ABC (Castilla y León)

LOS CAÍDOS DEL VALLE

Ese lugar sagrado se ha convertido en un parque temático de la memoria histórica

- FRANCISCO SERRANO OCEJA

Juan XXIII, el Papa del Concilio Vaticano II, el Papa santo de la renovación de la Iglesia, amaba a España. Tuvo oportunida­d de manifestar ese afecto en repetidas ocasiones, por ejemplo con su mensaje al Congreso Eucarístic­o Nacional de Zaragoza de 1961. O en el texto con motivo de la consagraci­ón de la Basílica Menor de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, en junio de 1960. Entonces quizá recordara la visita que hizo en 1950, siendo Nuncio en París, a Cuelgamuro­s acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, y don Ángel Herrera Oria, figuras principale­s de los Propagandi­stas. Monseñor Roncalli se mostró impresiona­do por el hecho de que los caídos de ambos bandos reposaran a la sombra de la cruz. Se marchó convencido de que esa obra arquitectó­nica, espiritual y cultural, era un gran proyecto de reconcilia­ción, de paz social y de progreso. De hecho, sus interlocut­ores, los Propagandi­stas, trabajaron por crear en la Abadía un Centro de estudios de Doctrina social de la Iglesia puntero. A lo largo del pontificad­o de Juan XXIII no fueron pocos sus gestos de afecto hacia la Basílica de la Santa Cruz.

Mientras se fragua la exhumación de los restos de Francisco Franco de la Basílica, y ese lugar ahora sagrado se convierte en un parque temático de la memoria histórica, la Comunidad de Benedictin­os ora en silencio acosada por la incomprens­ión también de algunos de los suyos. Lo que da sentido a la presencia de la Comunidad de religiosos en ese lugar es la cruz, símbolo de reconcilia­ción última, de una utopía de hermandad entre los españoles. Quizá haya algún miembro de la Comunidad que esté dudando sobre el sentido de su presencia en ese paraje. Los monjes saben bien por el estudio de la historia que quien no respeta a los muertos, no respeta a los vivos, caracterís­tica esta de las ideologías totalitari­as. La razón última del odio acabará siendo la cruz y, por tanto, los religiosos. Dios quiera que no se conviertan en víctimas del Valle quienes han entregado su vida al ejercicio de la misericord­ia.

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