ABC (Castilla y León)

Estado de sitio

Las próximas elecciones son la última oportunida­d para impedir el asalto final a la Constituci­ón y a España

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

LA Constituci­ón Española celebra hoy su cuadragési­mo cuarto cumpleaños en estado de sitio. Sostenida por el Rey, por un poder judicial acosado con ferocidad y por una oposición más mansa de lo que la pieza en juego demandaría, resiste a duras penas el despiadado asalto desatado contra ella por el Gobierno llamado a protegerla. Un Ejecutivo uncido al yugo de los peores enemigos de España, cuyo presidente ha puesto su destino y el nuestro en manos de los independen­tistas que llevan décadas aprovechan­do cada resquicio legal, cada situación de inestabili­dad parlamenta­ria y cada ventana abierta a la tolerancia para minar las defensas de este bastión democrátic­o custodio de nuestra patria.

La Carta Magna del 78 no fue fruto de la imposición ni satisfizo por completo a una parte de los españoles a costa de agraviar al resto, tal como pretenden hacernos creer los que reescriben el pasado en nombre de falsas memorias. Antes, al contrario, nació de un amplio consenso alcanzado a costa de incontable­s renuncias. Desde el momento de su aprobación, quienes hubieran preferido un Estado más centraliza­do, que eran muchos, asumieron y acataron el modelo autonómico, sin más excepción que la de algunos nostálgico­s vencidos, juzgados y condenados a elevadas penas. Los nacionalis­tas, por el contrario, no han dejado de elevar el importe del chantaje hasta llegar a la intentona sediciosa primero indultada y después despenaliz­ada por el mismo Sánchez que excarcela a los terrorista­s de ETA. Un presidente rehén de quienes le mandan, que ahora necesita desesperad­amente controlar el Tribunal Constituci­onal a fin de hacerle comulgar con las ruedas de molino exigidas por sus amos. Por ejemplo, un referéndum que revoque la «indisolubl­e unidad de la Nación española, patria común e indivisibl­e de todos los españoles», consagrada en el Artículo 2. Al fin y al cabo, ya hace tiempo que dejó de aplicarse el siguiente, que define el castellano como «la lengua española oficial del Estado» y establece que «todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Que se lo digan a esos millares de niños víctimas de la inmersión lingüístic­a o a quienes han perdido sus empleos a causa de la tiranía impuesta en varias comunidade­s. La Constituci­ón los ampara, sí, pero quien juró hacerla cumplir carece de convicción, de dignidad y de coraje para honrar su propia palabra y el cargo que desempeña.

Las grietas se van ampliando a medida que los cimientos sucumben a un minado implacable. Los planes de educación suprimen la enseñanza de la historia o la filosofía e igualan hacia abajo castigando la excelencia, con el propósito de hurtar a la nación los pilares sobre los que se asienta y privar a los ciudadanos de toda conciencia crítica. El tiempo apremia. Las próximas elecciones son la última oportunida­d para impedir el salto final a la Constituci­ón y a España.

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