos habíamos dado»
CCREO interpretar el sentimiento de buena parte de los españoles al decir que este aniversario de la Constitución tiene un sabor agridulce. Es verdad que los logros propiciados por nuestra ley de leyes son cuantiosos. Cuando llega esta efeméride los interpretamos con el orgullo de ser partícipes de la transformación de un país que en 1978 encuentra un camino amplio e integrador por el que transitar de la mano. Basta con un somero repaso a la historia de nuestro constitucionalismo para concluir que esta Constitución no es una más, sino la frontera que marca el paso de una España dividida a otra unida. No es ‘una’ Constitución, sino ‘la’ Constitución. También en nuestra patria existía un muro que separaba a los españoles y que es derribado pacíficamente recurriendo a la piqueta del entendimiento.
Muchos son los sinónimos que están asociados a la Carta Magna de los españoles. Elijo tres: reencuentro, concordia y unidad. Nos reencontramos con españoles que albergaban el mismo deseo de caminar juntos para fundirnos en ese abrazo que plasmó la pintura ‘El abrazo’ de Juan Genovés. Nos animó una concordia que no borraba las diferentes maneras de sentir España, sino que permitía un diálogo entre ellas y la construcción de puntos de encuentro. Inspiró, en fin, una unidad que ha permitido derrotar a los enemigos de la convivencia que durante este largo periplo han querido retornar al pasado.
Porque la Constitución, que es tanto como decir la democracia española, ha sufrido pruebas existenciales muy duras, crueles incluso, desconocidas para la mayor parte de los países de nuestro entorno, como el golpe de Estado de 1981 o los ataques terroristas de ETA que siembran el dolor de la sociedad española. Frente a ellas, el pueblo español y las instituciones que expresan su voluntad actuaron con firmeza, resolución y sin alterar el marco legal que nos habíamos dado. La misma reacción que se produjo también ante la intentona separatista de 2017, que ataca la autonomía constitucional del pueblo catalán, en la que sus impulsores aspiraron a destruir un diálogo democrático en el que carecen de argumentos.
Siempre que el orden constitucional se ha visto amenazado, con más o menos intensidad, hubo una respuesta serena de la ciudadanía unida al acuerdo de las fuerzas democráticas, el funcionamiento acorde de las instituciones del Estado de derecho y una plena aplicación del repertorio que ofrece la ley.
En todos los ataques sufridos se demuestra que nuestra democracia es robusta, madura y también eficaz a la hora de repelar las agresiones de que es objeto. Las heridas que abren son innegables, pero el pueblo español es capaz de recuperarse y seguir transitando por el camino abierto en 1978.
En él seguimos. Sin embargo, la celebración de hoy es diferente porque, si bien la Constitución en su textualidad permanece incólume, el espíritu que animó su redacción se está viendo seriamente alterado. La causa se encuentra en fuerzas que, a pesar de no disimular su deseo de destruir el marco constitucional, forman parte de la precaria y oportunista mayoría gubernamental. Quienes protagonizaron el intento separatista de 2017 modelan a su gusto el Código Penal; los herederos políticos de Batasuna definen los límites de la memoria democrática; y los sucesores de los que se empeñaron en hacer descarrilar la Transición marcan el rumbo del Gobierno.
Aquellos que estaban en contra de la Constitución desde su redacción y promulgación son los mismos que la siguen atacando a día de hoy, con la diferencia de que ahora sustentan el Gobierno, lo condicionan a su antojo y lo utilizan para tratar de desmontar lo que ellos mismos denominan «el régimen del 78».
Aquellos tres sinónimos de la Constitución a los que antes me refería (reencuentro, concordia y unidad) siguen plenamente vigentes en la sociedad española, pero en el frente que forman el Gobierno y sus socios han sido sustituidos por el desencuentro, la discordia y la división. Hay un deseo indisimulado de excluir a la mayoría de los españoles de decisiones trascendentales que afectan a la convivencia. Se trata de decisiones, medidas o legislaciones que, aun siendo muy graves consideradas de forma individual, adquieren toda su dimensión contempladas en su conjunto. Existe un común denominador que no es otro que revertir la Transición democrática y abandonar el camino que emprendimos juntos en 1978 para iniciar otro más estrecho y tortuoso en el que cualquier despropósito, antes inimaginable, ahora es perfectamente posible. Para ello es esencial desproteger la Constitución, ahora derogando la sedición sin que hayan desaparecido los sediciosos, y mañana mediante interpretaciones sesgadas que permitan desmontarla de manera disimulada.
Todo este regreso al pasado de la España dividida por muros, se produce además cuando el contexto económico doméstico e internacional obligaría a acentuar lo que nos une y priorizar la atención a las preocupaciones perentorias de los españoles. Como ya ha sucedido en otras crisis, la Constitución podría servir para afianzar el sentimiento de comunidad, y en cambio se pone a merced de sus adversarios declarados con el único fin de que el presidente del Gobierno resista, aunque no gobierne.
No es misión de un político limitarse a describir lo que pasa, sino que debe aportar ideas para que no pase. En este caso, la primera fue instar a una recuperación de los acuerdos de Estado entre las dos grandes fuerzas que lo vertebran. Así se hizo, pero sin obtener respuesta de quienes estaban empeñados en levantar un muro. Una vez frustrada esta vía, la misión de quienes nos esforzamos en representar a la mayoría moderada de nuestra Nación es, en primer término, poner de relieve que se busca un retroceso que nos llevaría a la España convulsa que la Constitución combatió con eficacia. No se nos lleva al futuro, sino al pasado.
En segundo lugar, quiero recordar que la soberanía popular reside en el conjunto de los ciudadanos. De ellos depende en última instancia que las agresiones a la Constitución sean reversibles, de manera que esta etapa sea un paréntesis en la marcha de la España constitucional. Pasar de una política entendida siempre ‘contra alguien o contra algo’ por otra que impulsa acuerdos que están a favor de las mayorías está en manos de nuestros compatriotas. Esa es la gran lección que se contiene en la Constitución de 1978. La Constitución de todos, con todos, para todos.