Inversores y mujeres para entrampar a candidatos
«No les importan las reglas. Para ellos, esto es una guerra, y en la guerra, vale todo». Con esta frase define Christopher Wylie el espíritu con el que operaba Cambridge Analytica, la empresa consultora radicada en Londres, aunque fundada por el donante ultraconservador Robert Mercer. Empleado de la firma como experto informártico desde su fundación en 2014, Wylie explica así en particular cómo Mercer y Steve Bannon, que también formó parte del consejo de administración durante dos años, se plantearon la utilización de Cambrigde Analytica ante la elección presidencial: «Ellos querían crear una cultura de guerra en América, y se supone que la empresa iba a ser el arsenal de armas para emprender la guerra».
Mercer y Bannon creían que accediendo a grandes datos de usuarios podían identificar sus personalidades, y, a partir de ahí, con las adecuadas campañas, intentar influir en su comportamiento. Lo que había sido un leve tanteo en las elecciones legislativas de 2014 se convirtió en prioridad para las presidenciales, con Donald Trump como beneficiario. Con una inversión de 15 millones de dólares, Cambridge Analytica se puso manos a la obra. Con esas premisas, la empresa supuestamente engañó a Facebook.
Consecuencia de su actividad previa ante el referéndum del Brexit, la firma afronta también una investigación de las compañías reguladoras y del Parlamento británico. Su consejero delegado, Alexander Nix, que primero negó las acusaciones de acceso irregular a datos, terminó arremetiendo y desmarcándose del profesor Kogan, autor material del trabajo.
Pero el manejo irregular de información no era su única oferta de servicios. Como demostró una investigación del británico Channel 4 News, grabada en vídeo, el propio Nix se encargaba de ofrecer mujeres o inversores en promociones inmobiliarias para tender trampas a candidatos incautos. El problema para Nix es que la última propuesta se la planteó a un reportero televisivo que se hizo pasar por cliente.
«No les importan las reglas. Para ellos, esto es una guerra, y en la guerra vale todo», afirma un exempleado