TODOS VÍCTIMAS
«Alcanzar la dignidad por medio de la victimización es moralmente correcto, pero buscar el poder sobre los demás a través de la exageración de la victimización de uno mismo es moralmente insoportable»
«Hay falsas víctimas que, en realidad, solo buscan alcanzar el poder mediante la manipulación de la historia o de su historia personal
MI generación y las que la precedieron fueron arrulladas por los clásicos griegos y latinos. «Canto a las armas y a ese hombre…», escribe Virgilio en la Eneida, una celebración del héroe fundador de Roma. Pero ya no cantamos a los héroes. Nuestro tiempo exalta más bien a las víctimas, hasta tal punto que todos, pueblos e individuos, reclaman su condición de víctima, ya sea vivida personalmente o heredada. En la actualidad inmediata encontramos algunas manifestaciones inesperadas: el Gobierno de Azerbaiyán acaba de conmemorar el «genocidio» de los azeríes, víctimas, hace un siglo, de los armenios. No hay duda de que durante la caída del Imperio Otomano y la guerra civil en Rusia, estos pueblos se exterminaron mutuamente. Además, los descendientes de los armenios de Turquía no han cesado, desde entonces, de exigir que se reconozca su genocidio a manos de los otomanos. Los más avanzados de esos armenios, que han vivido en Europa durante tres generaciones, comparan de buen grado la masacre de sus antepasados con el holocausto de los judíos, que sigue siendo la referencia absoluta de cualquier victimización real. Los azeríes estaban en conflicto con los armenios por la posesión de unas pocas hectáreas de territorio caucásico, por lo que se subieron a su vez al tren de las víctimas para que su estatus histórico se equiparara al de los armenios. Si en otra época hubo héroes armenios o azeríes, su memoria se ha olvidado: ahora ya solo importan las víctimas.
Otra manifestación reciente de esta búsqueda de la victimización son las elecciones húngaras del 8 de abril. La mitad de los húngaros han votado por un líder, Viktor Orban, y un partido, Fidesz, cuyo motor es la victimización de Hungría. Recordando todos los episodios trágicos de la historia de Hungría, Viktor Orban ha hecho campaña por la restauración de la soberanía nacional, antes pisoteada por los musulmanes otomanos, que se apoderaron de la mitad del país, después contra la monarquía de los Habsburgo y luego contra los soviéticos. Implícitamente, Orban ha añadido que los judíos, de hecho, construyeron la ciudad moderna de Budapest y la industria local antes de que los partidarios del nazismo los ahogaran en el Danubio en 1944. Adiós a los héroes húngaros y a los culpables húngaros, honor a la víctima Hungría, que por fin renacerá como nación, afirma Orban.
Así es como hoy, en Europa, se ganan elecciones o se intenta llegar al poder; precisamente porque se consideran víctimas de la colonización española, los líderes de la independencia catalana reclaman su soberanía. El único precedente histórico que me viene a la memoria es el de Serbia, que tradicionalmente siempre ha celebrado sus derrotas, especialmente la de Kosovo en 1389, contra los otomanos.
Conmemorar a las víctimas o por lo menos recordarlas, en lugar de celebrar a héroes y victorias, no es en sí mismo discutible, es incluso muy cristiano; se puede considerar que las víctimas son moralmente superiores a sus verdugos. Esta elevación a la condición de víctima también contribuye a limpiar la sociedad de sus escorias autoritarias: el reconocimiento del estatus de víctima a los negros en Estados Unidos ha contribuido a restaurar su dignidad e igualdad ante la ley. Hoy día, el movimiento feminista #MeToo, que extiende la condición de víctima a las mujeres manipuladas por hombres con poder, ayuda a curar a la sociedad occidental de algunas lacras profundas y a menudo no reconocidas.
En conjunto, igual que hay héroes honorables, también encontramos víctimas genuinas cuya legitimidad como víctima es innegable y merece ser reconocida. Pero también hay falsas víctimas que, en realidad, solo buscan alcanzar el poder mediante la manipulación de la historia o de su historia personal; alcanzar la dignidad por medio de la victimización es moralmente correcto, pero buscar el poder sobre los demás a través de la exageración de la victimización de uno mismo es moralmente insoportable.
También debemos desconfiar de las grandes palabras, como por ejemplo, genocidio. No hay duda de que los turcos masacraron a los armenios y los armenios a los azeríes. ¿Fue un genocidio comparable al Holocausto? La historia no lo demuestra, por suerte para los armenios. Cada situación histórica merece un análisis individual más que una etiqueta apresurada que sustituye a la reflexión.
Soy igualmente escéptico respecto a la búsqueda de la victimización entre descendientes muy lejanos de víctimas auténticas. ¿Es un armenio una víctima porque su abuelo lo fue? Él puede sentirse como tal, pero no es una víctima en el sentido en que lo fue su antepasado. Y lo mismo opino sobre los judíos: mis abuelos fueron exterminados por los nazis, pero esto, en ningún caso, hace de mí una víctima. En cambio, deberíamos estar más atentos a los genocidios que se desarrollan ante nuestros ojos, como el de los rohinyás de Birmania, por ejemplo. Pero en ese caso habría que actuar, mientras que reclamar la condición de víctima requiere poco esfuerzo.