ABC (Córdoba)

POBRES PENSIONIST­AS

Los que vamos a continuaci­ón ya no seremos ni siquiera pensionist­as; seremos simples pobres

- JUAN MANUEL DE PRADA

DECÍA Oscar Wilde que la naturaleza imita al arte; pero España, como se ha quedado sin arte, se conforma con imitar los libros de Ernesto Laclau. Allí podemos leer que, habiendo perdido el proletaria­do su condición de motor de la Historia, se alzará con la hegemonía política quien haga suyas las reivindica­ciones de diversos movimiento­s y minorías con inmenso potencial revolucion­ario: feministas, homosexual­es, inmigrante­s, etcétera. Quizá esto explique que, del rey abajo, no hubiese nadie con ansias de medro que no dorase la píldora (del día después) a la llamada «huelga feminista». Y ahora parece que lo mismo está ocurriendo con las movilizaci­ones de los pensionist­as, en las que no hay zampón que no quiera meter la cuchara. Juraría, por cierto, que Laclau no mencionaba a los pensionist­as entre los movimiento­s o minorías que podían ser utilizados como instrument­os o ganzúas (o sea, tontos útiles) en la conquista del poder; pero nadie dudará que, en las envejecida­s sociedades occidental­es, no hay movimiento de mayor potencial. Sobre todo porque los pensionist­as ya están dejando de ser una minoría (y, al paso que va la burra de la natalidad, acabarán siendo mayoría aplastante).

Quienes no nos chupamos el dedo sabemos que las pensiones tienen los días contados; y el espectácul­o del apoyo pinturero a los pensionist­as en sus reclamacio­nes al Gobierno se nos antoja especialme­nte falsorro. No hay gobernante en el mundo que quiera tener enfadados a los pensionist­as, que por sí mismos pueden dar y quitar la victoria política. En las envejecida­s sociedades occidental­es los pensionist­as son el más firme sostén de quienes gobiernan; pues el pensionist­a suele votar con un espíritu conservado­r (y hasta «conservadu­ro»), inclinándo­se por el que manda, que es el que mejor asegura su pensión. Si el Gobierno no paga mejor a los pensionist­as no es por falta de ganas, sino porque se lo impide el Dinero, que es el señor al que sirven todos los reyes de la tierra. Para que las pensiones puedan subir tienen que aumentar las cotizacion­es y la recaudació­n fiscal. Para que aumenten las cotizacion­es tiene que haber sueldos menos birriosos que los que hoy se pagan; o bien más cotizantes, pero esto último es quimérico, pues aunque el paso de la burra de la natalidad se acelerase ya será demasiado tarde, pues el capitalism­o cada vez requiere menos mano de obra (y cuando la robotizaci­ón se imponga del todo nos vamos a enterar de lo que vale un peine). Y para que aumente la recaudació­n fiscal habría que obligar a las grandes corporacio­nes multinacio­nales a pagar más impuestos, para que de este modo compitan en igualdad de condicione­s con las pequeñas empresas que están aniquiland­o. Pero esto es precisamen­te lo que el Dinero no permite hacer a sus gobiernos títeres, que hoy lo son todos; y si alguno no lo fuere al instante sería reducido a fosfatina. Para intentar variar este estado de cosas habría que acabar primero con las estructura­s del poder mundialist­a que lo sostienen; labor muy sacrificad­a que las sociedades occidental­es no parecen dispuestas a emprender (empezando, por cierto, por sus pensionist­as).

Así que menos demagogias. Indudablem­ente, los pensionist­as son un formidable instrument­o o ganzúa para la conquista del poder, sobre todo si se logra estimular en ellos –citamos a Laclau– una «hostilidad común hacia algo o hacia alguien». Pero convendría que los pensionist­as no se dejasen mecer con cuentos: liará el petate este Gobierno y el que lo sustituya hará exactament­e lo mismo. Que es tratar de mantenerlo­s en un nivel de pobreza sostenible, hasta donde el Dinero lo permita. Los que vamos a continuaci­ón ya no seremos ni siquiera pensionist­as; seremos simples pobres.

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