ABC (Córdoba)

LA ESCENA SIRIA

La colosal máquina militar que se le supone a Rusia quedó en ridículo

- GABRIEL ALBIAC

LOS bombardeos aliados sobre Siria, ¿han sido un acto escénico? ¿Sólo eso? La pregunta queda abierta. No ha habido ejecución quirúrgica de ese dictador Bashar al Assad que heredó de su padre, Háfez, tanto el poder absoluto cuanto el axioma de que un despotismo estable se asienta sólo sobre la sangre. Sería puro cinismo descubrir ahora que dos generacion­es de Al Assad llevan décadas haciendo uso de su armamento químico para exterminar poblacione­s opositoras. En febrero de 1982, Assad padre barrió químicamen­te la ciudad de Hama: entre 10.000 y 30.000 civiles perecieron. Corría la guerra fría. Y todos parecían acordes en mantener al déspota como mal menor: hombre de los soviéticos, pero también corrupto asalariabl­e.

Sólo Israel percibía el peligro de tener en su frontera un régimen que, igual que el de Irak, se asentaba sobre las mitologías hitleriana­s del Baaz. La operación aérea con la cual Israel destruyó, en 1977, el reactor de Osirak libró al Cercano Oriente de la guerra nuclear que Sadam Husein veía ya a su alcance. Sólo Israel parece tomar en considerac­ión hoy hasta qué punto la implantaci­ón iraní en territorio sirio es un riesgo mayor de guerra total. Los bombardeos de febrero atendieron al objetivo de debilitar las bases militares de un Irán que amenaza, no sólo ya a Israel, sino también a sus competidor­es sunnitas del Golfo, objetivo prioritari­o de los ayatolas que, desde la ciudad santa chií de Qom, son los mentores últimos de cuanto pueda poner en juego el Gobierno de Teherán.

¿Acto escénico, los bombardeos del jueves? Sin duda. En el muy técnico sentido al cual apunta el milenario tratado de Sun-Tzé sobre el cual se articula el saber bélico: «La guerra es arte de ficción». Y esa ficción es tan mortífera como el momento mismo del combate. Putin había puesto sobre las tablas un farol: nadie se atreva a bombardear objetivo alguno en Siria; nuestro escudo destruirá los misiles en vuelo, nuestras baterías antiaéreas liquidarán los aviones atacantes. Los aliados avisaron del ataque con más de una semana de antelación: reducía eso su eficacia, pero forzaba a los rusos a cumplir su promesa en condicione­s óptimas. En la noche del 12 al 13, EE.UU., Francia y el Reino Unido alcanzaron y destruyero­n todos los objetivos fijados. Sin un solo misil intercepta­do, sin un solo avión perdido… La colosal máquina militar que se le supone a Rusia quedó en ridículo. Algo habrá de hacer Putin para borrar esa imagen. Y ese algo no augura nada bueno.

La escénica intervenci­ón del jueves no ha ejecutado a Al Assad ni ha destruido a su ejército. Pero es que ni lo uno ni lo otro eran objetivos deseados. En el juego de equilibrio­s de la zona, Occidente busca dejar a un Assad lo bastante debilitado como para no ser un riesgo y lo bastante fuerte como para cronificar su guerra contra los islamistas sunníes. No es la primera vez que vemos desplegar ese juego en el Cercano Oriente. Y sabemos hasta qué punto es arriesgado. Pero, ¿es que hay otro?

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