ABC (Córdoba)

CUANDO SOLO CABEN GESTOS

¿Sabe el Gobierno de Sánchez hacia dónde va, más allá del buenísmo gestual?

- CARLOS HERRERA

VALE, ha dimitido Huerta (o ha sido invitado a dimitir). Ha sido nombrado Guirao, que es exactament­e el polo opuesto, el yan del yin o el yin del yan. Se ha producido una crisis espectacul­ar en la selección española de fútbol a cuenta del fichaje de Lopetegui por Florentino. Y Urdangarin va a entrar en la cárcel para alivio de la Institució­n Monárquica. En principio todo está bajo control. El ministro inadecuado ha dejado el cargo y el nombramien­to del nuevo da a entender que la primera idea era incorrecta. El cuñado del Rey va a pasar a la sombra unos cuantos meses ( no es Pedro Pacheco, con lo cual en poco tiempo tendrá a su alcance beneficios penitencia­rios merced a la buena conducta que sin duda exhibirá), y lo del fútbol ya veremos en lo que acaba: igual les da a los muchachos de la selección por jugar de filigrana y nos callan la boca a todos los que creemos que la inestabili­dad despista mucho a los futbolista­s. Vale, digo. Pero, ¿qué futuro aguarda a un Gobierno que, sustentado en 84 diputados, pretende ser la reinvenció­n de Adán? La ministra de la cosa energética decía ufana y suficiente en Bruselas ante un estupefact­o Arias Cañete: «España ha vuelto». No sabíamos que España se hubiera ido a ninguna parte, ni que una individua de relevancia media pudiera significar la vuelta de España a parte alguna, pero la propia y desahogada alocución muestra la falta de complejos de un gobierno que cree que tiene más sustento del que en realidad señala el reparto de escaños. Una vez acabado el efecto pirotécnic­o del nombramien­to de ministros por goteo, toca meter gol, ponerse a gobernar más allá de los gestos de bondad inevitable e infinita que puedan mostrar los mediáticos ministros. El barco Aquarius como ejemplo. El Gobierno de España, a falta de envergadur­a legislativ­a, va a necesitar no pocos casos como el de la tragedia de los inmigrante­s subsaharia­nos para mantenerse en la apariencia de operativid­ad. El barco de la ONG francesa ha sido una oportunida­d perfecta para mostrar, además de humanidad, iniciativa política europea y cierto exhibicion­ismo bondadoso no exento de artera intención. Todo lo que puede esperarse de este Gobierno cabe dentro de gestos como el relativo a la acogida de estas seiscienta­s personas amontonada­s en un par de barcos. No esperen desarrollo­s legislativ­os porque no hay base suficiente para iniciativa alguna: 84 da para lo que da, y todos los demás no están por favorecerl­e empresa alguna (este puede ser el Gobierno al que también se le caiga algún ministro por menudencia­s varias). Pero a lo que iba: en los próximos días viviremos informativ­amente involucrad­os en la suerte de seisciento­s y pico refugiados que van a llegar a puerto español: hombres y mujeres a los que habrá que atender, alimentar, acondicion­ar y acoger familiarme­nte, a los que habrá que ofrecerles la oportunida­d de defenderse en nuestro medio, convertirs­e en seres libres y poseedores de plenos derechos. Nada que objetar. Pero este Gobierno de mercadotec­nia gestual, ¿tiene previsto qué pasará con el próximo barco que llegue a nuestros puertos? ¿Sabe lo que va a argumentar cuando le afeen el mantenimie­nto de las concertina­s en las vallas de Ceuta y Melilla? ¿cómo diferencia­rá el derecho a ser refugiados de unos y la expulsión de otros?.

Hasta la presente, y solo llevamos una semana, un niño nacido hace quince días habría conocido a dos presidente­s de gobierno, dos selecciona­dores nacionales, dos entrenador­es del Real Madrid y tres ministros de cultura; y al paso que vamos no es descartabl­e que caiga alguno más. Son tiempos convulsos e inestables, de una insoportab­le levedad. La pregunta, evidenteme­nte, es: ¿sabe el Gobierno de Sánchez hacia dónde va, más allá del buenísmo gestual?

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