POBRES PENSIONISTAS
Los que vamos a continuación ya no seremos ni siquiera pensionistas; seremos simples pobres
DECÍA Oscar Wilde que la naturaleza imita al arte; pero España, como se ha quedado sin arte, se conforma con imitar los libros de Ernesto Laclau. Allí podemos leer que, habiendo perdido el proletariado su condición de motor de la Historia, se alzará con la hegemonía política quien haga suyas las reivindicaciones de diversos movimientos y minorías con inmenso potencial revolucionario: feministas, homosexuales, inmigrantes, etcétera. Quizá esto explique que, del rey abajo, no hubiese nadie con ansias de medro que no dorase la píldora (del día después) a la llamada «huelga feminista». Y ahora parece que lo mismo está ocurriendo con las movilizaciones de los pensionistas, en las que no hay zampón que no quiera meter la cuchara. Juraría, por cierto, que Laclau no mencionaba a los pensionistas entre los movimientos o minorías que podían ser utilizados como instrumentos o ganzúas (o sea, tontos útiles) en la conquista del poder; pero nadie dudará que, en las envejecidas sociedades occidentales, no hay movimiento de mayor potencial. Sobre todo porque los pensionistas ya están dejando de ser una minoría (y, al paso que va la burra de la natalidad, acabarán siendo mayoría aplastante).
Quienes no nos chupamos el dedo sabemos que las pensiones tienen los días contados; y el espectáculo del apoyo pinturero a los pensionistas en sus reclamaciones al Gobierno se nos antoja especialmente falsorro. No hay gobernante en el mundo que quiera tener enfadados a los pensionistas, que por sí mismos pueden dar y quitar la victoria política. En las envejecidas sociedades occidentales los pensionistas son el más firme sostén de quienes gobiernan; pues el pensionista suele votar con un espíritu conservador (y hasta «conservaduro»), inclinándose por el que manda, que es el que mejor asegura su pensión. Si el Gobierno no paga mejor a los pensionistas no es por falta de ganas, sino porque se lo impide el Dinero, que es el señor al que sirven todos los reyes de la tierra. Para que las pensiones puedan subir tienen que aumentar las cotizaciones y la recaudación fiscal. Para que aumenten las cotizaciones tiene que haber sueldos menos birriosos que los que hoy se pagan; o bien más cotizantes, pero esto último es quimérico, pues aunque el paso de la burra de la natalidad se acelerase ya será demasiado tarde, pues el capitalismo cada vez requiere menos mano de obra (y cuando la robotización se imponga del todo nos vamos a enterar de lo que vale un peine). Y para que aumente la recaudación fiscal habría que obligar a las grandes corporaciones multinacionales a pagar más impuestos, para que de este modo compitan en igualdad de condiciones con las pequeñas empresas que están aniquilando. Pero esto es precisamente lo que el Dinero no permite hacer a sus gobiernos títeres, que hoy lo son todos; y si alguno no lo fuere al instante sería reducido a fosfatina. Para intentar variar este estado de cosas habría que acabar primero con las estructuras del poder mundialista que lo sostienen; labor muy sacrificada que las sociedades occidentales no parecen dispuestas a emprender (empezando, por cierto, por sus pensionistas).
Así que menos demagogias. Indudablemente, los pensionistas son un formidable instrumento o ganzúa para la conquista del poder, sobre todo si se logra estimular en ellos –citamos a Laclau– una «hostilidad común hacia algo o hacia alguien». Pero convendría que los pensionistas no se dejasen mecer con cuentos: liará el petate este Gobierno y el que lo sustituya hará exactamente lo mismo. Que es tratar de mantenerlos en un nivel de pobreza sostenible, hasta donde el Dinero lo permita. Los que vamos a continuación ya no seremos ni siquiera pensionistas; seremos simples pobres.