LA QUIMERA DE LA PENSIÓN
Es un problema tan complejo que sólo tiene un arreglo: sentarse a una mesa a negociar
PAGAR las pensiones de hoy es tan difícil y arriesgado como cruzar las cataratas del Niágara sobre un alambre. Pagar las de mañana es una quimera, «lo que se propone a la imaginación como posible o verdadero sin serlo» (DRAEL). ¿Una farsa, entonces? ¡Hombre, o mujer, tanto como eso, no! La vida está llena de quimeras. ¿Acaso no lo sería para nuestros antepasados que apretando un botón se hiciera la luz, como cuando Dios hizo el universo, dicho sea con todo respeto? Claro que pagar las pensiones futuras requiere un milagro como el de los panes y los peces. No ha mucho, había cinco cotizantes por pensionista. Hoy, se necesitan dos y medio y, de seguir las cosas así, llegaremos a que cada trabajador lleve un pensionista sobre sus espaldas, una auténtica bomba social. Rajoy propone aumentar el número de empleados, pero tampoco basta: los sueldos que se pagan hoy son proporcionalmente mucho más bajos de lo que eran antes, aparte de ser cada día más los que se jubilan que los empiezan a trabajar, dado nuestro bajo índice demográfico. Y lo peor es que los remedios de la oposición no harían más que agravar el problema: alzar los impuestos, cargar las jubilaciones al presupuesto, a los bancos o a los «ricos», que disminuirían la actividad económica. Grecia, que lo hizo, ha tenido que bajar sus jubilaciones un 40 por ciento. Algo más imaginativo anduvo el Fondo Monetario Internacional al pedir que admitamos 5,5 millones de inmigrantes, callando que se dejarían explotar a cambio de un permiso de residencia, pero sin tener en cuenta los problemas sociales que traerían.
Es éste un problema tan amplio, tan complejo, tan fundamental que sólo tiene un arreglo: sentarse a una mesa a negociar, estando dispuestos todos a ceder, como se hizo en el Pacto de Toledo. Pero eso es imposible en una España donde todos reclaman más y la oposición sólo piensa en desgastar al Gobierno cara a las próximas elecciones. Demostrando que el país en su conjunto le importa un bledo. Y, en cierto modo, el paisanaje parece pensar lo mismo: observen las calles y sólo verán manifestaciones reivindicatorias. Unas más justas que otras –las pensiones mínimas, las de las viudas, las de las fuerzas de seguridad–, con la oposición detrás azuzándolas indiscriminadamente. Si en algunos aspectos hemos avanzado, en otros hemos retrocedido. En sentido de comunidad especialmente. Aquí nadie está dispuesto a sacrificarse por nada, incluido el propio futuro, una estupidez, pues las pensiones las salvamos entre todos o se hunden. Desde luego, quienes estamos en mejor situación tendremos que aportar más, pero nadie se librará de ello, como proclaman los falsos profetas. ¿Sabían que los alemanes siguen pagando un impuesto especial para cubrir los inmensos gastos que trajo la reunificación, sin que nadie se queje? Eso se llama patriotismo constitucional y no ponerse un banderita en la solapa. En fin, habrá que esperar el milagro. Que también los hay. Pero 2 y 2 seguirán siendo 4, no 3 ni 5, excepto en los mítines.