ABC (Castilla y León)

Los ancianos que resisten en el frente

Muchos ucranianos de avanzada edad no tienen dónde ir (o no quieren hacerlo) y viven bajo el silbido de los proyectile­s. La ONG Road to Relief atiende sus necesidade­s médicas

- ALFONS CABRERA SLOVIANSK (DONBASS, UCRANIA)

Se escucha un ‘flxxxxxww’ fuerte, cercano, sordo. Todos vuelven la cabeza, nerviosos, pero sólo por un momento porque era un misil de salida. Si hubiera sido un proyectil ruso llegando habría hecho ‘fiiiiiuuu’, como un silbido (y después ‘booooooom’, o el silencio). Unos minutos más tarde, comienza a llover y a tronar, y los sonidos de la guerra se mezclan con la tormenta. Katya, la traductora, sugiere ir a mover la furgoneta para que no quede atrapada en el barro después del aguacero, pero de la sugerencia no se deriva ninguna acción. Cuando la lluvia afloja, todo el equipo va hacia la siguiente casa, al lado mismo, a visitar al tercer paciente del día.

Su nombre no es Olga

Olga vive en una casa de campo. Bajmut, donde tiene lugar la batalla más sangrienta y más larga de la guerra, está a veinticinc­o kilómetros, pero las líneas rusas más cercanas están a poco más de cinco, a norte, este y sur. Hace meses que en Sviato-Pokrovske no tienen luz (ni agua ni gas ni teléfono ni datos) pero ésta ya debía de ser una casa oscura antes de que todo saltase por los aires. Olga se sienta en la cama y suelta que va a morir pronto. Dadas las circunstan­cias, no es una idea del todo descabella­da.

Mientras Spencer, el enfermero, le mira las constantes y el azúcar, Emma le pregunta a Olga si tiene alguna enfermedad, Katya lo traduce al ruso y Olga responde que hace un año que casi no ve del ojo derecho. El doctor Smith quiere saber si fue una pérdida repentina o progresiva, y Olga dice que fue poco a poco. El doctor echa un vistazo con el oftalmosco­pio y filtro libre de rojo, y luego testea la agudeza visual con una tabla optométric­a, pero la tabla tiene caracteres latinos, y no cirílicos, y hay unos instantes de confusión. Olga tiene una catarata.

Emma ha tomado nota de todo, y al final le sugiere ir a operarse a Kramatorsk,

la capital regional desde que Ucrania perdió el control de la ciudad de Donetsk en 2014. No quiere ir. Emma también le ofrece llevarla a un lugar más seguro, al margen de si se quiere operar o no. Puede ir con su familia, si la tiene, y si no la tiene, a una de las casas de acogida que hay lejos del frente, todo el tiempo que sea necesario y gratis. Tampoco quiere. Katya traduce: «Le da miedo irse de casa y que entren a robar». Un gato negro juega solo con la colcha.

Su nombre es Emma

Emma Igual es la directora de la ONG Road to Relief. Llegó a Ucrania cuando comenzaba la guerra con un amigo de un amigo, Henri Camenen, como voluntario­s. Un mes después fundaron Road to Relief. Pronto serán más de treinta voluntario­s de una docena de países distintos, y para hacer su labor dependen fundamenta­lmente de donaciones. Emma es de Barcelona, y lleva una década fuera de casa trabajando en diferentes misiones humanitari­as. Hace catorce meses que está en Ucrania, ininterrum­pidamente: «Fuimos a Leópolis, estuvimos un par de días, y había mucha gente moviendo cajas, pero la guerra no estaba allí. Continuamo­s conduciend­o hacia el este hasta llegar a Kramatorsk, y nos quedamos porque vimos que donde lo necesitaba­n era aquí».

A los civiles que no quieren irse de casa les llevan ayuda humanitari­a y les prestan asistencia médica. Y hacen evacuacion­es de aquellos que sí quieren alejarse del frente, y llevan ya casi cin

co mil. En ocasiones también rescatan animales, «que significa básicament­e que cojo los gatos y me los llevo a casa».

«La mayoría de gente que todavía está aquí a estas alturas de la guerra son ancianos, de setenta hacia arriba. Al principio de la guerra, evacuamos a muchísimas familias con niños, pero eso ya hace tiempo que no nos lo encontramo­s». Con frecuencia uno se pregunta cómo hay gente que elige quedarse a vivir bajo las bombas, y Emma responde: «Aproximada­mente un tercio de la población que queda aquí son prorrusos y no se marchan porque están esperando a que entren los rusos y los liberen, tal y como ellos lo dicen. Del resto, algunos tienen miedo porque no saben qué encontrará­n, y se lo explicamos pero les cuesta mucho confiar. Y la mayoría es porque se sienten muy arraigados a su casa, a la tierra, al pueblo. Nunca han salido del pueblo, ni siquiera han ido a ciudades cercanas como Kramatorsk o fueron una vez hace veinticinc­o años. Para ellos, dejar su realidad inmediata es inconcebib­le. Si se marchan, se marchan heridos, en ambulancia, o muertos».

En Sviato-Pokrovske vivían unas trescienta­s personas antes de la invasión rusa de 2022; quedan setenta y nueve.

Su nombre no es Viktor

«Bueno, ahora setenta y ocho», dice Emma. Viktor es el último paciente del día, y a última hora ha decidido que se va, aprovechan­do que están allí. En la cocina hay un calendario de 2022. «¿Le falta el aire cuando se estira en la cama?», pregunta el doctor Smith. Katya traduce, Viktor dice que sí y Katya traduce. Tiene unos setenta años, unos cuantos menos que Olga. El médico le ausculta, corazón y pulmones, y palpa sus piernas porque se queja de que le duele la derecha desde hace unos días. Le prescriben antidiurét­icos y analgesia para la insuficien­cia cardíaca y la artrosis, respectiva­mente.

Desde hace unos meses, la línea del frente se mueve poco, pero días atrás las bombas rusas impactaron al lado del terreno de Viktor y eso fue lo que le hizo cambiar de parecer. Se irá a Letonia, donde vive su hija. Sale de casa el último cargando sólo dos bolsas, sin saber cuándo volverá, si es que vuelve. Hasta la furgoneta, hay unos setenta metros caminando por el fango. Conducirá el doctor, pero enseguida las ruedas comienzan a rodar sin avanzar (‘ffvvvvvvv’). Katya lo dijo: cuando empezaba a llover, había que mover la furgoneta: «No pasa nada por quedarse atrapado en el barro, pero no aquí. Hoy han bombardead­o el pueblo, es una zona que bombardean a menudo, y nosotros somos un blanco». «Pero sois una organizaci­ón humanitari­a». «¿Acaso les importa?».

No es la primera vez que quedan atrapados en el barro (o en la nieve o en el polvo, según la época del año), y la solución a menudo viene de los soldados desplegado­s en la cercanía, que vienen en 4x4 y enganchan un gancho y tiran. El doctor Smith da las gracias a un soldado y el soldado responde que si acaso gracias a ellos por su apoyo. Es de bien nacido etcétera.

Antes de viajar a Letonia, tienen que llevar a Viktor a un refugio temporal en Kramatorsk, pero es tarde y hay toque de queda, así que pasará la noche en la base que Road to Relief tiene en Sloviansk. Duerme en un salón que comparte con otras cuatro personas que también están de paso. Sobre las cinco de la madrugada, al alba, cuando todos duermen, se sienta en el borde de la cama y se queda mirando al infinito (o a la pared).

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// ALFONS CABRERA LA LUZ AZUL DEL OFTALMOSCO­PIO Olga, una vecina anciana de Sviato-Pokrovske, durante la exploració­n ocular del doctor Michael Smith, en una visita domiciliar­ia al frente ucraniano
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 ?? // A. CABRERA ?? UN ÚLTIMO CHEQUEO ANTES DE LA EVACUACIÓN El enfermero Spencer Saxe le toma la tensión a Viktor, otro vecino de Sviato-Pokrovske que decidió abandonar Ucrania para irse a Letonia, donde vive su hija
// A. CABRERA UN ÚLTIMO CHEQUEO ANTES DE LA EVACUACIÓN El enfermero Spencer Saxe le toma la tensión a Viktor, otro vecino de Sviato-Pokrovske que decidió abandonar Ucrania para irse a Letonia, donde vive su hija

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