INOCENCIA

Devuélveme intacta, a ser posible, Señor, la capacidad del estupor y la rendida admiración

Esta Semana Santa devuélveme, Señor, esa inocencia que perdí hace mucho tiempo. Quiero descubrir que bajo esa costra de nombres datos, fechas y conocimientos que los años y el descuido han ido acumulando sobre mí existe, aún, algún vestigio del asombro. Enséñame otra vez a no buscar respuestas, sino más bien a dejar que broten de mi alma esas preguntas inocentes que me hice muchas veces cuando no tenía los ojos del alma nublados y miopes por las dioptrías de los prejuicios y los saberes que hoy confieso como inútiles. Quiero volver a ver la Semana Santa como cuando era niño. Devuélveme intacta, a ser posible, la capacidad del estupor y la rendida admiración ante la maravilla. Tú sabes que —ciego que guía a otros ciegos— alguna vez he pretendido transmitir a los demás lo que por sí mismo es intransmisible: la experiencia de la luz, el fogonazo de tu gracia en un momento, el íntimo temblor de una mirada pura, el silencio que aísla de aplausos y trompetas y que, por ser eterno, dura un segundo tan corto que el reloj es incapaz de registrarlo. Porque ha pasado demasiado tiempo, he visto demasiadas cosas y, estando como estoy iniciando el camino de regreso, me acabo de dar cuenta de que lo que siempre me ha llenado es lo único que, quizá, será capaz de devolverme lo perdido. ¿Novedades? Déjalas para otros. ¿Crecimiento numérico...?

Lo veo innecesario, me desborda ya y me aburre. Quiero sentir lo que sentí alguna vez cuando era niño y mi espíritu no estaba lleno de cifras y registros. Quiero llegar con el alma desnuda a ese momento en que tú, esta Semana Santa, me digas sin palabras: «No tengas miedo. Soy yo». Y para eso, Señor, concédeme «enterrar los nombres, los rótulos, la historia».