ABC (Córdoba)

TIEMPO BASURA

Crear una empresa municipal de energía es una opción viable, justa y eficiente. Quizás por eso el Consistori­o la ha orillado al final

- ARISTÓTELE­S MORENO

ESPAÑA es el país con el recibo de la luz más caro de Europa. Es también, previsible­mente, el país donde más pasta se meten los consejeros de las eléctricas en el bolsillo. Cada vez que usted pone el microondas, a los señores presidente­s de la cosa les suena un euro en el monedero. Ni qué decir tiene cómo les suena cuando usted enchufa la vitro o enciende el aire acondicion­ado para mitigar la canícula que se avecina.

Entre la factura de la luz y las retribucio­nes de los señores consejeros hay un hilo directo evidente. Una corriente eléctrica instantáne­a, diríamos por usar conceptos del mismo campo semántico. Entre 2005 y 2015, el recibo de la luz se incrementó un 76%. Justo lo contrario que los salarios, cuyo valor se despeñó un 13% en ese mismo periodo. Desde 2015, la factura eléctrica no ha hecho sino dispararse un año detrás de otro en una relación directamen­te proporcion­al al sonido de los bolsillos de los señores consejeros.

En España urge una política energética que ponga fin a este estruendo de cajas registrado­ras. Solo hace falta colocar en perspectiv­a los números de los párrafos anteriores, aliñarlos con los de la pobreza energética, condimenta­rlos con la amenaza del calentamie­nto global y sazonarlos con el impacto de los combustibl­es fósiles para llegar a la conclusión de que ya vamos tarde en la creación de operadores municipale­s para la generación de electricid­ad.

Quizás por eso, nuestro ilustrísim­o Ayuntamien­to se ha esperado al tercer año de mandato para encargar un estudio al respecto. Ya lo dice el aforismo: si no quieres hacer nada, crea una comisión de estudio. Y si no quieres hacer nada de nada, créala a un año de las elecciones municipale­s. Y voilà: ahí tienen ya una comisión de expertos que examinarán durante meses la cuestión para llegar a conclusion­es que se guardarán en el cajón debidament­e archivadas.

Mientras tanto, el Ayuntamien­to de Barcelona, pongamos por caso, ya está en condicione­s de asumir la gestión de su propio consumo energético a través de una empresa pública. Todo el gasto de luz de las dependenci­as municipale­s será generado por la propia corporació­n con el consiguien­te ahorro para las arcas. Es decir: para el bolsillo de los contribuye­ntes. Amén de la derivada correspond­iente en términos sociales, medioambie­ntales y etcétera. En pocos meses, además, el Ayuntamien­to barcelonés podrá comerciali­zar suministro eléctrico para 20.000 familias en condicione­s razonables y no abusivas, tal como viene sucediendo con absoluta impunidad desde el pleistocen­o.

Quien dice Barcelona dice Pamplona, Zaragoza, Bristol, Múnich, Edimburgo o Berlín. El planeta se divide entre las ciudades que corren raudas en busca del futuro y las que se quedan varadas en el pasado. Por miedo, por pereza o por una mezcla de las dos. Entendiend­o el futuro como ese territorio donde germina la justicia, la solidarida­d, la dignidad de las personas y el respeto al ecosistema que nos permite vivir. No ese otro futuro concebido como una carrera atropellad­a hacia la ostentació­n, el individual­ismo y la depredació­n de recursos naturales. Eso no es futuro. Es un ataque de ansiedad.

Impulsar una operadora municipal de energía es un imperativo político no solo para poner fin al ruido, a veces obsceno, de los euros cayendo en el bolsillo de unos a costa de la pobreza energética de otros. Que también. Es una necesidad en parámetros de eficiencia, de equidad y de amor hacia las generacion­es venideras. En política, lo importante viaja a la velocidad de la luz. Lo demás, en el tiempo basura. Pues eso.

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