«¡Fuera micros!», la verdad enterrada
El ocultamiento de la verdad, cuando no la mentira, y la jactancia son dos de los pilares que sostienen el sanchismo
ESE «eh... ¡fuera micros, esto ya en off!» de Albares para no responder a la pregunta sobre si el Gobierno sabía que Mohamed VI estaba fuera de Marruecos, radiografía al presunto «Gobierno de la transparencia». Porque ese cortar las declaraciones y salir corriendo del enjambre de micrófonos ante lo relevante, ese huir de todo lo que no sea la cháchara propagandística, nos define el talante ofuscado del sanchismo cuando uno trata de aproximarse a una verdad que le resulta incómoda. Tan mal quedaba el Gobierno con el estruendoso ‘plantón de Gabón’ que Albares no tuvo reflejos ni para salir por los cerros del Atlas, mareando la perdiz o improvisando un embuste piadoso con el que salir del paso. Se derrumbó... lo único que se le ocurrió fue un «¡fuera micros!» con el que cortocircuitar el contacto de los periodistas con lo que la verdad esconde.
Venimos de donde venimos, del primer Gobierno de la democracia que ordena a la Guardia Civil, por escrito, investigar lo que se escribía sobre el Ejecutivo durante la pandemia, no fuera a salir aún peor la escena del descalzaperros que Narciso tenía montado, con ese comité de expertos que al parecer guiaba las imposiciones y los decretos y que finalmente se reconoció inexistente. La mentira, o al menos la ocultación de la verdad, es fundacional del sanchismo, recordemos la tesis con plagios; o aquel «con Bildu no voy a pactar, se lo repito veinte veces» para luego (¡fuera micros, esto ya en off!) convertir a los proetarras en sus costaleros; o el ver un «clarísimo delito de rebelión» para más tarde (¡fuera micros, esto ya en off!) liquidar la sedición del Código Penal y lo que haga falta, después incluso de indultar a los golpistas para poder seguir mirándose en los espejos de Moncloa.
«¿Cómo me recordará la historia?» se preguntaba nuestro Narciso el mismo día que oficiaba de Judith con la cabeza de Holofernes (Máximo Huerta) en la mano, recién dimitido este sin tiempo de estrenarse en el cargo de ministro de Cultura. Sánchez tiene cosas de las que han contado de Nerón, ese engreimiento que le lleva a alejarse tanto de la realidad y a preconfigurarse un metaverso que encumbre su figura y su obra con el fin de dejar su huella en la posteridad. Recordemos ahora el vídeo-bochorno del gabinete en pleno aplaudiendo el regreso de Bruselas del ‘héroe’, de tal forma que ese envanecimiento, esa jactancia que resulta tan irritante por la falta de argumento alguno que la sostenga, es otra de las patas sobre las que se levanta el edificio del sanchismo.
Es lógico por tanto que esa tendencia a la petulancia se perciba contagiosa en su gabinete ministerial. Buena parte de los ministros ya están envenenados por ese envanecimiento. Regresemos a Albares, por ejemplo, que puso una placa en la reinauguración de una sede del ministerio, que ni siquiera se construyó en su mandato, ocultando el nombre del Rey pero poniendo el suyo hasta con sus dos apellidos. Lo que cualquier «chaval de Usera» (como a él le gusta definirse en los perfiles, recordando la humildad de sus orígenes) llamaría «tirarse el pisto». Y dentro micros, que esto ya en on.