Una gran mentira
Hay algunos amigos que señalan que, últimamente, en mis escritos, doy la impresión de tener caladas siempre las gafas oscuras. La verdad es que, en parte, así parece, pero nada más lejos de la realidad; yo no me invento las cosas, sino que elijo los temas de actualidad; y la actualidad es como es. Lo que escribo es tan real como que, en menos de un mes, hemos pasado de la pertinaz sequía a estar aliviando una inmensidad de embalses, ahítos ya del líquido elemento, ese impagable regalo de Dios. Digo que la libertad es una gran mentira no como concepto (todo el mundo conoce lo que dice de éste término el Diccionario) sino de la aplicación práctica de la misma, teniendo en cuenta que tiene que haber —necesariamente— una linde o frontera entre mi libertad y la del otro. Que, en la mayoría de los casos, se borra malintencionadamente. Por eso, y ya que estamos, sugeriría a los responsables de la Real Academia de la Lengua, tan dispuesto a hacer reformas, que dieran una redacción a la primera acepción del DRAE. Porque ¿quién o quiénes podrían defender, por ejemplo, que es un acto de libertad, quemar unas fotografías de alguien, ya sea un familiar, un deportista, un servidor público o un Jefe de Estado? ¿O que hay que prohibir los colegios concertados mintiendo descaradamente sobre su calidad o diciendo que están ideologizados? Y, ¿cómo se puede llamar igualmente libertad a segar la vida de un ser humano a punto de culminar su vida intrauterina? Mienten quienes sostienen, lo uno y lo otro, aunque sean magistrados de un Tribunal europeo, y haya en él algún español haciendo —como siempre— la guerra contra España.
GABRIEL MUÑOZ CASCOS CÓRDOBA