ABC (Córdoba)

Un pequeño rincón con vistas a la libertad

ABC inicia una serie semanal con los lugares donde crean notables artistas cordobeses. El veterano pintor trabaja desde hace décadas en la calle Julio Valdelomar, en Puerta Nueva, en una estancia modesta pero intensamen­te vivida, con caballetes y pinceles

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El pintor Antonio Bujalance (Doña Mencía, 1934) tiene un estudio modesto, sin lujo alguno, pero con vistas diáfanas… a la libertad. Está en una segunda planta de la calle Julio Valdelomar, en Puerta Nueva, muy cerca de la Facultad de Derecho, y si uno mira por sus ventanas lo que ve es una calle tranquila, vecinal, hacendosa y, justo enfrente, un solar abandonado, con las inevitable­s latas de refresco abolladas, sus oxidados cachivache­s y el musgo crecido por las últimas lluvias. Pero eso, claro, es la mera realidad, tan prosaica ella, y detrás lo que se esconde es otra cosa: la emocionant­e metáfora de la lucha de un ser humano, pequeño de estatura pero de corazón brioso, en la búsqueda de la libertad creativa.

Horas y horas ha pasado aquí este pintor y profesor, hoy ya octogenari­o y jubilado. Cuenta que la casa la compraron hace décadas y que su vivienda está justo debajo. «Las obras de formato más pequeño las pinto aquí arriba y cuando necesito más espacio me bajo a la cochera», explica. El arte parece expandirse por ello por todo el edificio, y no como algo exclusivo sino como algo vivido, con ese sabor verdadero de lo artesano, de lo manual, de lo de siempre. Algo que concuerda con la idea del propio Bujalance tiene sobre el oficio de pintor. «Lo primero de todo es la técnica, la formación, que al fin y al cabo es acumulativ­a, y una vez tienes eso ya sí que puedes lanzarte a buscar una identidad propia», explica.

Su camino también ha sido ése, aunque empezó muy temprano. Siempre se recuerda dibujando, desde crío. A los 15 años, en los albores de los años 50 del pasado siglo, le otorgó una beca la Diputación y se vino a Córdoba, aunque el amor por el mundo rural y por los seres que lo pueblan siempre ha estado en su obra. Luego llegaron los años de profesor en diversas escuelas de arte, una labor que compatibil­izaba con la pintura más personal en sus horas libres. Así hasta estos últimos años en los que, fuera ya de las urgencias de lo laboral, ha construido un pintura más personal en sus fascinante­s murales y vidrieras y también en series como la que ha dedicado a la música o a los singulares paisajes espaciales que componen la colección titulada «A diez mil años luz», que expuso hace una década en la añorada galería Carmen del Campo. «Mi pintura ahora es puramente imaginativ­a, fruto de mi pensamient­o y mi libertad», explica.

Bujalance da síntomas claros de llevar una jubilación reflexiva y lúcida. Aunque eso no quita que haya cosas que le molesten en su ciudad. Particular­mente, la escasez de salas expositiva­s, algo que le preocupa no sólo por su propia obra sino por el arte cordobés en su conjunto. «No hay lugares para mostrar lo que se hace aquí y los pintores de mi generación apenas tenemos obra expuesta, sólo alguna obra suelta en el Museo de Bellas Artes, que se ha quedado pequeño y no da más de sí». «Ya no puede demorarse más la construcci­ón del nuevo museo, un gran proyecto que ahora mismo es muy necesario», concluye.

Hombre de carácter afable y calmado, de mirada bondadosa, Bujalance reconoce mientras concluye la charla que ahora pinta menos pues las obligacion­es familiares lo reclaman. Aún así, cada vez que puede se escapa a este estudio luminoso y caldeado, un pequeño rincón para la maravilla en el medio de una vida corriente. Un lugar con libros de Séneca o de Machado en las estantería­s y con música clásica y ópera en los altavoces. Un estudio en el que Antonio Bujalance se queda con sus lienzos, trazando pinceladas quizá en la eternidad. Pequeño de estatura, como ya se dijo, pero gigante de corazón.

El oficio «Lo primero es la técnica, la formación, que es acumulativ­a; luego llega la identidad»

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