Su punto clave fue la cirugía de la retina con la retinopexia neumática
Un gran oftalmólogo
Uno de los pocos supervivientes de una generación brillante que, con pocos medios y escasos instrumentos quirúrgicos, fueron capaces de diagnosticar todo tipo de enfermedades oculares, ponerles tratamiento médico y, si era necesario, hacer complejas intervenciones quirúrgicas supliendo con habilidad las carencias instrumentales.
Además, Alfredo enfocaba muy perspicazmente enfermedades poco frecuentes gracias a sus amplios y profundos conocimientos teóricos, y para lo que no necesitaba la sofisticada tecnología actual.
Por supuesto, se supo adaptar a los progresos que se producían en todos los aspectos, e incluso impulsó los mismos a través de un trabajo muy estrecho con la industria oftalmológica, a la que hacía ver sus necesidades y conseguir así mejorar herramientas diagnósticas y terapeúticas, sin olvidar su propio diseño de instrumentos quirúrgicos que tanto ayudaron a mejorar su técnica.
Fue también un precursor de algo tan importante como la relación médico/paciente, en la que la enfermedad dejó de abordarse como algo aislado del conjunto de circunstancias vitales de quien precisaba de un oftalmólogo, individualizando –y personalizando– cada caso. Nada de lo oftalmológico le fue ajeno.
La docencia universitaria, como catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, la Jefatura de Servicio y la Dirección del Instituto Oftálmico le dio la oportunidad de ejercer labor asistencial además de ofrecer docencia posgraduada, y así formó a numerosos oftalmólogos que ahora le recuerdan con tanta nostalgia como gratitud. Y no menos importante para él fue la investigación clínica en todos los puntos clave de la oftalmología.
En la catarata, desde el principio vio claro que las incisiones pequeñas y la destrucción del núcleo del cristalino con ultrasonidos era el futuro, por lo que fue uno de los primeros que realizó esa técnica. Al glaucoma, y sobre todo el congénito, también contribuyó para conseguir mejorar la técnica existente e idear otras nuevas.
Aunque el punto clave fue su contribución a la cirugía de la retina con la retinopexia neumática, que describió un año antes que Hilton y que él denominó pneumocausis y por la que tanto luchó para que se reconociese su aportación.
Yo le conocí hace 40 años, cuando luchaba por mantener el Instituto Castroviejo en la Universidad Autónoma, aunque al final perdió esa batalla.
Por circunstancias de la vida, hace diez años nos hicimos cargo de su clínica de Madrid, donde trabajaba con horarios fuera de lo común. Durante dos años trabajó con nosotros, y nos fue pasando su equipo y sus pacientes, pues el quería que cuando llegara el momento de su jubilación, fuesen atendidos y cuidados por nuestro Instituto como a él mismo le gustaba hacerlo. Tengo la convicción de que así ha sido, y el compromiso de que su entrega y ejemplo forma parte también de nuestra cultura.