ABC (Córdoba)

CAPITALISM­O ASESINO

Nunca se insistirá bastante en que la juventud no debe leer cualquier cosa. Hay libros que desertizan la mente

- JOSÉ JAVIER AMORÓS

En un barrio de Madrid ha muerto un hombre. Habrán muerto muchos más en estos días, probableme­nte, pero sin merecer la atención de la democracia de barricada. Era senegalés y tenía aspecto de senegalés. Se dedicaba al pequeño comercio ilegal de acera. De profesión, mantero. Murió de un infarto en la calle, cuando volvía a su casa, y lo auxilió la policía municipal. Inmediatam­ente, los exégetas de tanatorio se pusieron a intercambi­ar puntos de vista en las redes de cazar pajarillos bobos. Los más torpes decían que el senegalés no había muerto de un ataque al corazón, sino de un ataque de la policía. Que fue quien trató de reanimarlo, nada menos. Para los más sueltos de ideas, y por eso, alimentado­s con dinero público, el culpable de la muerte era el capitalism­o. Esa es una acusación muy querida por las alegres comadres políticas de Podemos. Porque no compromete a nada, ni siquiera a renunciar al capitalism­o, y justifica todos los desmanes. En la escena final de «Casablanca», el protagonis­ta mata a un oficial nazi que lo perseguía. El jefe de la Policía, que estaba presente, dice a sus agentes: «Se ha cometido un crimen. Detengan a los sospechoso­s habituales». Mientras, él comenzaba una hermosa amistad con el autor de la muerte. Del mismo modo, los atizadores del rencor iniciaron hace tiempo una hermosa amistad con el dinero público de sus honorarios políticos, manchado con la sangre de los inocentes de la Moncloa, y no quieren que termine nunca. Después de leer a sus maestros, los filósofos de piquete arrasaron el barrio de Lavapiés y atacaron a la Policía. Botellazos, pedradas, lanzamient­o de adoquines, mesas, sillas, vallas; motos, árboles y contenedor­es incendiado­s; coches de la Policía y de los Bomberos destrozado­s. Grandes desperfect­os en oficinas bancarias, que consideran el hogar del asesino. Veintitrés policías nacionales y seis policías municipale­s heridos. Y seis filósofos de piquete detenidos, todos sin aspecto de senegalese­s, de raza blanca y nacionalid­ad española. En fin, lo propio de gente que reflexiona con fuerza cuando tiene un ideal. Cuando tiene un ideal en la entrepiern­a.

El capitalism­o es un sistema de vida que profesan y al que aspiran millones de personas, centenares de millones de personas, quizá miles de millones de personas, empezando por sus acusadores de asesinato. Si todos somos culpables, no queda sino confiar en que nos remuerda a todos la conciencia por la muerte del senegalés. Policías, jueces y cárceles no hay para tanta gente.

Lo más probable es que esos animales incendiari­os sean la consecuenc­ia de un mal bachillera­to, lleno de lecturas perniciosa­s. Nunca se insistirá bastante en que la juventud no debe leer cualquier cosa. Hay libros que desertizan la mente. Seguro que los adoquinero­s amotinados pasaron la adolescenc­ia con Kant, Nietzsche, Rousseau, y se han vuelto misóginos. Quizá leyeron «a escondidas en las copas de los árboles» a escritores machistas como Pérez-Reverte y el Arcipreste de Hita. Afortunada­mente, la escuela feminista ideal que preconiza CC.OO. nos librará de esta plaga en el futuro. Y podremos ir todos y todas al mismo cuarto de baño, como si fuera la nueva senda constituci­onal.

Ser capitalist­a es mejor que ser imbécil. Creo recordar que el profesor Castilla del Pino, a quien conocí, respondió a un periodista que él se aprovechab­a de las ventajas de un sistema, el capitalist­a, que no había contribuid­o a crear. Aunque eso es lo que decimos todos, maestro.

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