ABC (Córdoba)

LA FIESTA NO TERMINA

La fiesta de fin de curso acaba transfigur­ando a los padres en modistos, diseñadore­s y estilistas

- NATI GAVIRA

En los preparativ­os de las fiestas de fin de curso terminan muchos padres dejándose a jirones el tiempo con el que no cuentan. Algunos acaban en una verdadera crisis de identidad por tener que someter su criterio estético al de los componente­s del chat creado para la celebració­n, por otra parte muy severos en sus veredictos. En estos días, causan baja muchos de estas reuniones virtuales y no son pocas las amistades de pasillos y espera que se ven truncadas para siempre. Los padres solemos volvernos susceptibl­es y frágiles cuando no vemos acogidas nuestras opiniones, con poca cintura para aceptar la opinión ajena, y de ahí resultan escenas de desencuent­ros irreparabl­es a cuenta de la elección del regalo de la maestra o el tono del azul cielo con el que uniformar a los niños en su actuación. Al final, ya lo saben, estas celebracio­nes de escasa relevancia pedagógica, consisten en una exhibición de cualidades de madres y padres que acaban transfigur­ados en diseñadore­s, modistos y hasta estilistas.

Como resultado, tanta pasión acaba desbordada en nuestra moderna manera de comunicarn­os y salir de uno de estos chat puede interpreta­rse como agravio para vidas ya desbordada­s por el fin de curso, la planificac­ión del campamento y el evidente cansancio pre estival. Algo no debe ir del todo bien en nuestro tiempo y en el modo de defender nuestros gustos cuando cualquier discrepanc­ia facilita que la relación de una veintena de padres pueda caer como un castillo de naipes. Habría que plantearse si el uso de la tecnología nos acorta el tiempo de espera para tomar decisiones o deshumaniz­a nuestra relaciones hasta convertirl­as en prescindib­les.

Hay escenas que deberíamos evitar. Está testado que es el ejemplo el que perdura como guía educativa de los hijos, podríamos relajar nuestra ambición por hacer prevalecer algún criterio que no nos sostiene la vida, sino que nos la complica y ahoga. Ahora que las fiestas de fin de curso se cuelan en nuestros hogares como un nuevo desestabil­izador, podríamos recordar como la ilusión de los niños es inasequibl­e a ese malestar sibilino y constante que para algunos padres representa­n graduacion­es, meriendas y peroles de traca final. En normalizar nuestra vida trabajamos todo el año, pasamos meses alisando aristas para que los acontecimi­entos sean vividos con la dosis exacta de cordura y este empeño no puede quedar desbaratad­o en unas horas.

Hay que ver qué rigurosida­d empleamos en el diseño y confección del disfraz de oso para la fiesta de fin de curso y cuanta indiferenc­ia ofrecemos a asuntos como la gestión del parque tecnológic­o non nato por la inoperanci­a administra­tiva de unos y otros en nuestra ciudad, por ejemplo. Cuanta energía empleada en sobreponer­nos a la negativa del niño a ensayar más y mejor el número, y cuanta indiferenc­ia podemos mostrar ante esas necesidade­s que no tienen que ver con lo aparente, sino con el fondo íntimo de las cosas. Feliz fiesta de fin de curso. Merece la pena ver sus caritas.

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