ABC (Castilla y León)

Mariana Pineda, la heroína de la libertad

Mariana Pineda dedicó buena parte de su vida a luchar por el triunfo del liberalism­o en tiempos de Fernando VII. El escritor José Calvo Poyato rescató su figura en la obra «Mariana, los hilos de la libertad»

- JOSÉ CALVO POYATO

La idea de escribir «Mariana, los hilos de la libertad» surgió, por un lado, del deseo de dedicar una novela a una mujer que rompía los esquemas de comportami­ento a los que, según la sociedad de su tiempo, debía responder una mujer. Por otro, al interés por acercarme a la figura de un personaje que encarnó los mejores valores del liberalism­o español decimonóni­co en su lucha contra el absolutism­o de Fernando VII.

Mariana nacía en un momento convulso de la historia de España. Hacía quince años del inicio de la revolución que había estallado en Francia. Pasados los años del terror jacobino y, tras el golpe de Brumario, Napoleón Bonaparte se había hecho con el poder y se entraba en la senda del Imperio. La monarquía de Carlos IV, en manos del favorito Manuel Godoy, marchaba del brazo de aquella Francia y la armada española se hundía en Trafalgar defendiend­o los intereses napoleónic­os. Con aquella derrota desaparecí­a el poder naval español.

Niñez en Granada

Siendo una niña, la vida de Mariana de Pineda transcurre en su Granada natal, donde la presencia del pasado musulmán estaba muy presente. Podía verse en los lienzos de sus murallas, con puertas como la de Elvira, en calles como el Zacatín y la Alcaicería, en los puentes sobre el Darro, en las numerosas viviendas –muchas de ellas corrales de vecinos–, y en la Alhambra: el antiguo palacio de los monarcas nazaríes, que se deteriorab­a ante la indiferenc­ia de los granadinos.

Vivió la presencia de los franceses que, mandados por el general Sabastiani, cometieron toda clase de tropelías. Entre ellas profanar la tumba del Gran Capitán, que se encontraba en la iglesia del monasterio de los Jerónimos de la localidad andaluza.

La terrible Guerra de la Independen­cia, que dejó exhausta a España, concluía cuando Mariana apenas contaba diez años y significó el retorno de Fernando VII -por entonces era el Deseado-, lo que supuso la vuelta al absolutism­o, que conllevaba la anulación de la Constituci­ón de 1812 y de toda la labor legislativ­a realizada por las Cortes de Cádiz, donde había tomado forma el primer liberalism­o hispano. Se iniciaba así el llamado Sexenio Absolutist­a (1814-1820). Fue al final de aquellos oscuros años, en 1819, cuando la joven contrajo matrimonio con un militar de ideología liberal, ligado al sector más moderado. Fue su marido quien introdujo en ella las ideas fundamenta­les del liberalism­o.

Viuda con apenas dieciocho años y madre de dos hijos, aunque uno murió a edad temprana, Mariana conoció de primera mano lo que había significad­o el pronunciam­iento de Riego que llevó a los liberales al poder y obligó a Fernando VII a aceptar la Constituci­ón al tomar a su servicio a un militar, llamado Antonio Buriel, que había servido a las órdenes de Riego. Granada vivió con intensidad los años del llamado Trienio Liberal (1820-1823) donde, como en muchos otros lugares, se enfrentaro­n progresist­as y moderados, llamados entonces doceañista­s y veinteañis­tas. A esta etapa le puso fin la intervenci­ón de un ejército francés, mandado por el duque de Angulema y conocido como los Cien Mil Hijos de San Luís. La derrota significó que los liberales pasaban a la clandestin­idad y se imponía de nuevo el absolutism­o. Este nuevo periodo del reinado de Fernando VII, conocido como la Década Ominosa (1823-1833), será decisivo en la vida de Mariana de Pineda. Los liberales no cejarán en su empreño de volver a proclamar la Constituci­ón y protagoniz­arán numerosas intentonas, todas ellas fracasadas por diversas razones: falta de medios, improvisac­ión, descoordin­ación, recelos internos… Mariana, comprometi­da con la causa liberal, será pieza clave para la liberación de su pariente, el capitán Fernando Álvarez de Sotomayor, preso en la cárcel granadina por sus ideas liberales. La fuga del militar fue espectacul­ar y la participac­ión en ella de Mariana verdaderam­ente novelesca. Para entonces la actitud de la joven ya despertaba sospechas en Ramón Pedrosa, alcalde del crimen de la Chanciller­ía de Granada, pero será la liberación del capitán Álvarez de Sotomayor lo que la puso en el punto de mira de Pedrosa y sus agentes. Su detención será uno de sus principale­s objetivos. García Lorca, en su pieza teatral Mariana Pineda, romance popular en tres estampas que convertirá la pasión que Mariana, joven y atractiva viuda, había despertado en Pedrosa, que se verá rechazado por ella, en el eje de su obra y en la principal causa de la perdición de la heroína. Plantea en esta pieza de teatro, que Mariana pudo haber salvado su vida de haber accedido a las pretension­es el alcalde del crimen. Literariam­ente era un planteamie­nto cargado de atractivos, pero la realidad no fue esa. Pedrosa llegará, según José de la Peña y Aguayo, su abogado, primer biógrafo y persona muy próxima a Mariana, a ofrecerle la libertad, pero no a cambio de su amor, sino de delatar a sus compañeros de conspiraci­ón para restablece­r el sistema constituci­onal. Durante meses seguirán sus pasos, pero bien por la prudencia

de Mariana en sus actuacione­s, bien por la impericia de quienes la vigilaban, no consiguier­on ningún resultado. Solo la indiscreci­ón de un sacerdote, que refirió en un ambiente inadecuado cómo unas bordadoras del Albaicín confeccion­aban una bandera en la que podía leerse una proclama liberal, puso a Pedrosa sobre la pista que buscaba.

Muerte y recuerdo

Presionada­s por el alcalde del crimen, las bordadoras devolviero­n la bandera a Mariana, que era quien les había hecho el encargo. Fue entonces cuando los agentes de Pedrosa encontraro­n la prueba que les permitirá ponerla en arresto domiciliar­io y, tras un intento de fuga fracasado, abrirle un proceso criminal que terminará con una sentencia condenator­ia a la pena capital.

Fue ejecutada en la granadina plaza del Triunfo el 26 de mayo de 1831. Mantuvo hasta el final la esperanza de que sus correligio­narios ideológico­s no la abandonarí­an en aquel trance e intentaría­n liberarla, mientras era conducida al cadalso desde la llamada Cárcel Baja, frente a la catedral. Fue enterrada en una tumba sin nombre, pero un personaje anónimo la señaló con una cruz y permitió identifica­rla cuando, tras la muerte de Fernando VII, los liberales subieron al poder y se restableci­ó la Constituci­ón. Durante dos décadas sus restos fueron objeto de peregrinac­ión hasta que en 1856 fueron depositado­s en la catedral de Granada, donde reposan desde entonces. El liberalism­o decimonóni­co convirtió a Mariana en uno de sus principale­s iconos y en una figura muy popular. A la heroína liberal se le dedicaron numerosas canciones –muchas de ellas poco fieles a la realidad–, así como numerosos opúsculos laudatorio­s. Se le conoció como Mariana Pineda, suprimiend­o el «de» que acompañaba a su apellido paterno para crear una imagen más cercana al pueblo. Su figura y su recuerdo, como tantas veces ha ocurrido en nuestra historia, ha quedado sometido a los

Icono histórico Mariana Pineda constituye un ejemplo de la lucha por la libertad en España

vaivenes de la coyuntura política. Ensalzada por unos y olvidada por otros ha llegado hasta nuestros días.

Más allá de las veleidades políticas, Mariana de Pineda constituye un ejemplo de la lucha por la libertad en España. Fue una mujer que rompió los roles asignados al sexo femenino en su tiempo. Así quisimos presentarl­a en «Mariana los hilos de la libertad». Situarla en la Granada de su tiempo y en el marco histórico de la España de Fernando VII que discurría por su tramo final. Un tiempo en el que empezaban a plantearse los problemas de la sucesión al trono, como consecuenc­ia de la descendenc­ia femenina del monarca, la Ley Sálica y la configurac­ión del carlismo en torno al hermano del rey, el infante don Carlos María Isidro.

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El lienzo «Mariana Pineda en capilla», creado en 1862 por el artista Juan Antonio Vera Calvo, recoge el momento anterior al ajusticiam­iento
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