«Occidente ha avanzado más en el terreno de la libertad que el resto»
▶El presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas explora la historia intelectual de Europa en su obra ‘Biografía de la libertad’
Europa sin el Renacimiento es como una sala de espera sin esperanza o un intelectual sin ideas propias. «¡No nos quites el Renacimiento, por lo que más quieras! No podemos vivir sin él», bromeaba en sus obras el gran filósofo Johan Huizinga. Este periodo innegociable para la civilización es el punto de partida para el monumental proyecto de Benigno Pendás, jurista, historiador de las ideas y presidente del Instituto de España, quien se ha propuesto recorrer en seis tomos el pasado a través de la perspectiva del poder político y la libertad individual. Por el camino tiene tiempo para colocar en su justo lugar la cultura española y para espolear a quienes creen, erróneamente, que la libertad viene de serie.
«La libertad se gana cada día con pequeñas acciones, siendo valiente, diciendo lo que uno piensa en cada contexto. También, por supuesto, respetando a los demás y escuchando. Y eso nuestras sociedades, que han tenido la fortuna de tener una mejor situación económica, lo dan por entendido», explica el autor de ‘Biografía de la libertad (I)’ (Tecnos) tras un largo viaje donde la libertad adquiere mil formas. Si en el Renacimiento la libertad era estética, en el Barroco es un poco teatral y en la Ilustración obedece a la razón. La libertad se vuelve una pasión, un sentimiento, con el Romanticismo, y luego algo utilitario, burgués, capaz de construir la civilización industrial. Hoy, en ese palabro llamado posmodernidad la libertad es frívola, vacía e impotente frente a la infinita amenaza de la tiranía.
—La pregunta más complicada, ¿qué es la libertad?
—Es francamente complicado definirlo. La libertad hay que tomarla en un sentido práctico y humano. Por eso a mí me gusta decir que el libro trata de la libertad con minúscula, no de la libertad como una gran idea abstracta y que en la historia no ha sido especialmente positiva. Muchas veces ha generado en nombre de esa idea abstracta violencias y conflictos. La libertad o más bien las libertades de las que yo hablo son la posibilidad de ir construyendo un modelo de vida respetando a los demás y siendo capaces de convivir en el marco de las leyes.
—¿Somos conscientes del valor de una sociedad libre?
—A lo largo de la historia, millones y millones de seres humanos han pasado por la vida sin tener la más remota idea de lo que es la libertad. Nosotros vivimos en las sociedades menos injustas de la historia. Con todos sus defectos, en nuestra civilización se respeta el derecho y la vida humana. Hay que ser conscientes de todo eso y preservarlo porque se pierde con mucha más facilidad de lo que parece.
—¿Cada generación tiene que luchar por conseguirla?
—En sociedades que vienen de disfrutar una etapa de cierta prosperidad damos por entendida la libertad. Pero hay que saber que la tentación natural del ser humano es ir hacia un autoritarismo cómodo. Hacia un paternalismo del poder que nos dé las cosas hechas. Eso que Ortega definía como ‘el hombre masa’ que solo piensa en sus derechos, pero nunca en sus deberes y obligaciones. Una de las tesis que recorre toda esta biografía es que la generación posmoderna no es consciente de la necesidad de luchar por la libertad. Requiere esfuerzo, talento, convicciones, valores… Y si no somos capaces de hacer ese esfuerzo vamos a tener problemas en el futuro.
—Recordando el lema de ‘comunismo o libertad’, ¿hay regiones de España que son más libres que otras?
—No me gusta en este libro entrar en temas de la política cotidiana. Lo que sí es cierto es que, en conjunto, España, como el resto de los países europeos y americanos, vive tiempos confusos y convulsos. Es una sociedad desorientada a la que los intelectuales a veces ofrecen recetas superadas y dogmas que igual funcionaron en otro momento, pero ya no. Falta un pensamiento audaz, uno que plantee la libertad desde una perspectiva contemporánea.
—Es difícil ser libre si todo se reduce a dos opciones…
—Si uno analiza el desarrollo de la política en los grandes países del mundo hay una tendencia a la polarización que reduce las opciones de razonar. En España hace falta una mayor dosis de moderación, porque en este país se confunde ser moderado con ser un poco tibio, cobarde, pusilánime, ecléctico. Y no es verdad. Ser moderado es una forma de entender la vida sabiendo que los demás pueden tener una parte de razón, que no hay verdades absolutas en la política.
—¿La democracia acerca la felicidad?
—Si uno se imagina que vivir en un sistema democrático constitucional significa la felicidad perfecta, pues no es así. Es, con diferencia, la mejor fórmula que hemos inventado los humanos para convivir siempre y cuando vaya conjugada con el Estado de Derecho y con el respeto a los derechos de los demás. Pero no como en esta moda un tanto sorprendente de los populismos que pretenden una democracia radical en la cual no hay límites.
—¿Sin leyes no hay libertad?
—Eso sin duda es clave. Nuestra civilización, que efectivamente nace en la Grecia clásica, se fundamenta en una confianza audaz en la libertad. En el famoso discurso de Pericles, que recoge Tucídides, dice que la democracia de Atenas era mejor éticamente que sus adversarios porque respetaban los derechos de todos. Desde los grandes clásicos la idea de la libertad va siempre a la par del ejercicio de los derechos y es fundamental en el mundo moderno, pues durante el Renacimiento nace la imagen de un individuo autónomo, consciente de sí mismo, dispuesto a ejercer sus derechos.
—Es un libro muy crítico contra la hiperespecialización intelectual.
—En el libro intento hacer dialogar disciplinas como el pensamiento político, el arte y la literatura en el marco de la historia general. A mí me preocupa mucho, y lo digo muchas veces, el exceso de especialismo en nuestro mundo intelectual. El saber todo sobre una pequeñez. Procuro navegar en este libro, citando a Ortega, por el alta mar de la historia, por los grandes conceptos, lo cual no es fácil pero hay que hacerlo. Hay que ser ambicioso y procurar explicar las cosas desde una gran perspectiva. Tengo la sensación de que el mundo intelectual contemporáneo no está a la altura de lo que esta sociedad necesita. Se esperan ideas nuevas, interpretaciones sólidas, pero en cambio se ofrecen recetas ingeniosas. Cuanto más reducidas y sencillas, mejor. El imperio de lo efímero es una cosa muy típica de la posmodernidad.
—Habla de nostalgia de la belleza, ¿vi
Día a día «Hay que preservar la libertad porque se pierde con mucha más facilidad de lo que parece»
En el medio «Ser moderado es una forma de entender la vida sabiendo cada día que no hay verdades absolutas»
vimos en una cultura fea?
—No cabe duda de que nuestra sociedad no es ‘La escuela de Atenas’, de Rafael, una cosa tan hermosa y tan brillante. En el libro engarzo la historia de España en la cultura y el arte universal que añora la belleza. Creo que la cultura española no hace falta defenderla; está integrada con naturalidad plena en esa historia. España tuvo un Renacimiento muy potente que incluso se dejó ver en la conquista americana. Siempre me gusta contar que, cuando Humboldt terminó su viaje por la América española, llegó a Filadelfia y se quedó asombrado de la pérdida de nivel. Aquello le pareció un pequeño pueblo comparado con México y Lima... Y eso que Humboldt tampoco era particularmente favorable a lo español… —¿Qué le debe la Europa renacentista a España?
—Ha habido una polémica absurda en el sentido de que en España no hubo Renacimiento. Y eso lo sostienen incluso autores tan dignos como Azorín. Pero no es cierto. Basta con visitar algunas ciudades como Salamanca, Úbeda o Baeza o contemplar tantas maravillas del arte renacentista en España que son extremadamente notables. Incluso hay un buen número de pensadores españoles del siglo XVI, que está bastante ignorado en estos tiempos. Mi tesis es que hay un Renacimiento en España a la altura perfectamente de Francia y por delante de Inglaterra o de Alemania.
—¿El pensamiento español se quedó luego atrás?
—Eso parte de la vieja polémica sobre si con la decisión de Felipe II de prohibir el estudio en universidades no católicas se cerró el país a las ideas. ¡Hombre, nunca es bueno, desde luego, cerrar las fronteras al estudio! Pero también hay que recordar que el tiempo de Felipe II es el tiempo de la Biblioteca de El Escorial y de personajes como Arias Montano, del que hablo en el libro y está ignorado.
—¿España es un país implacable con su historia?
—Los españoles tenemos muchas virtudes y algunos defectos, entre otros que siempre creemos que todo lo malo nos pasa solo a nosotros y que a los demás les va muy bien. Por formación y por gusto, soy enormemente viajero y tengo mucha relación con colegas de otros países. Las críticas que aquí hacemos ellos también se las hacen. Nos falta la perspectiva internacional porque seguimos mirándonos el ombligo y con una especie de necesidad de ser reconocidos en el mundo de la alta cultura. La realidad es que estamos perfectamente integrados y que incluso hemos mejorado mucho en hacer la historia nosotros. La historia de España
la escribieron durante mucho tiempo los hispanistas, a los que les debemos mucho. Pero ya empezamos a tener una magnífica historia hecha por españoles con la plenitud de la perspectiva que eso da.
—¿Se ha producido un cortocircuito en la educación clásica?
—Hay una necesidad de reforzar los contenidos básicos, sobre todo en las enseñanzas medias, que es al final la clave. Es necesario básicamente hacer una cosa un poco kantianas: situar a los estudiantes en el espacio y el tiempo. Una persona tiene que saber que primero va Grecia, luego Roma, luego la Edad Media, luego el Renacimiento... Y tiene que saber dónde está Singapur y dónde está cada autor. No somos náufragos del tiempo. Esta generación es igual de buena y de entusiasta que cualquier otra, pero paulatinamente se ha ido notando una pérdida de conocimientos sustanciales. Eso hace difícil transmitir entusiasmo.
—Es una sociedad que se considera muy libre, pero en el fondo tiene muchas restricciones. Subvenciones, autocensura, presiones políticas, linchamiento en redes...
—La gente del pasado se ilusionaba cada mañana pensando en la libertad, en cómo crear una obra de arte, un edificio maravilloso... Era una sociedad que estaba descubriendo la libertad. La nuestra piensa que ya está todo ganado. Aparte, hay una dependencia muy grande en España y en todas partes de la cultura como prolongación de la política. Por mi experiencia como responsable en temas de gestión cultural del Estado, los poderes públicos tienen que dejar en libertad a los artistas y al público. No hay nada peor que orientar o exigir un determinado planteamiento ideológico o artístico. Sin libertad no hay cultura. Si el artista no es valiente, si se acomoda al ambiente, a las masas, pues al final no va a hacer nada importante. Todos los grandes artistas han sido valientes.
—Al respecto del Mundial de fútbol, ha surgido un debate sobre si hay pueblos que moralmente están capacitados para dar lecciones a otros. ¿Todas las culturas son igual de respetables?
—No se debe dar nunca lecciones a nadie, pero no todas las culturas han producido una misma idea de libertad, ni una misma idea de derechos humanos, ni de respeto a la mujer. En nombre de peculiaridades culturales, no se puede admitir la sumisión de la mujer. Otra cosa es que también Europa tenga sus pecados que la hacen vulnerable a un discurso crítico. Pero objetivamente hablando, es mejor la libertad que la tiranía. Y la civilización occidental ha avanzado más en el terreno de la libertad que otras. Se debe ofrecer como modelo y ayuda, aunque, eso sí, no se debe imponer la libertad. La frase más terrible de la historia de las ideas políticas es aquella de Rousseau que decía que el que «está en contra de la voluntad general está equivocado y, por tanto, hay que obligarle a ser libre». Somos las sociedades menos injustas de la historia. Es difícil que la condición humana pueda alcanzar una sociedad perfecta.
Intelectuales confusos «Se esperan ideas nuevas, interpretaciones sólidas, pero en cambio se ofrecen recetas ingeniosas»
Autocrítica destructiva «En España nos falta la perspectiva internacional porque seguimos mirándonos el ombligo»