ABC (Córdoba)

«UN GRAN TALENTO»

Qué obscenidad los elogios de Trump al mayor bruto del planeta

- LUIS VENTOSO

GEORGE Bush Jr. pasó a la historia como un presidente regular, en parte por esa coletilla perezosa que lo tachaba de «neocón». Pero ante el trepidante tobogán de emociones de la actual Casa Blanca, Bush parece Pericles. Su ministro de Defensa era Donald Rumsfeld, una eminencia intelectua­l, por supuesto caricaturi­zado en Europa como un «halcón neocón». Cuentan que en su despacho, en una mesa esférica de tapa de cristal, tenía una gran foto satélite nocturna de la Península de Corea. El Sur aparecía cubierto de puntos luminosos. En cambio en el Norte imperaba la oscuridad total, salvo unas tímidas luces en Poyngyang. Rumsfeld señalaba el mapa y repetía esta reflexión: «Son los mismos coreanos, el mismo pueblo y con los mismos recursos naturales. Pero en el Sur son libres, emprendedo­res y prósperos; mientras que en el Norte solo hay oscuridad, privacione­s y represión. La miseria absoluta».

Gusten o no, con todos sus errores, Bush y Rumsfeld mantenían una escala de valores que todavía los alineaba con lo que ellos y tantos otros han llamado, con razón, «el mundo libre». En cierto modo seguían fieles a los principios de aquel Occidente que en el espantoso siglo XX supo derrotar primero a Hitler y luego al comunismo soviético, los dos ogros totalitari­os.

La satrapía comunista de tres generacion­es de los Kim no parece haberle sentado muy bien a la República Democrátic­a Popular de Corea (a los comunistas les encanta adjetivar sus tiranías como «democrátic­as» y «populares»). Un dato indicativo: los coreanos del Norte son más bajitos que los del Sur, por décadas de penuria alimentari­a. Además viven menos (70 años en la dictadura de los Kim frente a 82 del Sur democrátic­o) y son infinitame­nte más pobres: 1.700 dólares de PIB per cápita frente a 38.400. En el Norte el 97% de las carreteras están sin asfaltar y el 20% de los hogares carecen de sanitarios. Por supuesto solo existen la televisión y prensa del régimen e internet es un lujo reservado a la élite del Partido. Una gozada. Pero lo auténticam­ente horrible es que el país, de 25 millones de habitantes, constituye un gigantesco gulag. Hay 120.000 presos en campos de «reeducació­n», donde la tortura y los trabajos forzados son la dieta. La Bowibu, la policía secreta, irrumpe en la madrugada en los hogares y se lleva a la gente sin cargos ni pruebas. A veces arrestan a tres generacion­es de la familia del detenido, no vaya a ser. El pícnico Kim de nuestros días gusta de las ejecucione­s arbitraria­s, incluidos sus parientes. Ordenó matar a un general por dormirse en un desfile, envenenó a su hermanastr­o y hasta ha ejecutado a algunos «traidores» disparándo­los con un cañón.

Trump, al que el astuto autócrata chino Xi ha engañado como un chiquillo, se ha ido a firmar la paz con Kim, el mayor bruto en ejercicio del planeta. No escatimó elogios para el dictador: «Ama a su pueblo», «es un hombre de gran talento». ¿Y las salvajadas contra su gente? «Es un tipo duro». Hemos arribado al relativism­o absoluto. Adiós al bien y el mal. Todo se queda en «negocios». Pero este parece malo. En realidad, pésimo.

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