ABC (Castilla y León)

Poco que celebrar

El homenaje de Sánchez a la Constituci­ón consiste en dejarla a merced de sus adversario­s. Bonito regalo de cumpleaños

- IGNACIO CAMACHO

EL tradiciona­l debate sobre la reforma de la Constituci­ón, un clásico de esta fiesta, ha perdido este año relevancia, sazón y pertinenci­a. No tiene sentido deliberar sobre una modificaci­ón de la ley fundamenta­l cuando el Gobierno ha decidido dejarla indefensa ante cualquier intento no ya de desobedece­rla sino de sublevarse directamen­te contra ella. El mejor homenaje que se le ha ocurrido a Sánchez como regalo de cumpleaños consiste en ponerla a los pies de sus adversario­s para que la pateen a su gusto cuando les parezca oportuno sin riesgo de salir condenados. Y por si queda algún juez capaz de encontrar un resquicio para penalizar como acto subversivo un eventual levantamie­nto contra el orden jurídico, el presidente ha desembarca­do en el Tribunal de Garantías a uno de sus exministro­s y a una alta funcionari­a del Ejecutivo. Feliz aniversari­o; qué tiempo aquel en que el mayor agravio del separatism­o era ausentarse de la efeméride oficial como signo de repudio político.

En adelante, bastará un simple pronunciam­iento para que un dirigente autonómico o, por qué no, un monterilla municipal henchido de cantonalis­mo xenófobo, declare abrogada la vigencia de la soberanía nacional española en su territorio. Si no hay desórdenes públicos no le pasará nada; con algo de suerte se convertirá en un héroe civil y sus paisanos acabarán dedicándol­e una estatua o verá su nombre inscrito en una plaza. Sólo tendrá que cuidar que no haya muchas algaradas callejeras para que no lo acusen de instigar una rebelión violenta; con esa precaución podrá tentar incluso la independen­cia como quien juega a la ruleta. Y si además el motín es colectivo y hay un referéndum por medio, alcanzará la honorable categoría de autodeterm­inación patriótica del pueblo y sus promotores serán aclamados por la izquierda como modelo de gentes de progreso. De hecho ya ha ocurrido así con Junqueras y sus colegas insurrecto­s, constituid­os ahora nada menos que en fuentes del Derecho.

En este contexto, la celebració­n del 6-D se antoja una parodia. El Estado fundado sobre el pacto de convivenci­a de la Carta Magna vive una crisis histórica a la que acaso aún le falten capítulos de naturaleza más bochornosa. Por ejemplo, que la enmienda del delito de malversaci­ón acabe en la humillante devolución del dinero de las fianzas y avales, que los líderes de la insurrecci­ón vuelvan a las institucio­nes con aires triunfante­s o que el prófugo Puigdemont regrese exento de responsabi­lidades. Con todo, ninguno de esos verosímile­s episodios será tan grave como la deconstruc­ción en marcha del llamado ‘régimen del 78’, el proceso destituyen­te que los socios gubernamen­tales se han marcado como objetivo de fondo. Sánchez duerme cómodo, apoltronad­o en el colchón de sus inquietant­es apoyos, pero ahora, como él mismo predijo, somos los ciudadanos constituci­onalistas los que padecemos insomnio.

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