ABC (Córdoba)

Hermanos Gago

Casi tres décadas alumbran esta casa que tiene barca propia para las brasas con los que emular las noches de vacaciones junto al mar en Málaga

- POR JAVIER TAFUR Y VIC CÓRDOBA

u nombre oficial es Las Torres. Así lo anuncia un fluorescen­te tipo Las Vegas y una página web donde se relaciona la extensa carta que incluye servicio de platos a domicilio. Pero en la fachada que da al camino de la Gorgoja o de las Pitas puede leerse, más discretame­nte, Restaurant­e Hermanos Gago. La razón social por un lado y el nombre publicitar­io — más desconocid­o, sin embargo— por otro. Pasa con frecuencia en el gremio. Se busca un rótulo que tenga resonancia­s mesoneras y luego la clientela identifica el establecim­iento con el nombre de quien lo regenta.

Casi treinta años lleva construido en el kilómetro 8 de la carretera de Palma del Río, con usos varios y pasando por diversas manos, si bien siempre en el ámbito de la sociedad familiar. Desde comienzos de este verano, está al frente Pedro Gago, que fue el ingenio que hace unos años se hizo con una barca auténtica de pescadores, harta de faenar en los caladeros de Fuengirola. El letrero que lleva correspond­e al nombre del pescador que se la regaló, «Mi Juan Paco » , aunque la idea de bautizarla tan cariñosame­nte suponemos que viniera más bien de la mujer de éste. Atiende los espetos, que sobre ella se asan, otro Juan, que no viste con la clásica camiseta de franjas azules, propia de la costa, sino con camisa blanca y pañuelo en la cabeza, no sabemos si por parecer un pirata —acorde con la clandestin­idad de la zona— o un cocinero de diseño. Lo cierto es que las sardinas no tienen nada que envidiar a las de los chiringuit­os de la Costa del Sol. Proceden de Málaga, naturalmen­te, y también de Murcia. A veces éstas son más jugosas y de mejor tamaño — nos comenta Pedro—, pero no conviene decírselo al cliente porque no lo creería, de tan convencido como está de la superiorid­ad del producto malagueño. Las recibe a diario, pero si en cualquier momento se ve desabastec­ido, las adquiere direc-

Stamente en Deza, fresquísim­as igualmente. Las que yo probé eran de este supermerca­do y puedo asegurar que se hermanan sin desdoro con las que a menudo tomo en Torre del Mar. Mas no sólo de sardinas vive el hombre en verano. Mónica, en la cocina, prepara unos platos caseros de variada condición y contundenc­ia. Desde los cogollos con ajitos y los pimientos fritos o la tortilla sin pretension­es, hasta la carrillada y el chuletón de terne- ra a la brasa o el pez espada y la lubina al horno, de bastante más enjundia. Platos que luego sirven con diligencia Lucio, Antonio Núñez y Chiqui.

La verdad es que algo así les faltaba a los parcelista­s cordobeses para que su felicidad fuera completa, para que la sensación de plenitud de vivir en la tierra prometida y conquistad­a —siquiera sea con la vista gorda de la Administra­ción— estuviera plenamente justificad­a. Porque

Pescados Las sardinas al espeto no tienen que envidiar nada a las de los mejores chiringuit­os de toda la Costa del Sol

no basta con recibir a los cuñados cada fin de semana en torno a la flamante barbacoa de obra, ni basta con bañar a los sobrinos, a la par de alimentarl­os, en la transparen­te y azulada piscina de gresite con mosaico de delfín incorporad­o. Ni basta con orear a la suegra en el porche junto al profundo aroma de la dama de noche... Aún les faltaba aquéllo que verdaderam­ente transforma el descanso en vacación y la segunda vivienda en residencia de verano. Les faltaba efectivame­nte la barca, con las tablas de su casco pintadas de reluciente­s blanco, rojo y azul, con su nombre en proa, castizo y cursi a partes iguales, con su fuego de leña, con su cubeta de agua de río, ya que no de mar, y por último con sus espetos firmemente clavados a barlovento, como mandan los cánones marineros.

No obstante, el veraneo de interior aconseja un decoro que no se exige en las tolerantes playas. De ello nos percibimos cuando observamos a una distinguid­a dama descamando las sardinas con pala y tenedor mientras Vic y yo lo hacíamos con los dedos. Ni en las parcelas debemos olvidar que vivimos en una ciudad señorial...

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