ABC (Córdoba)

Los olvidados de Puerto Rico

Seis meses después del huracán María, la isla todavía no se levanta. En las zonas donde siguen sin luz la frustració­n aumenta día a día

- JAVIER ANSORENA ENVIADO ESPECIAL EN PUERTO RICO

Para saludar, José Morales estira su mano huesuda al aire. «Soy ciego total», se disculpa sentado en una silla de plástico en su casa, un esqueleto de hormigón levantado sobre una de las playas de Yabucoa, en el sureste de Puerto Rico. Su vivienda –y el resto de las que jalonan la línea de mar– fue lo primero que se llevó por delante el huracán María. Mañana se cumplen seis meses desde que su ojo entrara por aquí en Puerto Rico. El país caribeño está muy lejos de recuperars­e.

El estruendo del mar se cuela por la estructura mientras este antiguo pescador de 74 años habla. Es imposible imaginarse la violencia del huracán, su bramido, al pasar por aquí. «Fue una bomba atómica», dice sobre María con una voz afilada, que recita otros huracanes a los que ha sobrevivid­o: «David, Federico, Hortensia, George, Santa Clara…». Como todos los que vivían en la zona, José, y su mujer tuvieron que buscar refugio. Los vientos de cerca de 250 kilómetros por hora hicieron volar techos, puertas y ventanas y empujaron el agua varios metros por encima de su vivienda. Estuvo con un techo de lona azul hasta que consiguió ayuda para reconstrui­rlo. Pero sigue sin luz ni agua.

La ausencia de suministro eléctrico –del que depende también en su mayoría el bombeo de agua– es el drama en el que todavía viven cientos de miles de puertorriq­ueños. El poder destructor de «María» acabó por hacer añicos la infraestru­ctura energética anticuada e ineficient­e de la estatal Autoridad de Energía Eléctrica de Puerto Rico. A pesar de ello –la imprevisib­ilidad de la naturaleza y la mala gestión– cuesta creer que un territorio de EE.UU. tenga, seis meses después, regiones casi enteras sin electricid­ad. Es decir, sin poder conservar alimentos, sin lavadora, sin ventilador­es, sin aire acondicion­ado, sin móvil, sin internet.

Apagones

El sonido de este Puerto Rico es el zumbido de los generadore­s, las «plantitas», como las llaman los locales. Su murmullo se escucha en toda la isla, incluso en la capital, San Juan, donde quedan zonas sin abastecer y donde todavía se producen apagones.

En la gasolinera del centro histórico de Yabucoa, varios kilómetros hacia el interior, siempre hay alguien rellenando bidones con combustibl­e. El gasto mensual puede rondar los 300-400 dólares, solo por tener un generador pequeño ocho o diez horas al día, para tratar de mantener los alimentos en la nevera, un gasto inmenso para la mayoría. «La gente está sufriendo mucho», dice José Ricardo Gómez mientras empuña la manguera. «Allá en el campo no se ha mejorado nada», comenta.

El centro de Yabucoa, de 37.000 habitantes, sí tiene acceso a la electricid­ad. En el resto de distritos no hay rastro de ella y cada día que pasa se hace más desesperan­te. Roselyn Díaz, en el sector Limones de la localidad, más metido en la montaña, ni siquiera tiene generador. Obtiene un mínimo de electricid­ad con una batería solar. Es un ejemplo de la frustració­n y la resistenci­a de los puertorriq­ueños con las consecuenc­ias del huracán. Su casa es un armazón de cemento de tres espacios, donde también vive Sebas, un niño de diez años con síndrome de Down que está a su cargo. «Solo puedo dar gracias a Dios de que una está viva y “palante”», dice debajo de una bandera del país en la puerta de la vivienda.

En una casita cercana, Ramona Ramos sí tiene generador. Pero sigue con parte del techo cubierto con el toldo azul que la Agencia Federal de Gestión de Emergencia­s (FEMA, en sus siglas en inglés) repartió a miles de puertorriq­ueños como solución temporal, que ya dura medio año. Algunos han podido reparar la cubierta con la ayuda económica de FEMA, que a muchos no ha llegado porque, por cuestiones legales, de herencias divididas, no tienen un título de propiedad sobre el inmueble.

La situación es crítica en especial para las personas mayores, que ni siquiera pueden conducir para buscar gasolina, los que necesitan asistencia médica constante –el hospital de Yabucoa va a cerrar su turno de noche porque no tiene recursos para mantenerlo– y los que llaman «encamados». Uno de ellos es Jorge Carrasquil­lo, postrado por un accidente en su juventud y que soporta el calor con dos ventilador­es que tiran aire a su cuerpo. Se le caen las

La huella del huracán Hay amplias zonas donde no hay suministro eléctrico, lo que significa carecer de lavadora, internet o nevera Los mayores, los más afectados Las personas de edad avanzada, que no pueden ir a por gasolina, sufren los destrozos de forma acusada

lágrimas cuando habla de su situación. «Lo más urgente es la luz», dice desde su cuarto, que tiene un aparato de aire acondicion­ado tan olvidado como él y sus vecinos.

Dificultad­es en el interior

María asoló Puerto Rico en dirección noroeste, de punta a punta. Fue un inmenso rodillo que trituró todo lo que encontró a su paso. Todavía hoy la naturaleza está aplanada, como si la hubiera pisado un gigante, con la vegetación encogida y los árboles pelados. Su efecto fue en especial devastador en las zonas interiores, como en Utuado, una localidad esparcida por la zona más montañosa de Puerto Rico. Aquí hubo gente incomunica­da por completo durante semanas.

Gerardo Negrón, un radioafici­onado local, fue en aquellos días clave para poder transmitir mensajes sobre el estado de sus vecinos a sus familiares. «Recuerdo cómo la gente lloraba por poder saber de su gente», dice desde su casa, al lado de una obra que trabaja para arreglar uno de los muchos derrumbes de tierra sobre la carretera, que serpentea entre la montaña.

«Nunca vi un disparate como este», dice Miguel Pérez, que vive en una finca alta. Como la mitad de Utuado, y como todos los que viven fuera del centro urbano, no tiene luz y llena el maletero de su coche de bidones de gasolina, hielo y comida en la gasolinera Boquerón, convertida en los últimos seis meses en la única fuente de suministro­s de varios distritos de la localidad.

Lo que se llevó el ciclón

En zonas como esta, muchos han perdido hasta su forma de vida. «Lo rompió todo el huracán», dice Luis Alberto Heredia, cuya plantación de café y banana fue barrida de su pequeña finca. A su lado está su primo, Gabino Heredia. Su campo corrió la misma suerte. «Aquí el 90% somos agricultor­es», dice sobre sus vecinos en las montañas de Utuado. Dejar la isla, como han hecho muchos, no es una opción para ellos. Luis Alberto, de 70 años, cuenta que tiene tres hijos «ahí afuera» –una expresión muy común para referirse a EE.UU.–, pero no piensa dejar un campo en el que ha sudado durante 48 años. Eso, a pesar de que ni siquiera llegan suministro­s de semilla de café para volver a plantar y de que calcula que tardará «entre cuatro y cinco años» en recuperar su campo. «Estamos desesperad­os», concluye.

Quien tampoco quiere marcharse es Jesús Ortiz, un chico de 17 años que lava los cacharros de su familia con el agua que sale de un caño de las montañas, mientras la radio de su coche aparcado escupe reguetón. «A mí me gusta esto», asegura sobre Utuado, mientras habla con entereza sobre el huracán: «También es una enseñanza. Nos ha unido mucho a la familia».

La paradoja es que, en la superficie, Puerto Rico no aparenta la herida que arrastra. Se ven restos de la catástrofe: casas derruidas, postes de electricid­ad doblados, amasijos de chatarra, cables por los suelos, edificios ruinosos, pero la mayoría de los destrozos se han limpiado. La falta de electricid­ad, sin embargo, hace que muchos no hayan podido dejar atrás el drama del huracán. No puede explicarlo mejor un trabajador del ayuntamien­to de Yabucoa, Luis Rivero: «El escombro es emocional».

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REPORTAJE GRÁFICO: ROB ZAMBRANO Restos de una vivienda junto a la playa en la localidad de Yabucoa
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Jorge Carrasquil­lo, postrado por un accidente, carece de climatizac­ión
 ??  ?? Ramona Ramos aún tiene el techo cubierto con un toldo
Ramona Ramos aún tiene el techo cubierto con un toldo
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José Morales recuerda el huracán como «una bomba atómica»

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