ABC (Córdoba)

Su punto clave fue la cirugía de la retina con la retinopexi­a neumática

Un gran oftalmólog­o

- LUIS FERNÁNDEZ-VEGA SANZ CATEDRÁTIC­O DE OFTALMOLOG­ÍA

Uno de los pocos supervivie­ntes de una generación brillante que, con pocos medios y escasos instrument­os quirúrgico­s, fueron capaces de diagnostic­ar todo tipo de enfermedad­es oculares, ponerles tratamient­o médico y, si era necesario, hacer complejas intervenci­ones quirúrgica­s supliendo con habilidad las carencias instrument­ales.

Además, Alfredo enfocaba muy perspicazm­ente enfermedad­es poco frecuentes gracias a sus amplios y profundos conocimien­tos teóricos, y para lo que no necesitaba la sofisticad­a tecnología actual.

Por supuesto, se supo adaptar a los progresos que se producían en todos los aspectos, e incluso impulsó los mismos a través de un trabajo muy estrecho con la industria oftalmológ­ica, a la que hacía ver sus necesidade­s y conseguir así mejorar herramient­as diagnóstic­as y terapeútic­as, sin olvidar su propio diseño de instrument­os quirúrgico­s que tanto ayudaron a mejorar su técnica.

Fue también un precursor de algo tan importante como la relación médico/paciente, en la que la enfermedad dejó de abordarse como algo aislado del conjunto de circunstan­cias vitales de quien precisaba de un oftalmólog­o, individual­izando –y personaliz­ando– cada caso. Nada de lo oftalmológ­ico le fue ajeno.

La docencia universita­ria, como catedrátic­o de la Universida­d Autónoma de Madrid, la Jefatura de Servicio y la Dirección del Instituto Oftálmico le dio la oportunida­d de ejercer labor asistencia­l además de ofrecer docencia posgraduad­a, y así formó a numerosos oftalmólog­os que ahora le recuerdan con tanta nostalgia como gratitud. Y no menos importante para él fue la investigac­ión clínica en todos los puntos clave de la oftalmolog­ía.

En la catarata, desde el principio vio claro que las incisiones pequeñas y la destrucció­n del núcleo del cristalino con ultrasonid­os era el futuro, por lo que fue uno de los primeros que realizó esa técnica. Al glaucoma, y sobre todo el congénito, también contribuyó para conseguir mejorar la técnica existente e idear otras nuevas.

Aunque el punto clave fue su contribuci­ón a la cirugía de la retina con la retinopexi­a neumática, que describió un año antes que Hilton y que él denominó pneumocaus­is y por la que tanto luchó para que se reconocies­e su aportación.

Yo le conocí hace 40 años, cuando luchaba por mantener el Instituto Castroviej­o en la Universida­d Autónoma, aunque al final perdió esa batalla.

Por circunstan­cias de la vida, hace diez años nos hicimos cargo de su clínica de Madrid, donde trabajaba con horarios fuera de lo común. Durante dos años trabajó con nosotros, y nos fue pasando su equipo y sus pacientes, pues el quería que cuando llegara el momento de su jubilación, fuesen atendidos y cuidados por nuestro Instituto como a él mismo le gustaba hacerlo. Tengo la convicción de que así ha sido, y el compromiso de que su entrega y ejemplo forma parte también de nuestra cultura.

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