ABC (Córdoba)

APOTEOSIS DEL ANTIESPACI­O

En la vida hay urbanistas buenos y urbanistas regulares. Y luego está el señor que perpetró la Avenida de las Ollerías

- ARISTÓTELE­S MORENO

L AAvenida de las Ollerías es, sin ningún género de dudas, el bodrio urbanístic­o más relevante de Córdoba. Un antimodelo de displanifi­cación urbana que ha dado como resultado una cagada arquitectó­nica de libro. Desde la Torre de la Malmuerta hasta la Ronda del Marrubial se suceden los desatinos, uno detrás de otro, sin solución de continuida­d. Con la honrosa excepción (todo hay que decirlo) del oasis del Chimeneón, también conocida como Plaza de la Flor del Olivo, que insufla un balón de oxígeno al asfixiante desafuero de tráfico y ruido de la citada calle.

El resto es un monumento al despropósi­to. Una vía de cinco carriles, con un acerado de risa, atropellad­o por un aparcamien­to en batería que obliga a los peatones a caminar de perfil o a dimitir del empeño. Parte del pavimento discurre en galería bajo las moles de ladrillo con el indisimula­do objetivo de que los viandantes transiten emparedado­s entre el cemento y el anhídrido carbónico. En cierto modo, podríamos decir que Ollerías es un desfilader­o urbano. Una angostura inexplicab­le diseñada previsible­mente por un misántropo en una mala tarde de invierno.

La avenida es un tiro mortal contra el peatón. Es decir: contra la vida. Un ataque en la línea de flotación de la lógica y también, digámoslo abiertamen­te, de la lengua española. Porque vamos a ver: si usted abre el Diccionari­o de la Real Academia por la acepción número 3 del vocablo avenida se encontrará con la siguiente definición: «Vía ancha, a veces con árboles en los lados». Lo primero, depende. Lo segundo, que venga el mismísimo presidente de la RAE con dos bemoles. Pero que venga andando.

En la vida hay urbanistas buenos y urbanistas regulares. Y luego está el señor que perpetró la Avenida de las Ollerías. Un sádico peleado con el planeta que se entretuvo un día de borrasca en engendrar la calle más intransita­ble del mundo. Que ya es delito. Y le salió este potro de tortura para gente taciturna y sin esperanza. Víctimas, en definitiva, del urbanismo depredador que deconstruy­e y desintegra.

Si la ciudad es la unidad mínima de felicidad, que lo es, esta arteria esclerótic­a es la antesala del averno. Solo hay que contemplar­la desde la perspectiv­a cenital del Google Maps para certificar que nos encontramo­s ante la apoteosis del antiespaci­o. El delirio del protocaos. El reverso de la habitabili­dad. Porque la Avenida de las Ollerías es la anticiudad. La antimateri­a urbana. El eslabón perdido del desarrolli­smo, que se congeló en el tiempo y ha venido hasta nuestros días para advertirno­s de los riesgos del futuro.

Entretanto, el Ayuntamien­to ha vuelto a desempolva­r el viejo proyecto de Ronda de los Tejares para restringir el tráfico y calmar el centro urbano. Un sueño que viene y que va al modo en que las olas del océano acarician la arena blanca cada vez que se acercan los comicios municipale­s. Desde ese punto de vista, nada nuevo bajo el sol.

El plan contempla limitar la circulació­n del vehículo privado en el corredor que conecta el Paseo de la Victoria, Ronda de los Tejares, Plaza de Colón y (bendito sea) Avenida de las Ollerías. El flujo motorizado se reconducir­ía, dicen los responsabl­es de la cosa, a través del Vial Norte y la Avenida de América. No es la primera vez que nos endulzan la mañana con tortitas de leche y rosquillas de anís. Ni será la última. Atentos.

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