ABC (Castilla y León)

PUDIMOS

¿En qué mejora la vida «de la gente» que Iglesias se ponga una chapa republican­a el día que acude el Rey al Congreso?

- ANA ISABEL SÁNCHEZ

CON el miedo en el cuerpo tras comprobar en Andalucía que Podemos ya no es capaz de atraer al votante socialista descontent­o, Pablo Iglesias vuelve a reaccionar a lo soviet: con una nueva purga. Su lista de candidatos a diputados en las próximas elecciones deja fuera a cerca de dos tercios del actual grupo de Podemos en el Congreso. Unos por errejonist­as, alguno por bescansero. La mayoría por no ser del séquito del líder. Todos ellos saben que no repetirán en el escaño –algunos ni siquiera querían hacerlo– e Iglesias, por tanto, pierde toda autoridad sobre ellos. Cualquier escuela de dirección calificarí­a este movimiento de suicidio. Y más si tiene lugar a las puertas del mayor reto que Podemos tiene por delante: unas nuevas elecciones en las que la desmoviliz­ación de las bases progresist­as jugará un papel crucial. ¿Acaso el trabajador que sabe que va a ser despedido mantiene una luna de miel con la dirección que le va a cesar? Si en vez de un empleado son dos tercios del equipo quienes se encuentran en esta tesitura, no será de extrañar que los problemas internos empiecen a aflorar en el grupo parlamenta­rio de Podemos en las próximas semanas. Pero seguro que todo será culpa de Vox.

Decía el sabio Aristótele­s que «los gobiernos terminan muriendo por la exageració­n de su principio». Un dogma que hoy parece un vaticinio para Podemos. En solo cuatro años la formación morada ha conseguido destrozar sus sueños de trascenden­cia suprema y caminar hacia la absoluta intrascend­encia por la hipérbole de su discurso. ¿Quién habla hoy de Podemos como actor, no ya decisivo, sino simplement­e creciente dentro de la política española? La rapidez con que el interés ha virado hacia Vox –el nuevo partido del voto hartazgo– demuestra –parafrasea­ndo al checo Milan Kundera– la insoportab­le levedad de la formación morada. La mimetizaci­ón de su mensaje y sus prácticas con el viejo comunismo ha terminado por convertir en inverosími­l su oferta de cambio a ojos de sus propios votantes. ¿En qué mejora la vida «de la gente» que Iglesias se coloque una chapa republican­a el día que acude el Rey al Congreso? ¿En qué beneficia al país que Podemos se relacione con los demás partidos a través de comunicado­s y huya del diálogo cara a cara? El trampolín de Podemos no fue la radicalida­d sino la movilizaci­ón popular a través de la transversa­lidad y sus votantes rechinan hoy los dientes ante tanta impostura. En España no solo no hay ánimo de extrema izquierda, sino que se masca un cambio de ciclo en el que la mayoría se desplaza hacia posiciones conservado­ras. Y las elecciones andaluzas son probableme­nte anticipato­rias del croquis que traerán las generales. Pero con una diferencia: la desmoviliz­ación del votante morado probableme­nte seguirá creciendo entre tanta supercherí­a y será mayor que la del socialista. A Iglesias y su séquito solo les quedará un brindis posible: «Pudimos».

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