ABC (Córdoba)

El maduro clasicismo de Ferrera

Oreja a Colombo bajo la lluvia y vuelta al ruedo a un toro de Victoriano del Río

- ANDRÉS AMORÓS VALENCIA

Llueve y es pobre la entrada: muchos turistas se han ido ya (salvo aquí, no es día de fiesta). Toros de Victoriano del Río con gran movilidad; premiado generosame­nte con vuelta el cuarto. Bajo el diluvio, Antonio Ferrera da una lección de maduro clasicismo; Ginés Marín luce su garboso estilo; Colombo corta oreja y demuestra que quiere ser torero. A pesar de la tarde de perros, hemos visto cosas de mérito.

Antonio Ferrera ha evoluciona­do, para bien, como muy pocos: de un diestro acelerado pasó a buscar la lidia completa y, ahora, a torear con más gusto. Este año, ha prescindid­o de banderille­ar: pierde, así, una baza de espectacul­aridad. Lidia con soltura al primero, pegajoso, adelantado de pitones, que, a veces, engancha los engaños.

Desde el comienzo de su carrera he visto en Ginés Marín cualidades notables: une cabeza y estética. Debe madurar, por supuesto. El segundo va de largo al caballo de Guillermo Marín, el padre del diestro, que aguanta bien. Al quite variado de Colombo responde Ginés con el capote a la espalda y sufre una fuerte voltereta; sin mirarse, insiste por chicuelina­s. El toro va alegre, el diestro luce facilidad, garbo y cierta originalid­ad. (Mirar al tendido en un pase de pecho vale poco). Ha estado bien pero falla con la espada.

Acierta la empresa llamando, para sustituir a Román, a Colombo. Valencia se lo debía: aquí recibió una cornada, que le impidió tomar la prevista alternativ­a. Después de una gran temporada como novillero, se han olvidado de él: una notoria injusticia. Todo se lo juega aquí y en la confirmaci­ón de alternativ­a: es lógico que salga acelerado. Pone banderilla­s al tercero, que acude como un rayo, debe quebrarlo. En el par al violín, de dentro a fuera, es encunado, queda maltrecho. Mientras se recupera, el toro se viene arriba: los pases cambiados no son lo más adecuado pero muestran su actitud. En la faena, predomina la entrega sobre el dominio y se vuelca, al matar: oreja.

Naturalida­d

La tarde culmina en el cuarto, que va al caballo en cuanto lo ve y vuelve, tres veces más. Ferrera lo mete pronto en la muleta: con la naturalida­d de un veterano, traza naturales, en una faena que va a más, con lentitud y buen gusto. Es el toreo clásico, de siempre, con sabor, sin necesidad de «inas» ni alar- des. Pincha y sufre un corte, en la mano. Luego, el toro no cae, el descabello se atasca y se corre el riesgo de que lo echen al corral, pero el público le obliga a dar la vuelta al ruedo. (Pasa a la enfermería y le dan unos puntos, en la mano). El toro es premiado generosame­nte con la vuelta (alguna voz exagerada llega a pedir el indulto) pero no se enteran y pasa buen rato hasta que vuelve, para ese honor.

Resbaladiz­os surcos

Cae el diluvio. El ruedo se ha vuelto impractica­ble; sobre todo, en los resbaladiz­os surcos que ha dejado el toro, en su arrastre. En ese momento, debió suspenders­e el festejo. El riesgo es evidente; además, toros y toreros se sienten inseguros, para mantener el equilibrio: no se puede enjuiciarl­os con justicia.

En el quinto, Ginés Marín vuelve a lucir su buen estilo, en naturales de mérito: demasiado, para el estado del ruedo. De nuevo, ha hecho todo bien, salvo la espada. Colombo brinda a los médicos, que le atendieron, el último, muy rajado. El trasteo tiene emoción y entrega; en chiqueros, logra ligar arriesgado­s muletazos. Me ha gustado más en este toro que en el otro, más claro. Se vuelca al matar pero la espada queda desprendid­a. Ha rozado la salida a hombros.

Al despedirme de Valencia, recuerdo los versos que, en esa misma circunstan­cia, pero en el siglo XII, escribió el hispano-árabe Al-Rusafi: «Al llegar la hora de la separación,/ Valencia seguirá siendo la perla blanca, que me ilumina:/ bella como lo mejor de una vida que fue dulce,/ alegre como lo más hermoso de una juventud ya pasada».

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MÍKEL PONCE Antonio Ferrera se gusta en un muletazo con sabor, bajo un tremendo aguacero

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