RETOMAR LA INSTITUCIONALIDAD
El presidente Sánchez debe revertir de forma inmediata su estrategia temeraria, volver a sus obligaciones al frente del Gobierno y disipar la incertidumbre sobre su futuro miembro de la Unión Europea tenga detenida la agenda del presidente del Gobierno por el hecho de que se esté investigando un posible delito de tráfico de influencias de su mujer resulta imposible de explicar desde las categorías propias de una democracia liberal. La ausencia de transparencia y la nula rendición de cuentas ante una conducta que, sea o no ilícita, no parece ejemplar no hacen sino agravar la situación de descontrol que parece exhibir el presidente.
Ante esta circunstancia excepcional, la irresponsabilidad del secretario general del PSOE se ha visto agravada por el auxilio igualmente temerario que le ha procurado José Luis Rodríguez Zapatero. El expresidente, que en las últimas semanas se ha prestado a legitimar un proceso electoral tan poco ortodoxo como el venezolano, ha recurrido al manual populista para solicitar apoyos y afectos para el presidente Sánchez. La aclamación popular es, por definición, una fórmula esencialmente contraria a la democracia representativa que caracteriza a las grandes potencias europeas y occidentales. Recurrir a elementos informales o emotivos, como los que defiende Zapatero, constituye una imprudencia que insiste en uno de los males de la política contemporánea: el dominio de lo sentimental sobre lo racional. Sánchez debe revertir de forma inmediata esta insólita deriva y retomar las obligaciones propias de su cargo. Entre sus muchas encomiendas debe afrontar su fragilidad parlamentaria e intentar reparar la parálisis legislativa a la que ha condenado al país. España no puede estar sometida a la zozobra de una persona, menos aún en la circunstancia internacional tan delicada en la que nos encontramos. Los riesgos económicos, políticos e incluso relativos a la seguridad del Estado a los que el jefe del Ejecutivo ha expuesto a España por su propia voluntad son inasumibles. Por este motivo, Sánchez debe enmendar su propio anuncio y esclarecer su futuro, asumiendo las consecuencias de una u otra decisión de forma inmediata.
El crédito de un gobernante queda por los suelos cuando casi nadie es capaz de tomar su amago de renuncia en serio
IGNACIO RUIZ-QUINTANO ‘1984’ cuando ya llevaba treinta y cuatro años muerto) que quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado.
La Puerta del Sol como ‘lieu de la mémoire’, según decía Steiner de Europa, plagada de placas con nombres, frente a América, que por su «ideología del amanecer y la futuridad» prefirió siempre los números. Esta soberanía del recuerdo la plasmó genialmente el Beni de Cádiz un día que al pasar por la casa de Pemán, donde una placa decía «Aquí nació don José María…», fue cuestionado por su compadre, el Cojo Peroche, con angustia: «¿Qué crees que pondrán en nuestro balcón cuando faltemos, Beni?». Y el Beni contestó: «Se vende».
La Puerta del Sol fue la sede de la Dirección General de Seguridad de Franco, que, por cierto, murió en la cama, detalle a eludir a base de ‘memoria histórica’, abstracción metafísica de una psicología colectiva. Fórmula de Burckhardt: «Cogito (lo mismo si lo hago exacta que si lo hago erróneamente) ergo regno».
La Puerta del Sol de Madrid como Arco del Triunfo de París, donde figura el nombre de Miranda, el único español que comprendió la democracia. Podría completarse esa fachada con los nombres de las trece víctimas de la Cafetería Rolando, y ya puestos, con los de todos los sancionados durante el confinamiento ilegal del pangolín, que también pasaron su quinario. Y nos quedaría la duda jurídica de don Joaquín Ruiz-Giménez, alias sor Citroën, por su Dyane 6 amarillo; arrestaron a un grupo de conspiradores en El Viso, pero a él lo dejaron marchar, y en vez de irse a casa, fue a la DGS: «¡Yo como los demás!», exigía. Sólo se fue cuando Saturnino Yagüe, jefe de la Social, lo amenazó con llamar a su mujer y contarle que estaba tan farruco que se negaba a ir a casa a cenar.